Folklore, folklorismo y la identidad nacional

Actualizado
  • 22/11/2015 01:00
Creado
  • 22/11/2015 01:00
El estudio de las expresiones autóctonas en Panamá surgió como respuesta a la presión cultural impuesta en ‘la zona' por EE.UU.

La enseñanza del folklore en Panamá tiene sus raíces en el problema de la identidad nacional. Y aunque desde los primeros años de la República hubo quienes llamaron la atención sobre las costumbres y tradiciones de los pueblos del istmo y la necesidad de su estudio (Mendez Pereira, Narciso Garay, el mismo Belisario Porras), no hubo una propuesta de investigación sistemática, probablemente porque para una parte de esa generación más orientada hacia lo externo lo del campo se percibía como atrasado.

En la década de 1930 hubo un grupo de intelectuales que trabajaron el folklore de manera autodidacta, y en un contexto de orientaciones nacionalistas, entre los cuales estaban Luis Vernacci, Enrique Genzier, los hermanos Mendez Pereira (Julio Arosemena, comunicación personal). Entre los primeros investigadores externos estuvo Marion Shaeffer.

Sin embargo, no es sino hasta la década de 1940, especialmente a partir del gobierno de Arnulfo Arias, cuando se establece como programa de enseñanza en las escuelas y como objetivo asociado al rescate de la identidad nacional.

En su primera gestión, Arnulfo tuvo quizá la osadía (para la élite urbana de entonces), de vestir montuno ocueño en un acto oficial.

La década de 1930 puede considerarse crucial en el desarrollo de las propuestas de rescate de la identidad nacional, probablemente como secuela de la impresionante intervención estadounidense en 1925 y los resultados del fallido tratado de 1926 que evidenció la manera en que Estados Unidos miraban la relación de nuestro país en el contexto de su política internacional.

De ahí la génesis de partidos abiertamente orientados al rescate de lo nacional, y el fomento a la investigación de los elementos empíricos como las artesanías y el patrimonio cultural del campo, las danzas, raíces de la nación y la nacionalidad.

TRANSITISMO E IDENTIDAD NACIONAL

Desde muy temprano, la identidad nacional se percibió como una condición debilitada (Eusebio A. Morales), por el impacto de la presencia estadounidense, como por los cambios culturales generados por la función transitista del istmo, a raíz de la culminación del canal de Panamá mediante su tecnología abrumadora, en un contexto de sociedad rural y con una bajísima escolaridad, y su economía.

Esto condujo a la búsqueda del llamado Panamá profundo frente al Panamá superficial de la zona de tránsito, concepto introducido aparentemente por Rodrigo Miró, historiador de la literatura panameña.

Este no era otro que la cultura campesina y asociada a los orígenes hispanos de esa cultura nacional (Rodrigo Miró, Teoria de la Patria, 1946). La creación de programas tanto de rescate como de fomento de las artesanías regionales (Diana Chiari, plan de Punto IV de la década de 1950), de enseñanza de la danza y bailes regionales en las escuelas públicas, la identificación de los vestidos y elementos de la cultura campesino a la categoría de símbolos (la pollera, el sombrero pintado, fueron varias de las modalidades dirigidas al rescate de la cultura campesina como modelo de la cultura nacional).

CULTURA CAMPESINA E INDÍGENA

Este planteamiento derivaba de otra orientación teórica y metodológica que establecía una distinción entre la cultura campesina y la cultura indígena.

La primera era objeto de estudio del folklore (visto como disciplina dedicada al estudio de la cultura de un sistema social cuya evolución quedó suspendida en el tiempo frente al desarrollo de las formas modernas de un mundo civilizado representado en los centros urbanos y dominantes).

Mientras, la segunda era el objeto de estudio de la etnología, el estudio de sociedades tribales y aisladas en tiempo y lugar de los procesos modernizantes del Estado.

Esta enseñanza se hizo a contrapelo de una cultura urbana extranjerizante que generalmente menospreciaba la cultura campesina como atrasada y ajena a lo moderno, una anomalía que la escuela a su vez debía remediar y que en efecto logró gran parte de sus objetivos.

MIGRACIÓN INTERNA Y CULTURA URBANA

La tendencia comenzó a cambiar con el incremento de la migración de una masa campesina que requirió áreas de expresión, como fueron los centros de bailes donde conjuntos típicos atraían primero a sus actores inmediatos, pero después, y asociado a varios otros procesos de reconocimiento, producto probablemente del discurso del folklorismo como expresión de identidad.

Este reconocimiento condujo a la masa urbana al campo en un proceso de recreación y de auto representación de la cultura nacional en un contexto de nacionalismo frente a la cultura estadounidense expresada en la zona del canal, en la década de 1960.

El turismo interno contribuyó mucho a este proceso, consecuente con una especie de nostalgia del pasado y de formas tradicionales de vida a punto de cambiar, pues ahora la ciudad invadía el campo, a invitación de los migrantes rurales en la ciudad.

CULTURA RURAL-URBANA

Resultado de ello fue el desarrollo de una especie de folklorismo, o pintorequismo de lo rural en la cultura urbana, manifiesto con el desarrollo lento del turismo, y de los medios de comunicación como la televisión.

En algunos aspectos, la cultura rural desarrolla procesos de hibridación con la cultura urbana, como la introducción en los carnavales santeños elementos de los carnavales cariocas, a veces como integración, otras como yuxtaposición de unos elementos sobre otros, dependiendo de los valores que entran en juego.

El folklore ahora asume un rol de elemento simbólico consolidado en la expresión de un modo de ser que ha cambiado.

Por otra parte, hasta la década de 1970, el folklore era visto desde la perspectiva de las provincias centrales, ajena a las manifestaciones culturales de los indígenas y parcialmente de la cultura negra hispanohablante, mucho menos de la cultura afroantillana, considerada todavía como una sociedad no integrada cuya cultura era percibida como una anomalía en el contexto urbano.

FOLKLORE Y FOLKLORISMO

Teóricamente los folklorólogos han trabajado bajo la orientación original de Jhon Thoms, fundador de la disciplina, en el siglo XIX, la cual vista en perspectiva, se ha convertido en un registro de expresiones culturales ajenas a veces a su contexto socio político y socio económico.

El enfoque marxista derivado de los planteamientos de Antonio Gramsci, sobre el desarrollo de la cultura popular, apenas si se ha desarrollado en Panamá, siguiendo los planteamiento del antropólogo Néstor García Canclini, en su etapa original.

Gramsci colocaba la cultura campesina como una expresión de la cultura popular. En ese sentido su relación con los elementos de poder de las metrópoli eran parte de la estructura socio política del sistema total.

La crítica marxista mexicana al folklore como ciencia y como práctica es haber convertido el objeto de estudio en elementos simbólicos esenciales discontinuo de lo urbano o apenas una expresión de oposiciones campo-ciudad.

Económicamente, el folklore y el folklorismo se han convertido en fundamento de una economía del espectáculo rural-urbano y premisa de los fundamentos de lo nacional.

Para un mercado turístico, ello es una carta de presentación la cual, a mayor distancia de su contexto cultural, puede diluirse en imágenes postales.

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‘La década de 1930 es crucial en el rescate de la identidad nacional, como secuela de la intervención en 1925'.

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