El Visitante

Alicia Viteri: ‘Soy cronista de mi época’

  • 03/11/2025 00:00
En ‘La línea invisible’, retrospectiva que reúne más de medio siglo de creación, la artista revisita su vida y su obra con una honestidad desarmante.

Recuerdo la noche en que Alicia Viteri presentó ‘El Príncipe Próspero y sus invitados’ en la galería Arteconsult en 1985, año en que la dictadura militar incrementó su sanguinaria espiral de violencia. La inauguración no fue como otras aperturas de la época: predecibles y respingadas. Los presentes nos reíamos a carcajadas de los retratos grotescos que se nos hacían familiares.

La apertura de ‘La línea invisible’, la actual exposición retrospectiva de Alicia Viteri (Pasto, Colombia, 1946), una de nuestras mejores y más queridas artistas, también estuvo abarrotada de gente, así como de obras misteriosas y desconcertantes. El Visitante pudo por fin esquivar la marejada de admiradores y conversar un rato con la artista.

Alicia, ¿cómo comenzó tu amor por el arte y cómo llegaste a Panamá?

Siempre me gustó dibujar. Dibujaba caricaturas de mis maestros, de mi familia, de todo el mundo. Cuando entré a los estudios superiores en Bogotá, estuve un año rondando a ver qué me gustaba. Pasé por las facultades de Derecho, de Arquitectura y otras en la Universidad Javeriana y la Universidad Nacional y la Universidad de los Andes.

En esta última me encantó el grupo de gente que había. Creo que me conquistó el arte a través de maestros como Juan Antonio Roda, quien fue un padre sustituto para mí. En cuanto a Panamá, pienso que vine porque era mi destino.

Cuando salí de Colombia por primera vez, a los 16 años, mi primera parada fue Panamá. Ocho años después, aquí hice mi hogar. ¿Crees en el destino?

Sí.

Todo lo que me ha pasado tiene que ver de alguna manera con el destino. Llegué a Panamá con mi amor [Stephan Proaño (1947-2023), cineasta, publicista y actor ecuatoriano], con mi tórculo pequeñito y con mis pinceles. Nos mudamos al lado del Hotel Continental. A Stephan le habían ofrecido un puesto en una gran agencia publicitaria. Estamos hablando de 1972.

¿Qué hiciste en Panamá en esos primeros años y a quién conociste?

Empecé a hacer grabados centrados en mi serie de los insectos. Me impresionó mucho Panamá. Nunca había vivido en una sociedad de consumo. Venía de un pueblo tradicional con costumbres casi coloniales y donde absolutamente todo se juzgaba. En Pasto ser artista no era la gran cosa.

En Panamá cultivé la amistad de grandes personajes, como el artista Antonio Alvarado o los poetas Cesar Young Núñez y Roberto Fernández Iglesias, que vivía en México y era hijo del periodista ‘Fat’ Fernández. Armábamos tremendas parrandas y hacíamos música con lo que fuese: una olla, un sillón, un banco...

¿Cómo eran las artes visuales en Panamá en ese entonces?

No había mucho aparte de lo que hacían los artistas conocidos. A Julio Zachrisson lo vine a conocer mucho tiempo después de llegar a Panamá porque él ya había emigrado a España. Poco a poco fui conociendo a artistas como Coqui Calderón, Guillermo Trujillo, Alfredo Sinclair y tantos otros que me acogieron como me acogió Roda allá en Bogotá.

Guillermo fue la persona más culta que he conocido y Antonio [Alvarado], el más informado y simpático. Manuel Chong Neto era sosegado y callado. Me gustaba la gente que me cuestionaba, y todos ellos lo hacían. Nos llevábamos de película. Por eso empecé a pensar en hacer una exposición en Panamá.

Mi primer retrato sobre Panamá fue una Coca-Cola gigante que era un multifamiliar de insectos. La tiene el galerista Yaco García porque me la compró su madre, Gloria: la primera coleccionista que tuve.

¿Tu primera exhibición?

La hice en Bogotá, en la galería Belarca, que manejaban Alonso Garces y Eduardo Serrano Rueda, el más importante crítico de arte en Colombia en aquel entonces después de Marta Traba. Ambos me convencieron de mostrar mi trabajo.

