• 02/02/2013 01:00

Dios en el Cielo y en la Tierra... árbitros de fútbol

Desde el siglo pasado la inteligencia del hombre está aplicando la tecnología para superar las deficiencias del deporte. No obstante que...

Desde el siglo pasado la inteligencia del hombre está aplicando la tecnología para superar las deficiencias del deporte. No obstante que, en las grandes ligas del béisbol, en la versión estadounidense del deporte de las patadas que solamente ellos denominan ‘soccer’, en el baloncesto y primero que todo, en las carreras de caballos, se apela al recurso de la repetición del video, para hacer justicia cuando el fallo de seres humanos, como los arbitrales, son injustos.

No ocurre lo mismo con el fútbol, que es el más multitudinario receptor de aficionados que, como buen negocio, manipula una comercialización que rinde multimillonarias ganancias, ha decretado a perpetuidad que jamás las cámaras de video pueden utilizarse para desfacer entuertos.

Qué mala leche que la selección panameña ha entrado, desde hace rato, en la categoría de los clubes de balompié víctimas de elementos maleados por el mercadeo, la corrupción y otros males de la mafia que ha penetrado en la actividad atlética, pues frecuentemente el arbitraje defeca sobre el desempeño de nuestros futbolistas. El último ejemplo de esto fue el encuentro por la Copa Centroamericana disputado en San José, Costa Rica, frente a Honduras. En el primer tiempo no sólo los defensas catrachos se ensañaron con los delanteros panameños repartiendo empujones, patadas y trompadas, en la cara del árbitro y los ‘guardalíneas’, sino que una falta gravísima en el área penal, se ignoró. Los oficiales se guardaron el pito allí, donde la espalda pierde su augusto nombre, según afirmó un prestigioso intelectual cuyo nombre no recuerdo.

Lógicamente, nuestros jugadores vapuleados por los rivales que, avalados por el arbitraje de los tres malvados obligados a impartir justicia, asumieron que Panamá estaba jugando contra catorce contrincantes, en vez de los once que establecen la competencia y la decencia. Así las cosas soportaron con la paciencia de Job, que nunca compartiré, los abusos de jueces que reciben una paga para manejar honestamente una confrontación. En el segundo tiempo los nuestros mejoraron su desenvolvimiento en la cancha y dominaron indiscutiblemente a sus contrarios, haciendo caso omiso a la ceguera que no castigó con amarillas las extralimitaciones de los hondureños.

Pero ocurrió nuevamente lo que las autoridades que rigen el fútbol no quieren admitir, las fallas arbitrales deben ser reexaminadas por el video. De ser así la segunda falta contra Panamá en el área determinante, hubiese sido cantada, y el resultado final hubiese sido otro. En resumen, Panamá, que debió ganar 3 a 1, terminó empatado a 1, porque así lo quieren los que manejan un deporte que ha degenerado en comercio, sinónimo de corrupción, como lo dicen intelectuales de la talla de Eduardo Galeano y futbolistas históricos como Diego Armando Maradona.

En las grandes ligas vemos cómo los árbitros recurren al video para determinar si una pelota sale del cuadro por la zona correcta para decretar la legalidad de un cuadrangular, en el fútbol americano frecuentemente se satisface a público y jugadores, revisando lo ocurrido en el terreno, y ni hablar de las carreras de caballos en donde la patrulla fílmica muestra si hubo o no, excesos de los jinetes en la conducción de sus ejemplares.

Pero ¿por qué no ocurre lo mismo en el fútbol? Porque se impone el interés de los dueños del negocio. Lo que importa es inalterable status quo, que nadie haga olas, aunque de vez en cuando las masas fanatizadas se maten en las gradas protestando la falla garrafal del desalmado que pita un partido, no pensando en aplicar justicia, sino en cobrar unos cuantos dólares que le servirán para mantenerse en la planilla ignominiosa de quienes lucran con el fanatismo de las masas y el regionalismo de los pueblos. Dios, ser supremo, es chicha e’ piña para los árbitros, pues ellos son tan infalibles que, incluso, hemos escuchado a narradores de béis justificando los pésimos fallos con excusas inadmisibles. El periodismo deportivo honesto, debe emprender una campaña seria, para acabar con este cáncer que le veda al público y a los atletas la posibilidad de una competencia limpia.

*PERIODISTA.

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