Carlos Iván Zúñiga, El tribuno panameño

Actualizado
  • 08/12/2023 11:59
Creado
  • 08/12/2023 11:59
El Dr. Zúñiga fue un orador que se desempeñó en escenarios diversos y supo ajustar su oratoria a cada uno. Actuó con éxito en el tribunal de justicia, como abogado defensor; en la cámara legislativa, como representante de la Nación

La reputación de Carlos Iván Zúñiga como el gran tribuno panameño se extendió sobre la mitad del siglo XX.

Se inició como orador de masas en el parque de Santa Ana, pero sus primeras lecciones de oratoria las recibió en su pueblo natal, Penonomé.

En esa pintoresca localidad del centro de la República, la oratoria sacra del párroco José Antonio Rabanal marcó la vida del joven Zúñiga.

En su paso por Penonomé, otros oradores también produjeron honda impresión en el ánimo del muchacho: el Dr. Belisario Porras, en su campaña política de 1936, el Dr. Felipe Juan Escobar, en la audiencia que tuvo lugar en 1940; don Héctor Conte Bermúdez; y algunos de los predicadores que el Padre Rabanal solía invitar a los oficios de la Semana Santa y otras conmemoraciones religiosas, quienes desde el púlpito de la Iglesia de Penonomé pronunciaban sus homilías con elocuencia y distinción.

Como otros panameños de la época, Zúñiga prestaba atención a los debates del Congreso colombiano, que escuchaba a través de radio-receptor municipal, colocado en la plaza para beneficio de la población.

Las intervenciones del inolvidable caudillo Jorge Eliecer Gaitán en aquella cámara construyeron una influencia notable en su estilo retórico.Desde su temprana adultez, los discursos del Dr. Zúñiga en las plazas públicas y recintos universitarios fueron poco a poco adquiriendo fama.

Se destacó por su retórica en las Asambleas de 1952 a 1956 en la que como suplente reemplazó al diputado principal Jorge Illueca, durante la mayor parte del periodo y de 1964 a 1968, cuando fue elegido diputado principal por la provincia de Chiriquí.

Sobresalió como tribuno en las grandes concentraciones obreras de 1960 a 1968; en las discusiones sobre las negociaciones canaleras de 1967 y 1977 y, sobre todo, en la lucha civilista contra la dictadura militar, especialmente en el quinquenio de 1984 a 1989.

Como Rector de la Universidad de Panamá (1991-1994), su discurso fue más reposado, pero conservó el timbre grave, la dicción esmerada, el buen manejo del idioma, la capacidad de improvisación y la determinación por transmitir atinados mensajes.

El Dr. Zúñiga fue un orador que se desempeñó en escenarios diversos y supo ajustar su oratoria a cada uno. Actuó con éxito en el tribunal de justicia, como abogado defensor; en la cámara legislativa, como representante de la Nación; en el claustro universitario, como ilustrado preceptor; en la plaza pública, como guía y animador de las masas irredentas.

El discurso de Carlos Iván Zúñiga no era pomposo, sino de elegancia sobria. En ocasiones ponía dureza y mordacidad en sus discursos, sobre todo en defensa de los principios democráticos y civilistas que sostuvo a lo largo de su vida. Todo ello le merecía el reconocimiento popular: “Zúñiga habla sin tapujos” “dice la verdad”; “es el rejo”; “Zúñiga habla bonito”, “nadie le gana en la Asamblea”; “Tiene pico de oro”, eran comentarios que aderezaban conversaciones en los cafetines y los convivios familiares, en la Capital y el interior.

El Dr. Zúñiga era conocido por su incorruptibilidad, pero también por su chispa y agudeza profesional. Abundaron en sus intervenciones las respuestas perspicaces, como aquella que dio a las pretensiones de un ministro de Relaciones Exteriores, ingeniero de -profesión- de menospreciar sus señalamientos, arguyendo a la supuesta inclinación de los abogados por complicar los argumentos.

“Los ingenieros” –explicó el canciller en una sesión de la Asamblea Nacional- somos por naturaleza claros, directos, exactos, lógicos, ajenos a los rodeos y circunloquios, a diferencia de los juristas como el Diputado Zúñiga que buscan enredarlo todo.”

La respuesta fue apabullante: “Le recuerdo, Canciller, que Bunau Varilla también era ingeniero.” Destacaban de Zúñiga su mirada penetrante; las tonalidades de su voz, moderadamente gruesa, que empleaba con maestría para acentuar los aspectos más importantes de su discurso; su asombrosa memoria; sus conocimientos históricos; su capacidad de raciocinio; su recurso a la ironía, sin que ello jamás condujera al uso del epíteto insultante o el ataque personal. En las polémicas en que participaba, asumía sus posiciones con argumentación y energía deslumbrantes que derrotaban al contrincante.

En la Asamblea Nacional era temido por su fuerza dialéctica y su facilidad de palabra. Acudía a los juicios penales con planeamientos cuidadosamente definidos y martillaba incesantemente sus aspectos principales, hasta convencer al jurado.

Como el gran Sagasta —renombrado estadista español— Zúñiga tenía “fuego, electricidad, mucha electricidad en sus palabras, en su persona. Tenía, sobre todo, algo que cautiva, que retiene, que agrada, que regocija interiormente como pocos oradores, quizá como ninguno.”Enérgico y apasionado, mantuvo su espíritu joven hasta cuando su cuerpo envejeció hasta el duro esfuerzo de muchos años de sacrificio.

La fuerza de Zúñiga se fundaba en la solidez de sus convicciones democráticas y de justicia social, en la honradez política a toda prueba, en su coraje y valentía, y en su talento sobresaliente como orador. Publicado originalmente el 27 de diciembre de 2009.

Lo Nuevo
Suscribirte a las notificaciones