Entre historia y leyenda

Algo ocurre con la gente que habla de Arnulfo Arias. Sus enemigos ven en él a un nazi o racista, y sus seguidores lo exaltan como el ma...

Algo ocurre con la gente que habla de Arnulfo Arias. Sus enemigos ven en él a un nazi o racista, y sus seguidores lo exaltan como el mayor líder que ha conocido la historia republicana panameña; muchos, incluso, diseminan sucesos que la historiografía no ha alcanzado a oficializar mediante estudios científicos.

El día de su muerte, en 1988, el humanista Fermín Azcárate reflexionó que ‘a las ideas nacionalistas de Arnulfo Arias les falta un contexto historiográfico nacional para ser entendidas’. Miguel Antonio Bernal opina de forma similar pero analiza un ángulo más específico: ‘Mientras aquí en Panamá no se conozca realmente el papel jugado por la política de los gobiernos de EU contra Panamá, lo panameño, la panameñidad, no vamos a poder hacer un balance real, del papel de Arnulfo Arias’. Lo alarmante es que, esos vacíos historiográficos, perviven de manera inversamente proporcional, con la leyenda.

Y en este terreno de la leyenda, cualquier dato vale. Quienes conocieron a Arias no resisten a la tentación de contar alguna vivencia que --no con poca frecuencia-- raya en lo increíble. Y a veces, cuando lo hacen, hasta imitan su voz. Muchos parecen recrear --o ignorar-- cosas que nunca ocurrieron (¿o sí?); por ejemplo, preguntamos a varios panameñistas, si era cierto que él usaba dos relojes. Uno para la hora terrenal y otro para la hora sideral en otras dimensiones insondables y desconocidas. Casi todos sonreían con la pregunta, y enseguida decían ‘no… no es cierto’. Pero el profesor Alberto ‘Betito’ Quirós Guardia --que no es panameñista-- corroboró una versión similar: ‘Yo le vi dos relojes y mi curiosidad fue preguntarle y él me respondió que uno era para la hora de Panamá y el otro era para la hora universal.’ De no ser porque la narra Carlos Iván Zúñiga, otra historia sería también difícil de creer. Cuando arrestaron a Arnulfo, tras el asesinado de Remón, él pernoctó en la cárcel. A día siguiente uno de sus captores preguntó cómo había estado, y él respondió que estuvo toda la noche por Europa. Años después Zúñiga preguntó a Arias por el incidente y respondió que ante las perversidades inoculadas contra él, debió aprender a ‘tomar medidas anímicas para enfrentar futuras agresiones’. Aprendió a ‘vivir mentalmente en otro sitio’, lejos de su ‘envoltura física’. De ese modo cuando lo acosaban físicamente, él se transportaba ‘psíquicamente en otro lugar’.

Tal vez eso fue lo que hizo Arias en otra ocasión cuando comenzó a gritar cucarachas, ratones frente a Alvin Weeden, quien se pasmó perplejo. Cuenta que estaba en su casa de Carrasquilla, cuando anunciaron la visita de alguien público. Por cortesía, Weeden estaba levantándose para salir, cuando Arias le dijo ‘No… quédese, quédese’. Weeden pudo escuchar cuando comenzó la conversación y de súbito … lo inesperado. Arias comenzó a hablar de cucarachas, ratones y hormigas... Para sus adentros Weeden se preguntaba qué había ocurrido si, minutos antes, estaba frente a un hombre lúcido. Cuando el sujeto se marchó Weeden comprendió. Arias comenzó a reír desenfrenadamente, mientras decía no confiar en ese que ese sinvergüenza y ‘no le iba a decir nada’. Weeden reflexiona que eso que se decía acerca de las locuras de Arnulfo no era tal. Sabía lo que hacía.

Al final, todos tienen alguna historia (o leyenda) sobre Arnulfo. Unos son cautivados por lo que Olimpo Sáez describió como ‘el embrujo sobre las masas’, otros le atribuyen poderes relacionados con la cantidad de balas que a lo largo de su vida lo hirieron, o le surcaron el entorno sin matarlo; desde un ‘quemón’ de bala que recibió cuando era un bebé, hasta comentarios como éste: ‘nadie explica cómo salió ileso de la cerrada carga de perdigones que enfrentó aquella tarde del 9 de junio de 1987’. Otros no pueden ponderar su vigencia sino es bajo el prisma de un holocausto judío que otro investigador asegura que no existió; otros no le perdonan el tema de las ‘razas indeseables’ y ni siquiera sus seguidores hoy se esfuerzan por defender este aspecto.

Otros más, se quedan con las frases que inmortalizó en Panamá. ‘La voz del pueblo, es la voz de Dios’; la ‘reserva moral de la patria.’ Qué decir de estas otras más populares: ‘Yuca con miel’; ¿Cuál de sus seguidores no recuerda esta otra frase a la que Diógenes Cedeño Cenci dedicó toda una ponencia universitaria? ‘Tongo botao no pone boleta’; Alvin Weeden dice que esa fue la respuesta de Arias, cuando Roberto Díaz Herrera quiso que el caudillo ‘lo visitara a su casa’, luego de sus confesiones en 1987.

Finalmente, es muy probable que nunca se conozca una parte de su vida. Ni sus más allegados parecen saber de las reconditeces de su alma. Mireya Moscoso, por ejemplo, escribió: ‘Él se movía por caminos esotéricos, misteriosos, profundamente filosóficos...’ La historiografía sigue cediendo espacio a la leyenda y Arias ayudó en ese propósito. Una vez, Carlos Iván Zúñiga sugirió al líder que escribiera sus memorias, y éste repuso: ‘No puedo hacerlo, porque yo no pertenezco a la historia sino a la leyenda’.

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