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- 27/05/2009 02:00
- 27/05/2009 02:00
PANAMÁ. La vida en Playa Leona, a unos 30 minutos del distrito de La Chorrera, ya no es la misma. Localizada a 40 kilómetros al oeste de la capital, sus 6 mil residentes se sienten entre la espada y la pared. La mayoría vive de la pesca, pero el mar se ha convertido en zona de enemigos peligrosos: ya no saben quién es policía o delincuente.
Esta zona es identificada como punto de entrada usado por narcotraficantes, lo que complica más el problema. El año pasado —25 de septiembre— la Policía y la Fiscalía de Drogas incautaron allí una tonelada de cocaína (776 kilos), tras una operación en la que fueron arrestadas cuatro personas, una de ellas colombiana.
La droga estaba en 24 sacos y los paquetes forrados con plástico y revestidos con lonas para evitar la penetración del agua. El caso quedó entre los más sobresalientes y con ello el lugar quedó en la mira.
Más allá de la tristeza e impotencia que viven los familiares, vecinos y amigos de Rigoberto y Dagoberto Pérez, los jóvenes pescadores asesinados en un incidente que involucra a agentes policiales, el miedo se ha apoderado de todos ellos.
Desde aquel suceso, la pesca, el principal trabajo de al menos 300 hombres de esta región, fue paralizada.
Ismael Rivera, es uno de ellos, y asegura que antes de ese hecho que los ha llenado de luto y pánico, su hijo vivió en carne propia lo mismo, pero con suerte salvó su vida.
Aquello ocurrió hace tres meses, según Rivera. Su hijo estaba con tres compañeros pescando cerca de Juan Díaz, donde fueron interceptados por una lancha ocupada por supuestos policías. En este caso también preguntaban insistentemente “por la droga”.
Como no encontraron nada, los jóvenes fueron golpeados salvajemente, e incluso, Rivera dijo que intentaron quemarlos vivos. No tenían fósforos y hubo quien se negó a cometer semejante crimen. Prefirieron atarlos de manos y en pareja, lanzándolos luego a mar abierto y por suerte se salvaron.
Todavía le queda una herida grave en el muslo al hijo de Rivera: “no tenemos seguridad, estamos en la encrucijada de que no sabemos distinguir cuál es el policía o cuál es el delincuente. Pero tenemos que seguir, por la pesca comemos”.
La última travesía de los hermanos Pérez trancurría como siempre junto a sus tres primos entre chistes, comentarios y mucha esperanza de obtener una buena pesca. Y ya lo habían logrado, sacando más de mil libras de camarones cuando decidieron regresar a casa.
Eran las 12:00 de la noche, madrugada del miércoles de la semana pasada, cuando los emboscaron dos lanchas de la Policia Nacional, explica Manuel Ábrego, uno de los sobrevivientes del barco “Niña Evy”. Los policías, sin mediar palabras, arremetieron a tiros.
“Nos salieron de repente y empezaron a disparar. A Rigoberto le dieron cinco tiros y a Dagoberto dos. Después de esto se subieron al bote de nosotros y al tiempo que nos golpeaban preguntaban insistentemente por la droga”.
No había nada. En la oscuridad, uno de los policías dijo después: “nos equivocamos, estos no son”. Muy tarde, en la escena estaban tirados los hermanos Pérez.
La abogada de la familia Pérez, Rosa Carrasco, aseguró que solicitará la pena máxima contra los policías (35 años de cárcel) y exigirá una indemnización para los dolientes. “Llegaré hasta las últimas consecuencias”.
Carrasco dijo: “esperamos que a estos policías se les dé un castigo ejemplar para que los otros funcionarios no cometan el mismo error”. Reiteró que dos de los policías implicados son reincidentes.