Un homenaje fatídico a los mártires del 9 de enero

Actualizado
  • 11/01/2014 01:00
Creado
  • 11/01/2014 01:00
PANAMÁ. El día que se cumplían seis años de la gesta patriótica del 9 de enero de 1964, Jorge Tulio Medrano Caballero —un joven de 18 añ...

PANAMÁ. El día que se cumplían seis años de la gesta patriótica del 9 de enero de 1964, Jorge Tulio Medrano Caballero —un joven de 18 años— decidió secuestrar un avión para rendir homenaje a los mártires, según relato.

Era una aeronave C46 de la empresa Rutas Aéreas Panameñas (RAPSA) con matrícula HP -291, que cubría la ciudad de Panamá hasta David y la zona bananera de Changuinola.

La intención de Medrano Caballero era desviarlo hacia Camagüey, Cuba.

Ese viernes 9 de enero de 1970, el avión que cumplía el vuelo 17 de la programación aeronáutica local fue objeto del primer secuestro aéreo en territorio nacional, y a la postre también el único. El vuelo partió a las 9:45 a.m.

Ante la imposibilidad técnica de que pudiera llegar al destino exigido por el secuestrador (no disponía de suficiente combustible y carecía de mapas de navegación para aplicar el plan), debió aterrizar en David, previa información por parte del piloto, capitán Enrique Pretelt, al operador de la torre de control del aeropuerto Enrique Malek, Augusto Renjifo.

EVITAN PRIMER SECUESTRO AÉREO DE PANAMÁ

El operador de la torre de control informa al jefe de la Quinta Zona Militar, mayor Manuel Antonio Noriega, y la comunicación fluye hacia el jefe del G2, coronel Florencio Flores, quien le ordena a Noriega que proceda a recibir el avión.

Con la llegada de la aeronave a la pista de aterrizaje de David, Noriega dispuso de sus hombres clave para este tipo de operaciones y al frente de ellos se dirigió al aeropuerto Malek.

Al llegar, la nave de RAPSA fue ubicada en la cabecera de la pista mientras se daba comienzo al diálogo con el secuestrador.

Desde la cola de la nave, el propio mayor Noriega, mediante mensajes tranquilos, intenta controlar al secuestrador.

Ya el capitán del HP-291, Enrique Pretelt, había informado que se trataba de un solo secuestrador, un joven fornido, muy alto y acuerpado, no mayor de 20 años, 1,80 metros de estatura y unas 200 libras de peso, para hacer valer su dominio, mantenía inmovilizado y amenazado con un revólver a un empleado de la aerolínea de nombre Luis Córdoba.

Este muchacho, que se mueve de un lado a otro con Córdoba sujetado del cuello, y cuyos pasos pesados se sienten afuera y producen movimientos o maqueos muy leves en el cuerpo del avión, comenzó a acelerar su nerviosismo, elevar sus gritos y en un momento inesperado, soltó un disparo que hirió a su escudo humano, Luis Córdoba.

Noriega ha cerrado comunicación con el coronel Flores, jefe del G2, y está directamente al frente de la operación. Ya le ha prometido un boleto gratis al secuestrador para que viaje a Cuba, pero aún así, la situación es incierta allá adentro.

En otro instante se escucharon gritos, al parecer de una de las aeromozas, lo que le hace suponer que pueda haber más heridos.

Entonces el capitán Pretelt accede a abrir una escotilla lateral, la Guardia Nacional le tira una cuerda para que descienda, y una escalera humana formada por los hombres del pelotón especial de Noriega, sostienen al subteniente Armando Palacios Góndola, experto francotirador, quien desde la escotilla enfoca el objetivo, ubicado al fondo en la cola del avión.

En minutos, y ante la negativa a la rendición, a condición de respeto a su vida, se desplomó por la acción de cuatro balas certeras que dieron en su pecho.

El drama concluyó en minutos, y en medio de la trifulca, los 18 pasajeros cumplieron con sus registros y protocolos de seguridad impuestos por la Guardia Nacional.

El día 3 de enero, seis días antes de lo ocurrido con el avión de RAPSA, una aeronave tipo Caravelle, perteneciente a la aerolínea brasilera Cruzeiro Do Sul, con 35 personas a bordo —entre pasajeros y tripulantes— fue secuestrada en Montevideo, Uruguay, aterrizó en el aeropuerto de Tocumen para ser reabastecida y atendida logísticamente con alimentos. Esta aeronave, como era la moda, esa misma noche llegó a La Habana.

Estos casos ya casi frecuentes despertaron las alarmas en los estamentos de la seguridad nacional panameña y en las autoridades aeronáuticas, que en todo caso debían regirse por los protocolos exigidos por la ONU para estos casos y las instrucciones de las autoridades federales de aviación de los Estados Unidos (AFA), que recomendaban a los ejércitos no intervenir militarmente, y a los pilotos, no poner resistencia a los aeropiratas o secuestradores.

