• 04/07/2013 02:00

Democracia y libertad de expresión

En Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll presenta un diálogo revelador. —Cuando uso una palabra —dice Humpty Dumpty— ella s...

En Alicia en el país de las maravillas, Lewis Carroll presenta un diálogo revelador. —Cuando uso una palabra —dice Humpty Dumpty— ella significa exactamente lo que quiero que signifique. —La cuestión es —responde Alicia— si puedes hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. —La cuestión es —contesta Humpty Dumpty— quién tiene el poder. Eso es todo.

Alicia queda perpleja ante esa aseveración, una situación que se repite continuamente en el debate entre los gobiernos que se proyectan como defensores de la democracia y los medios de comunicación que aseguran ser baluartes de la libertad de expresión.

La relación entre democracia y libertad de expresión es sumamente estrecha. La Carta Democrática, aprobada por unanimidad en la OEA, afirma que el ejercicio de la libertad de expresión es un componente fundamental de las prácticas democráticas.

A pesar de que la democracia supone la igualdad de todos los ciudadanos, hay quienes no están dispuestos a aceptar una democracia como gobierno de la mayoría. Eso obliga a que las decisiones mayoritarias sean las más democráticas, porque han sido refrendadas en elecciones formalmente libres.

A partir de allí se genera un sistema de convivencia, donde mayorías y minorías, deben competir y tomar decisiones dentro de reglas de juego democráticas. Este tipo de democracia, requiere, en forma indispensable, la presencia de una amplia libertad de expresión, entendida como una libertad que los individuos ejercen, también en forma democrática, frente a los gobernantes y frente al resto de la sociedad.

El problema deriva en que cuando la libertad de expresión se ejerce sin equidad en los hechos, la veracidad queda hecha añicos y se plantea la perplejidad de que son los medios de comunicación quienes pretenden ejercer el poder de hacer valer su verdad absoluta.

El tema lo trató con precisión hace unos meses, el periodista estadounidense John Dinges, en un panel sobre Periodismo y democracia. Su enfoque central estuvo alrededor de la calidad del Periodismo.

Dinges, célebre por ser el autor de Nuestro hombre en Panamá, una de las obras más reveladoras sobre Manuel Noriega, afirmó que el Periodismo debe afirmarse en principios que generen credibilidad en la población y sustentar con pruebas irrefutables cada uno de sus señalamientos.

En opinión de Dinges —reconocido también por su obra Operación Cóndor, que sacó a la luz las alianzas secretas de las dictaduras del Cono Sur— los periodistas deben hacer su trabajo con alto contenido ético y no deben esperar condenas o defensas por parte de los gobiernos. Profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York, Dinges recalcó durante una conferencia en Panamá la necesidad de que en el ejercicio de su profesión el periodista observe una conducta apagada a los principios y valores democráticos, sin sectarismos.

Subrayó que el periodista debe resguardarse de no caer en la mentira ni en la corrupción. Compartió el criterio de que el Periodismo debe convertirse en un baluarte de la democracia. Eso demanda la necesidad de guardar el equilibrio.

Rechazó el empleo de expresiones ofensivas, descalificadoras, irritantes o inútilmente vejatorias, porque contradicen el valor estratégico de la libertad de expresión en una democracia. ‘Por creerse con derecho a insultar, el Periodismo no es necesariamente bueno para la democracia’, recalcó.

Dinges hizo referencia al principio de la real malicia, establecido como doctrina en Estados Unidos a mediados de la década de 1960, para explicar que el periodista no debe actuar con intencionalidad. En apego a la verdad, debe ejercer su oficio con precisión, imparcialidad y equidad en cuanto a sus fuentes.

Dinges, que está trabajando en una nueva obra sobre los medios de comunicación en el continente, promovió la necesidad de que exista un Periodismo autocrítico, que se fiscalice a sí mismo. Los principios obligan a defender el buen ejercicio del Periodismo, no las malas prácticas, puntualizó.

‘Así como los servidores públicos deben rendir cuentas por sus actuaciones, la mejor defensa del Periodismo es la autofiscalización. Debemos demostrar a la sociedad que el Periodismo tiene importantes estándares de calidad, como una forma de servir a la sociedad, porque el Periodismo no está por encima de la ley’, reafirmó.

Las palabras del periodista boliviano José Gramunt de Moragas, son contundentes: ‘Contra la dictadura de la comunicación, la ética en la comunicación’.

PERIODISTA.

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