• 28/01/2014 01:00

Las estaciones del Metro

E s innegable que la administración gubernamental ha de intentar culminar su gestión (o esta parte de su gestión, según interpretan algu...

E s innegable que la administración gubernamental ha de intentar culminar su gestión (o esta parte de su gestión, según interpretan algunos) presentando a la comunidad, como parte de sus ejecutorias, una lista de obras que pretendan deslumbrar al electorado para que se guíe por las mismas para fundamentar su decisión de voto. Esa es la realidad innegable

No he de recoger en el presente artículo los criterios y murmuraciones sobre sobrecostos y demás etcéteras. Las obras que se concluyan estarán ahí y hay que adoptar criterios sobre su utilización: Las intersecciones viales mejoradas con diversos tipos de paso a desnivel cumplirán —o no— su función esperada y el tráfico vial aliviará su pesada congestión según lo esperamos.

Debo referirme al Metro, el cual, una vez concluido, comienza otro tránsito distinto, que no consiste solo en la movilización de personas, sino en mostrar el tipo de urbe que le ha tocado representar.

Desde ese punto de vista un Metro tiene dos caras: su funcionalidad y su rostro cultural. La funcionalidad comprende la puntualidad y la seguridad. El rostro cultural va más allá del presente y apoyándose en el pasado se proyecta al futuro a través de la recreación de hitos de la cultura de cada nación.

En Latinoamérica es conocido el rostro aseado y resplandeciente del Metro de Medellín; en el mundo hay ejemplos arquitectónicos y escultóricos como el de Moscú, o los colores mágicos y futuristas del Metro de Estocolmo, que expresan visualmente una intención de conducir al pasajero, no solo a su destino ocasional, sino hacia un necesario horizonte cultural. En México es clásica la ilustración de los nombres de las estaciones con dibujos o diseños que orientarían a quien no lee el idioma, o hasta un iletrado, acerca de la estación en que se debe bajar.

Es en esta parte en donde nos viene la angustiosa pregunta ¿transformaremos las estaciones del Metro en una inmensa valla publicitaria de negocios y supermercados? ¿O trasladaremos la decisión sobre su nomenclatura a instituciones y sociedades especializadas de artistas e historiadores, que, bajo la responsabilidad del INAC, aprovechen esta oportunidad para el crecimiento cultural del ciudadano? Esa responsabilidad implica nominar las estaciones y decidir qué mensajes visuales pictóricos o escultóricos han de caracterizar cada una de ellas.

En mi opinión hay nombres imprescindibles como: ‘9 de Enero’ para la estación más cercana a la línea de la histórica confrontación; ‘Victoriano Lorenzo’ y ‘Belisario Porras’ en las estaciones más cercana a aquellos corregimientos, etc.; y, por favor, no le vayan a poner ‘Albrook’ a la estación terminal cercana al mismo centro comercial. Ya que es un nombre de tendencia anglófila, que evoca solo la coyuntura de un viajante aéreo y nada más. Tampoco se le pueden poner nombres de magnicidas frustrados, como el desapercibido nombre de Vicente Azuero, desfalcador del ejército de Bolívar y cómplice del intento de asesinato de este en el palacio de San Carlos. En fin, para eso debe estar una junta que convoque el INAC. Tienen la pelota en su campo. Ojalá haya decisiones correctas trascendentes y no coyunturales.

MÉDICO.

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