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- 29/08/2017 02:05
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Con solo 40 años, Arnulfo Arias Madrid había logrado el sueño de cualquier político. Él, un humilde campesino coclesano como solía autodenominarse, ahora ocupaba el solio presidencial. Pero luego de la vida apabullante y licenciosa de París, sentía que se había bajado de un tren para pasear a caballo nuevamente. Sentía que algo le faltaba, y entonces se concentró en su trabajo y en su profesión. Las cuestiones de Estado giraban en torno a la guerra y Panamá vivía un momento económico de mucha abundancia.
Ya en su calidad de presidente electo decide viajar y se va para Cuba, México, Costa Rica, Puerto Rico y Estados Unidos en compañía de uno de sus grandes amigos, Alcibíades Arosemena. Estaba en la plenitud de su vida y trataba de disfrutarla al máximo. Cuando se encontraba en Panamá no era raro que viajara hasta Colón, que para la época competía con la capital en cuanto a la vida nocturna. Allí solía ir acompañado por el diputado de su partido Luis J. Saavedra, quien además era periodista.
En sus primeros meses de gobierno, mediante un plebiscito que gana por más de cien mil votos, modifica la Constitución de 1904. En esa elección por primera vez la mujer panameña tuvo la oportunidad de sufragar. Uno de los cambios introducidos en la nueva carta magna era la extensión del periodo presidencial de cuatro años a seis, de manera que Arnulfo gobernaría hasta 1947.
‘Aceptar los términos de la solicitud americana sería destruir nuestra propia identidad nacional',
ARNULFO ARIAS MADRID
LÍDER PANAMEÑO
Durante su primer año de gobierno (1940), Arias Madrid crea la Caja de Seguro Social y el Banco Agropecuario. Impuso el uso del uniforme para ejercer ciertas labores, pagó la deuda externa y aprobó la emisión de nuestra propia moneda nacional, el balboa.
En 1941, la presión del gobierno americano sobre las autoridades panameñas se hacía cada vez más fuerte. Con la excusa de la necesidad de la defensa del Canal de Panamá, los gringos empezaron a exigir al gobierno nacional cada vez más concesiones: Querían negociar nuevos sitios de defensa y que los mismos se extendieran por 999 años, artillar todos los barcos de bandera panameña y abrir nuevos aeropuertos militares.
A todas estas presiones y amenazas, el presidente respondía a través de su canciller Raúl de Roux negándose, de una manera enérgica, a cualquier medida que fuera en detrimento de nuestra soberanía y dignidad como nación.
Para los primeros meses de 1941, el embajador de los Estados Unidos en Panamá deja atrás la cortesía diplomática y amenaza al gobierno panameño exigiéndole que se les permita el uso de tierras y aguas adicionales para su ejército, sin compensaciones.
MENSAJE AL PAÍS
Arnulfo se vio obligado a explicar a su pueblo lo que ocurría y habla en cadena nacional a través de la emisora ‘HP5A Radio Teatro Estrella de Panamá'.
Queda para la historia parte del discurso del presidente en esos momentos de incertidumbre: ‘Nos hallamos ante una prueba definitiva para el futuro de nuestra propia existencia como nación. Aceptar los términos de la solicitud americana sería destruir nuestra propia identidad nacional y abrir el camino a la lenta desaparición de la república'.
Unos meses más tarde, aprovechando que el 4 de julio se celebraba en Panamá como día de fiesta nacional, el día anterior el socio de Arnulfo, José Wendehake, lo invita a pasar una velada en el Happyland, el más exclusivo de los cabarets de moda, ubicado cerca de la 5 de Mayo.
Arnulfo acepta y cuando llegan al local, pasadas las diez de noche, este se encontraba atiborrado de público, especialmente soldados, lo que no fue del agrado del presidente que solo a ruego de su amigo permaneció en el sitio. Adentro, en otra mesa, alcanzaron a ver a Plinio Varela, José Zubieta y Eduardo Vallarino, quienes se levantaron a saludarlos.
ANITA, ¿MITO O REALIDAD?
La primera función de esa noche dio inicio a las once y a Arnulfo le pareció más divertido que artístico. Una de las jóvenes que bailaba atrajo su atención. Al final, el presidente consiguió, sin problemas, que le llevaran a su mesa y le presentaran a Anita De La Vega.
Dos semanas más tarde se volverían a ver, pero esta vez en la clínica de Arias. Arnulfo no podía quitarle los ojos de encima, no dejaba de pensar en ella. Averiguó que ella vivía en el hotel Normandie, donde alquilaba una pequeña habitación junto a una compañera.