Me asustaba mostrarlo porque era aún una pelaita. Se dieron muchas críticas constructivas y negativas. Presenté insectos gigantes enrollados en collares; insectos algo grotescos, nada bonitos. Nunca he sido buena para hacer algo bonito, Ni sé lo que es bonito, la verdad.

Mi primera reseña crítica la escribió un señor de apellido Martínez, quien confesó que no sabía si yo tenía conciencia de lo que estaba haciendo. Y en realidad tenía razón: no era consciente. Pintaba lo que me emocionaba y gustaba.

El amiguismo y las subastas
Alicia, sigue contándome sobre tus primeros pasos en el arte en Panamá.

Era muy ingenua, pero tenía deseos de hacer cosas. Cuando uno es joven quiere cambiar el mundo y transformar cosas. Para mí era muy importante conocer a los artistas y participar con ellos en proyectos, pero fue una tarea difícil: por ser extranjera no podía hacer mucho aquí. Había personas que me rechazaban. Aun así, cultivé muchas amistades. Guillermo Trujillo escribió la introducción de mi primer catálogo, por ejemplo.

Hay algo que nunca me ha terminado de gustar en Panamá y es la gente que maneja el arte. Los artistas son fabulosos, en cambio. Y el problema es que hace falta gente especializada en arte. Otra cosa que no me gusta es el amiguismo. Significa la corrupción en el arte. Hay que ser amigo de alguien con poder y dorarle la píldora; adularlo o ‘lambonearlo’, para decirlo en el argot panameño.

Por lo general, quienes manejan el arte es gente con dinero, pero sin cultura. Por eso hay tanta subasta. Usan al artista más bien para recolectar plata, en vez de hacer algo con ellos y por ellos. Debiese hacerse una muestra sobre curadores organizada por los artistas. Los curadores ahora son los que se lucen. A la vez, le suben el ego a los artistas, que es lo peor, porque entonces no se esfuerzan; van por el camino más fácil.

En el arte nada es fácil. Eso me lo enseñaron Luis Caballero, Juan Antonio Roda, Santiago Cárdenas y Olga Amaral, que fue mi maestra de textiles. Decía que yo era una mala alumna porque no me gustaba coser, aunque después terminé haciéndolo bien.

La línea invisible
Hace un par de años visité tu estudio y me empezaste a hablar sobre tu proyecto expositivo “La línea invisible”, en homenaje a quien fue tu compañero de vida, Stephan Proaño. ¿Cuál es el concepto de fondo y cómo fue el proceso de creación?

Se me ocurrió el título de ‘La línea invisible’ por todo lo que viví del 2019 al 2025. Esa línea es mi vida y mi destino. ‘Los migrantes’, una obra participativa en esta exhibición, la comenzamos Stephan y yo a finales del 2019, cuando él salió del hospital. Trabajaba en esta obra y al mismo tiempo en otras nuevas series. Siento que soy la cronista de mi propia vida y de mi tiempo. Eso me pasó también con la serie ‘Príncipe Próspero’.

En esta muestra presentas nuevas series, pero también obras de años anteriores. ¿Fue esa idea tuya o de la curadora Ana Berta Carrizo [directora de la galería Arteconsult e hija de la respetada galerista Carmen Alemán [1955-2023]?

Estuve trabajando año y medio en este proyecto. Fue mi idea y Ana Berta ha sido una maravillosa aliada en el proceso.

¿Por qué el ‘invisible’ del título?

Porque es un camino recorrido que no se ve, pero que ahí está.

¿Cuál sería tu consejo para los artistas jóvenes en Panamá?

Que no se crean ningún halago: no son buenos. Te hacen perder la razón del por qué eres artista. El artista debe ser auténtico. “El arte no sirve para nada”, dice Julio (Zachrisson), porque ni siquiera sirve para darte de comer. Pero a la vez, ser artista es un compromiso muy serio. ’

‘La línea invisible” se presenta hasta el 15 de noviembre en la galería de la Casa Matriz del Banco Nacional de Panamá, en la vía España, bajo la curaduría de Ana Berta Carrizo.

Alicia Viteri,
Artista.
Cuando uno es joven quiere cambiar el mundo y transformar cosas. Para mí era muy importante conocer a los artistas y participar ”.
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