Los Coyotes

Actualizado
  • 16/11/2019 00:00
Creado
  • 16/11/2019 00:00
Los Coyotes

Alguna madriguera humanoide ha dado paso a los coyotes.
No pertenecían a estos campos, a estas junglas, a estas selvas, Donde desciende la Yakumama con alguna lluvia
O un ramalazo de arcoíris.
Los he querido ver tras un quejido de ave, tras algún estertor
De ternero a la intemperie
O alguna desesperación del mundo sobre la lengua de la vaca.
Sus ojos calientan
La noche como una rotación. En sus colas hay un dominio visceral
De las víctimas en su olor de posesiones a mansalva.
La noche nos devuelve su desnudez de pájaros
En jaculatorias tristes como roedores terroríficos
Que muerden la luna con su resplandor de hueso. Yo camino
Encontrando aquellos rastros de sangres y de presas fantasmas.
Es mi yo terciando con alguna zampoña los espectros
De los depredadores. En los cráneos de los mamíferos
Hay una maternidad que no logro descifrar
Y quizás en esas osamentas esté la música de una demencia aterradora.

Una trocha abierta, casi cerrándose a la verborrea de los bejucos, al mantillo misterioso,
Y a los insectos habitantes de las hojas verdes y secas, me indica la marcha de aquellos asesinos.
Me dicen los arroyuelos que aquí beben,
Me dicen los ojos de agua
Que por aquí lavaron sus patas para empezar la caminata
De su propio duelo.
En sus narices y en sus ojos va la muerte
Tintineando su badajo. En su pelaje, hay otro misterio como la piel de una mujer
Que se aloja como un treznal en el invierno. Cuando hayan una presa,
Ésta ve en un espejo repetido la misma cabeza, la misma cola
Y una jauría de dientes, dispuestas a cumplir con el rito de la caza.
Ya ningún anciano o ningún pintor nómada
O de la nueva tribu
Podrá describir este ideario en la pintura. Si acaso dialogarán las piedras, Si acaso hablará la noche con su alfabeto levemente encendido
Por lechuzas o luciérnagas.

Los coyotes, no saben ahuyentar la propia muerte ni sus propias muertes
Ni la jeringa acusatoria de su olfato.

Hay un llanto morfológico sobre las aguas
Que drenan otros vestigios
De las aldeas y los pueblos
Y algunos forasteros congelados en la criba del pasado.

En esta tierra no hubo coyotes y ahora si los hay,
Oliéndonos,
Acercándonos a ellos,
Punteándonos con la dentadura
El miedo a otra edad,
A otro ciclo, a otro coloquio
Con las deslumbrantes esferas.

Cuando pare una vaca, alguna madre, se lleva a la cría para amamantarla
En su cuna de madera.

Quizás dentro de las casas Esté el árbol para todas las aves;
Pero ya nadie está a salvo.
Sólo la noche o el día —saben— cuando encontrarán la cría de Dios.

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