Después de varios días de esquelas y notas y de otra visita al consultorio, el presidente la convenció de verse en el hotel. Una vez allí, Arnulfo abrazó a Anita y la besó con fuerza en la boca mientras una mano apretaba sus pechos y la otra exploraba su cuerpo. Anita jadeó excitada y sorprendida no había esperado que el gentil, amable y considerado doctor fuera tan apasionado y diestro y se entregó a él, como no recordaba haberlo hecho con nadie desde que llegó de Cuba. ‘No quiero irme', decía él. ‘Tu esposa estará inquieta', decía ella con voz suave y sin ánimo.
Al siguiente día, Arnulfo regresó y le dijo: ‘No te preocupes, a pesar de mis años no soy ni un hombre ni un presidente aburrido. Me gusta la política, pero vengo del campo, me agrada cuidar mis fincas y recorrerlas con mis perros y después pasar la velada leyendo o escuchando la radio, pero lo que me ha ocurrido contigo tiene aires de continuidad'.
‘Desde mañana quiero que abandones tu trabajo y te mudes al Hotel Central, donde ya tienes una habitación reservada a tu nombre y está de más decirte que tus gastos y lo que necesites correrán por cuenta mía'.
Durante los meses siguientes, Arnulfo pasó menos tiempo con su amante del que habría deseado. Su responsabilidad como mandatario en época de guerra consumía gran parte de su labor aunque siempre buscaba un espacio para dedicárselo a su amante. Se veían todas las semanas y poco a poco olvidaron las medidas de precaución. En una ocasión envío a un colaborador suyo de apellido Mujica a que la acompañara al almacén El Corte Inglés a comprarse ropa más adecuada a su nueva realidad.
La esposa de Arnulfo ya debía estar enterada, así lo creía Anita porque la ciudad de Panamá era un lugar muy pequeño. Él le daba la razón. Pero no haría nada, le dijo él, nunca lo hace y eso la hizo sentir como una aventura más del presidente.
Una tarde yacían en la cama después de hacer el amor; él le apretó mucho la mano y le dijo: ‘Ana Matilde sabe que yo jamás la abandonaría. He luchado muy duro por lo que tengo y no podría causarle ningún daño ni a ella ni a su familia. Además que un divorcio acabaría con mi carrera política. Ella me conoce muy bien y sabe que hay una extraña seguridad en un hombre que siempre se está enamorando. Como presidente y antes en mi calidad de diplomático he conocido a muchas mujeres hermosas y las he disfrutado. Pero ahora tengo una gran responsabilidad como presidente de este pequeño país y espero que lo comprendas', dijo el presidente.
Los días de Arnulfo eran acaparados cada vez más por asuntos de Estado. Anita nunca sabía cuándo se verían y las llamadas antes tan largas y continuas empezaron a escasear. Ella sentía que a su manera él la amaba, pero sabía que no había la menor posibilidad de que el presidente dejara a su mujer para casarse con ella.
A finales de agosto del 1941, Anita recibe una carta de su madre, quien residía en un barrio obrero de La Habana suplicándole que vuelva de inmediato que le habían diagnosticado un problema hepático y temía por su vida. Con el poco dinero ahorrado Anita decide volver a su patria sin consultar con su amante porque que le aterraba pensar que el presidente, amparado en su poder y de temperamento celoso, la pusiera a elegir entre él y su madre. Así que se marchó dejándole una larga esquela a donde le explicaba los motivos que la impulsaron a tomar esa decisión y su deseo de no perjudicarle más.
Cuando Arnulfo se entera de la salida de su amante de Panamá, su primer pensamiento fue de incredulidad, no estaba acostumbrado al rechazo y menos que una mujer lo abandonara de esa manera.
Desde su despacho consigue hablar con el cónsul general de Panamá en Cuba, al que le pide que muy discretamente averigüe por el paradero de su amante. Una semana más tarde, recibe un radiograma con la información requerida. Con ese aviso en su poder consigue ponerse en contacto con ella, que le cuenta que su mamá se restableció. Arnulfo le pide que regrese y ella insiste en que no hasta que unas semanas más tarde y actuando por impulso como tantas otras veces en su accidentada vida política planifica un viaje a La Habana, con el mayor hermetismo, para pasar unos días con Anita en el Hotel Miramar, en la playa de Varadero para convencerla quizá a que regresara con él.
El lunes seis de octubre de 1941, en la noche, sube a un scout del ferrocarril que lo lleva a Colón donde aborda un avión de la Panamerican Airways con destino a Barranquilla, de donde sale al día siguiente a Cienfuegos y de allí se va por tierra a Varadero. Todo esto hizo para evitar ser reconocido si viajaba vía La Habana. Pero con lo que no contaba Arnulfo era que la inteligencia americana estaba al corriente de todos sus pasos y que no desaprovecharían la ocasión para librarse de él. Era el siete de octubre de 1941. Dos días después, estando en Cuba, fue derrocado.
========== NO SE PIERDA MAÑANA LA TERCERA ENTREGA: ‘EL DERROCAMIENTO Y EL RETORNO DE ARIAS MADRID '