1970, INICIA UNA OLA DE SECUESTROS ÁEREOS

La epidemia de los secuestros aéreos se impuso en América Latina como consecuencia directa de los ardores románticos de la juventud rebelde y del surgimiento de movimientos revolucionarios, inclusive armados, y gozaba de la aceptación tácita de Cuba, bien pudiera creerse en el caso del avión de RAPSA, que alguna conexión de tipo comunista subyacía en el fondo de esta operación fallida y trágica para la familia panameña. Un joven aparentemente incauto, había caído en el intento de secuestrar una aeronave local.

El mayor Noriega albergaba algunas dudas y hubo reacciones fuertes en contra del exitoso operativo, aunque, desde luego, siempre ganaron los aplausos, lo primero que se supo fue que el joven secuestrador se hizo llamar Noé Campos Solís, hijo del propietario de una cantina en el pueblo de Ocú.

Un día antes, Medrano Caballero, agitado, llegó a la cantina de su padre y se llevó treinta y cinco balboas de la caja. Los rumores señalaron que un vehículo y alguien más dentro lo esperaban.

Después de varios años, a Panamá llegó una misión nada ruidosa pero muy especial de lo que entonces se llamaba el Departamento América, una especie de Ministerio de Relaciones Exteriores cubano combinado con inteligencia.

El jefe de la delegación, Manuel Piñeiro, apodado ‘Barba Roja’, habló con el ya teniente coronel Noriega y tocaron el caso del avión secuestrado el 9 de enero.

Noriega, quien siempre tuvo la duda de si el secuestrador había actuado solo, comentó a Piñeiro la sospecha aún refundida en sus cálculos de investigador militar.

Entre bromas y anécdotas Piñeiro dijo que el secuestrador había sido acompañado por dos pasajeros, uno de nacionalidad argentina y otro cubano de nacimiento, ambos con identidades falsas.

Nunca se supo si Barba Roja hablaba en serio o en broma cuando le dijo a Noriega: ‘Paraste el secuestro, pero no detuviste a todos’.

El piloto Enrique Pretelt fue sancionado por haber abandonado la nave con pasajeros a bordo.

Entre este piloto y el mayor Noriega nació una profunda amistad personal, rota abruptamente el día que Pretelt se presenta como testigo contra el general Noriega en el juicio que enfrentó en Miami, Estados Unidos.

El subteniente Armando Palacios Góndola siguió en la institución hasta jubilarse con el grado de mayor.

Con el tiempo, el mayor Manuel Antonio Noriega quiso limar asperezas con la familia del occiso y llegó a compartir una relación cercana con la familia Medrano de Ocú, a través de su amigo Celso Carrizo.

En el prontuario internacional de la piratería aérea, el caso del joven Medrano fue el primer secuestro aéreo abortado militarmente.

Las felicitaciones a nivel mundial por este hecho las recibió el Brigadier general Omar Torrijos, comandante en jefe de la Guardia Nacional. Torrijos condecoró a la Quinta Zona Militar.

La aviación civil a nivel de América Latina aceptó que los aviones llevaran custodios anónimos debidamente armados para evitar secuestros.

Es curioso que haya sido el teniente Manuel Antonio Noriega, designado por el general Bolívar Vallarino, quien se encargara del discurso de despedida del único miembro de la Guardia Nacional que murió el 12 de enero de 1964, sargento Celestino Villarreta, y lo hizo en Colón, en su funeral.

Villarreta se enfrentó a los soldados norteamericanos que amenazaban con cruzar el límite territorial a la altura de YMCA y figura en el panteón de los 21 mártires de aquella gesta.

El teniente Pedro Cedeño, desde los altos del Palacio Legislativo, se convirtió en un certero francotirador, ante la avalancha de disparos de soldados norteamericanos.

Cedeño tomaba cursos de estrategia militar en Estados Unidos y su beca fue cancelada y al mejor estilo gringo, pasó a la historia como uno de los primeros panameños en perder la visa estadounidense.

Noriega ni nadie podía imaginar que un joven panameño quisiera rendir homenaje a los mártires secuestrando un avión.

El modus vivendi de Jorge Tulio Medrano Caballero no lo hace sospechoso de haber sido un insurgente: era tranquilo, corpulento, de buenos modales, idealista, fervoroso nacionalista y radio escucha de las radio emisoras cubanas que estaban de moda y propagaban la revolución cubana, las consignas y los heroísmos de aquella época, con la marcialidad sublime del himno internacional proletario y la voz inconfundible del comandante Fidel Castro.

En realidad, Jorge Tulio Medrano Caballero quiso rendir un homenaje a los Mártires de 1964, aquella mañana del 9 de enero de 1970. Y con suerte ir a cortar caña a Cuba, como lo pregonó, poseído por el miedo, en los forcejeos cruciales del secuestro de la aeronave HP-291.

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