• 16/01/2014 01:00

Premoniciones reales

A propósito del escándalo creciente sobre las cuentas elásticas —como si fueran de caucho— presentadas por los operadores de la ampliaci...

A propósito del escándalo creciente sobre las cuentas elásticas —como si fueran de caucho— presentadas por los operadores de la ampliación del Canal de Panamá, ya sean ellos contratistas o contratantes, me viene a la memoria inmediatamente el malhadado sino de este lugar que adquiriera fama mundial, cuando las cuentas de Lesseps y sus asociados no resultaran claras a los ojos de la justicia francesa, dando lugar al encauzamiento judicial de todos los que se involucraran en aquel proyecto, pero sobre todo dando nacimiento a un frase peyorativa cuando se pretendía señalar a algún proyecto como descuidado o malversado. Es así como los franceses decían: ‘¡Esto es un Panamá!’, para juzgar una situación financieramente oscura. No obstante la cita anterior, la mala fama ya tenía un precedente en la época colonial, que pretendo recrear libremente sin acudir a detalladas citas de investigadores.

Se cuenta que cuando la antigua ciudad de Panamá quedó destruida en 1671 por consecuencia de los incendios sobrevinientes a la lucha entre piratas y defensores de la ciudad, fue menester trasladarla al sitio que ocupa hoy. Habida cuenta de la vulnerabilidad previa demostrada por una ciudad abierta, se recomendó rodear su perímetro con unas murallas cuyos restos están ostensibles en las Bóvedas para disfrute de paseantes nacionales y extranjeros.

La muralla aquella fue objeto de numerosos comentarios, debido a sus costos elevados, siempre ajustados hacia arriba, basándose en el incremento de los insumos y de las cuentas presentadas por sus constructores. Estas eran a su vez repasadas por los fieles y leales funcionarios del gobierno local, que juzgaban necesario mejorar con nuevos incrementos el informe que debían cursar al Rey.

Una anécdota de la época se refiere al rey de entonces, el cual presumo que era Felipe V, el Borbón recién estrenado, ya que el anterior Carlos II había dejado de serlo allá por 1676, así que el acuerdo y orden de ejecución concedido por el primero al informe de Antonio Fernández de Córdoba elevado en 1673, solicitando autorización para el proyecto de una muralla para la nueva ciudad no habría empezado a surtir efectos en la obra de construcción.

El rey, examinando las cuentas que le remitían de los crecientes y siempre ajustables costos de las murallas de Panamá, se asomó a uno de los balcones del Escorial y —oteando el horizonte con insistencia— no abandonaba su mirada escrutadora, ante lo cual su ministro encargado de la Hacienda se acercó al balcón y le preguntó: ‘Majestad, ¿puedo saberse qué mira con tanta fijeza?’. Y este le respondió: ‘Busco las murallas de Panamá, que por sus costos ya deben verse desde este lado del océano’. A lo cual su ministro respondió: ‘Majestad, la altura de las obras es la misma que se proyectó inicialmente, son los costos los que han variado, pero esas murallas son necesarias para proteger a los habitantes y nuestro patrimonio de los ataques de los piratas’. El rey dejó de otear el horizonte y volviendo la mirada a su ministro en forma comprensiva, le dijo: ‘¡Los piratas están adentro, no afuera de las murallas!’.

*MÉDICO.

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