Panamá, la peregrinación continúa

Actualizado
  • 08/12/2023 12:16
Creado
  • 08/12/2023 12:16
José, el campesino veragüense de 61 años, declarado “ciego legalmente”, luego de tres años logró que en el Hospital Santo Tomás lo trataran

Él no fue seleccionado entre los 39 pacientes que fueron operados gratuitamente en septiembre pasado por médicos estadounidenses por su problema de cataratas, pero perseveró, a pesar incluso de la crisis y bloqueos que agitaron el país en noviembre y esta semana lo intervinieron en su ojo izquierdo.

La Embajada de los Estados Unidos, la Fuerza de Tarea Conjunta Bravo FTC-Bravo del Comando Sur, el MINSA (Ministerio de Salud) y HST coordinaron esta actividad, que benefició a 39 pacientes de este centro hospitalario.Es José, el campesino veragüense de 61 años, declarado “ciego legalmente”, quien luego de tres años logró que en el Hospital Santo Tomás (HST) lo trataran este miércoles, tras pagar a poquitos lo que la trabajadora social le calculó a mediados de año... y aún debe 28 dólares.

Antes lo intentó en el Hospital Nicolás Solano, de La Chorrera, pero no logró que le dieran una solución.Su jornada —seguro que como para miles de pacientes— inició a la 1:30 de la madrugada para prepararse, junto a su esposa e hija, para bajar el cerro donde vive en La Chorrera hasta la carretera Panamericana, para llegar a tiempo a la ciudad, por el descomunal tranque que se forma todos los días.

A tientas, se bañó, vistió y acicaló para bajar de la mano de las dos mujeres que lo cuidan, al menos un kilómetro de sinuosas curvas de una ruta de asfalto sin veredas y cruzar la vía internacional para tomar el primer transporte que llegara a la terminal nacional de Albrook.

Como antes de las 5:00 de la mañana no hay metro, ni modo, tomaron un taxi hasta el nosocomio, en donde le esperaban a las 6:00, y puntualmente el personal comenzó el lento proceso de admisión, solo con dos pacientes por delante.

El programa de Ángel Guardián del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) podría incluirlo, pero no lo ha conseguido, lamentablemente hay rejuegos que escapan del control de los más desposeídos, aunque su esposa, menor que él, pero con una discapacidad permanente, si lo logró en su momento.

¿De que vive en la covacha que logró levantar y ha ido mejorando?, al principio, hace 20 años, sembraba en el pedazo de terreno pedregoso que logró junto a una antena de una empresa telefónica, que aceptó reconocerle un estipendio mensual por “cuidarla”, porque salario no es que te den un dólar y fracción al día, y encima se atrasen en los “pagos”.

Hay otra antena de radiocomunicaciones unos metros más arriba a la que le hacía limpieza y mantenimiento, por la que también le reconocen algo, pero sus problemas de salud le han mermado la capacidad de cumplir cabalmente su tarea.

Su problema de cataratas es el más serio, calificado técnicamente por un especialista como “ceguera legal”, pero revertirla es la esperanza de este humilde campesino, otrora jugador de toros, jinete y jornalero de largas temporadas por el país.

En el camino a la ciudad escucha en el bus las melodías típicas panameñas, “menéate un poquito, menéate suavecito...”, seguida de otra que entona “cuando el agua se regrese al río Canajagua...”, rematadas por el extinto Tigre de la Candelaria con su “Bebé...”, recordándole a José los bailes de juventud en los jorones y toldos de una Veraguas que ya cambió.

“Por favor, suba al primer piso en cirugía para que lo atiendan”, le dice la amable registradora de admisiones, cuando llegan, una funcionaria del piso le indicó que sólo podía subir con un acompañante y lo hace con su hija, porque ella tiene los documentos y conoce el proceso, a sus casi 20 años lidia con las dolencias de sus dos padres y estudia el primer año de Contabilidad en la universidad.

Amanece en Ciudad de Panamá, el hospital no luce atestado, pero el caminar de pacientes y personal es intenso, se mezcla con los olores a orines en la vereda cercana y los de fritanga de los negocios que entre bostezos despiertan también.

A ellos parece no preocuparles la sucursal de una cadena de comida rápida internacional que se instaló hace un par de años a pocos metros también del hospital, no es su target.

