• 12/03/2014 01:00

Campañas para fabricar líderes políticos

Terminó el jolgorio. Regresamos a la normalidad de nuestras vidas, pero lo distinto este año es que tenemos escaso mes y medio para pens...

Terminó el jolgorio. Regresamos a la normalidad de nuestras vidas, pero lo distinto este año es que tenemos escaso mes y medio para pensar muy bien cuál ‘producto’ vamos a comprar en mayo próximo. Nos tocará alegrarnos si la decisión resulta buena; o calarnos nuestro arrepentimiento por cinco años, si nos dejamos engañar. No podremos devolver el ‘producto’ si resulta deficiente y la culpa no será de nadie más.

Como ciudadana considero mi soberano derecho poder manifestar libremente mis dudas sobre las virtudes de un ‘producto’ desconocido que, a punta de propaganda y plata, se pretende vender como fuerza novedosa capaz de resolver problemas habidos y por haber. Conste que son dudas justificadas, porque, a cambio de mi voto, tengo derecho a exigir pruebas y antecedentes personales que sustenten sus compromisos sospechosos.

Debemos elegir un líder capaz de conducir el país hasta 2019. La decisión es tan importante que sería casi un delito contra la patria si se basara en espejismos o en baratijas como las intercambiadas por nuestro oro hace siglos. Hoy nuestro oro es nuestro voto; no podemos entregar nuestro tesoro a cambio de un ‘producto’ cuya hoja de vida y cuyas pretendidas virtudes sean escasamente explicadas, sin pruebas ni detalles, en descomunal publicidad.

Un auténtico líder no se fabrica con propaganda: se forja tras una vida de esfuerzos por lograr objetivos personales; y, si es político, se fragua en el crisol de luchas públicas y sacrificios por el bienestar común. Quien aspire al liderazgo político gana sus credenciales con logros propios en el campo político o en el servicio público, no con propaganda armada por expertos publicistas.

Un líder político se hace, no lo hacen. Se evalúa por su trayectoria, sus logros, sus éxitos, inclusive, sus fracasos, no por publicidad repetitiva y vacua. Para ser un líder en quien confiar las riendas del país no es necesario ser ‘buena gente’, ni bien parecido, ni tener una ‘bonita’ familia, ni saber de música, ni haber viajado por el mundo. Todos esos adornos —y ser buen vendedor— ayudan, lo concedo; pero ninguno comprueba que esa persona tiene lo que se necesita para dirigir un país, ni la visión de estadista que sería el mínimo requisito para cumplir con esa extraordinaria función.

Si necesito una cirugía delicada, no busco un cirujano músico; si necesito una buena escuela para mis hijos, no busco la que tenga las maestras más atractivas; si necesito un mecánico competente, no busco al que tenga el eslogan más llamativo. Ninguno de esos atributos me ayuda a escoger el mejor.

El mejor lo encuentro después que investigue cuántas cirugías delicadas ha realizado con éxito, cuántos estudiantes han culminado estudios superiores gracias a su formación básica, cuántos vehículos fueron reparados sin quejas. Son los antecedentes pertinentes en el campo que me interesa, no los ‘falsos positivos’, para usar un término en boga en otro país. La propaganda es válida para vender un buen producto, pero resulta fraudulenta, si con ella se intenta mercadear un producto deficiente; o si trata de esconder información pertinente para agobiarnos con mensajes huecos.

La decisión que enfrentamos no es una rifa, como tampoco nuestro voto es una ficha en la ruleta. El país no es un casino y, aunque hay mucho en juego, no se trata de dejarlo al azar. Nuestra decisión debe resultar del análisis concienzudo y de la reflexión desapasionada. Decidamos con criterio libre y, sobre todo, propio. No nos salga un ‘domingo siete’, a la mexicana, sino un patriota dispuesto al sacrificio para beneficio de la colectividad a la que deberá responder.

EX DIPUTADA DE LA REPÚBLICA.

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