La funcionaria, de mirada severa y timbre de voz firme, le explica con amabilidad que en el primer piso no lo van a dejar estar con más de un familiar.

En la caja cercana una fila de pacientes espera en silencio que los atiendan, mientras, al lado, una ventanilla de “Atención al Usuario” es “atendida” por una joven con una graciosa vincha con luces navideñas y que se dedica a chatear intensamente.

Si le preguntas por algún precio, te manda a caja, y sigue chateando. Absurdos aires navideños.Changos, algún talingo, palomas, pericos y otros pájaros compiten por las sobras al frente del hospital, con sus variados ruidos le dan un toque surrealista al área.

Las enfermeras de punta en blanco, colocándose sus mascarillas saludan a los pacientes, quienes en su mayoría miran el celular, aunque algunos responden los buenos días.

Otro parroquiano, mascarilla en mano, usa la diestra para hurgarse la nariz antes de entrar al edificio apresuradamente, parecía que buscaba un tesoro.Son las 6:37 de la mañana, José, ya con su bata de paciente espera que lo atiendan, su hija tiene que irse a rendir un examen semestral, deja la ropa con la mamá y pide a un alma caritativa que se quede con la carpetilla atento a cualquier novedad.

En la sala de espera del primer piso, los acompañantes soportan los rigores de la baja temperatura, unos 14 grados centígrados, útiles para eliminar bacterias, pero que ponen a prueba al más pintado.

Una joven alta desayuna tranquilamente en una esquina de la sala con un suculento pote en la mano, ajena a todo; su madre está en el salón de operaciones, lamentablemente a la anciana se le disparó la presión arterial y tuvieron que cancelar la intervención, cuenta José luego que salió.

El contraste es que varios pacientes están hasta con tres acompañantes y nadie les dice nada, por lo que pasado un tiempo prudente, la esposa de José con su bolsa con la ropa y zapatos, subió, pues la recepcionista dijo que no había problema, “cosas veredes Sancho”, es el hospital del pueblo.

Eso sí, en el piso la atención de todo el personal es de lujo, con diligencia, paciencia, cuidado y delicadeza dan un trato digno a los pacientes y familiares.Casi nadie presta atención a las noticias de un canal de televisión local instalado en el lugar, las redes sociales los abstraen, o las conversaciones telefónicas, estamos en la era digital.

“No se atiende a nadie por orden de llegada”, advierte un mensaje a los pacientes en el Salón de Operaciones Ambulatorias, Electivas y Urgencias.

Al menos hay diez pacientes ambulatorios en la sala, pero, entre las 7:20 de la mañana y las 10:25, hora en que salió José aturdido, otra decena de pacientes hospitalizados de diferentes edades entran y salen del salón en su respectiva camilla, ellos amanecieron allí y son transportados por el personal a su sala.

Llama la atención un ancianito que es transportado a las 8:47 a su cuarto y a las 9:08 am lo regresan, lucía visiblemente agitado, conectado a un tanque de oxigeno y otros monitores de signos, en el apuro de reingresarlo el camillero no pudo evitar que el tanque cayera ruidosamente al piso y se desconectara, pero reaccionó apoyado por sus compañeros, y el paciente quedó en manos de los médicos.

Cuando entregan a José, su esposa recibió primero una receta con cuatro tipos distintos de gotas que tiene que aplicarle durante un mes al ojo operado, y la orden de ir al día siguiente a la consulta externa.Camina a ciegas hasta la consulta externa, porque la funcionaria del adornito en la cabeza dice que hay que sacar cita, y al llegar al otro lado del hospital, una orientadora afirmó que no era necesario porque ya estaba reservado el cupo, solo hay que pagar el dólar de la consulta.

Y así, José cuenta que el oftalmólogo le avisó que “tienes que cuidar tu corazón”, porque estuvo junto a la cirujana durante la intervención, colaborándole e hizo que le colocaran “un lente” para mejorarle la visión en el ojo operado.

El campesino tiene ahora que conseguir las gotas recetadas, porque este hospital no suministra medicamentos, según explicaron varias funcionarias, así que ese es el otro reto de uno de los más de 600.000 habitantes de este país que vive bajo la línea de la pobreza multidimensional, muchos sin un “ángel guardián”.

El autor es periodista independiente y profesor universitario.

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