La escuela de la vida

Dumas Alberto Myrie Sánchez

Largo es el camino, entre arbustos matizados, con el algodón de tus besos. El que desperdicie en cada aventura, junto a la caja de bebida fermentada. En aquel momento, la inmadurez de mis letras se transformó, en viajes a la avenida Paraguay. Mis compañeros alentaban con aquella prosa profunda, en medio del juego del partido rojo, y atraer mi idea al filosofar con Boris en Panamá.

Cuanto quisiera besar y abrazar a aquella musa escondida, por este humor pasado de rosca. Un sueño utópico, pero no irreal. Luchar por este sueño, parece perderse entre los almendros y entre un dolor profundo en mi ingle. Quisiera volver el tiempo, pero soñar con aquella mágica tarde en mi propia morada y una compañera, ya es más con una reina madura que pueril.

A pesar del comportamiento aventurero de todo artista, esta vida se completa con Cristo. Esta alma de niño encontró en los pasillos sanchitas, a la mujer blanca que aún añoro, en plena adolescencia. En pleno recreo, en vez de ir al quiosco como todo pirata, corria a expulsar prosas a jóvenes risueñas. Grandes recuerdos en mi etapa formativa como estudiante y como poeta.

En esos años la afección emocional desapareció al despertar la curiosidad por coleccionar periódicos. Recuerdo aquellos fascículos del Centenario de Panamá que con recelo guardaba el párroco de esta comunidad. Esta lectura crítica, me llevo conocer a grandes maestros y amigos en la Universidad. Desde entonces daba clases a mis compañeros. Igualmente, la oratoria se volvía fuerte con el pasar del tiempo.

La vida laboral deja más que dinero, varios logros. Son nubes con descarga eléctrica lenta. Los nubarrones y vientos no eran cálidos. Un camino largo que mino los almendros. El correr en la madrugada por la buseta, con faroles de kerosene, se volvió rutina. El amor a la mujer blanca alejo mi dolor. Un dividendo por ser especialista y no por planilla. El concursar en lo público parecía utopía.

A los nuevos escritores perseverancia es lo que puedo recomendar. La escuela de la vida se construye no con el tiempo. Esta debe ser paralela a las decisiones correctas en el momento concreto. El vivir cada momento como el último pareciera el correcto, pero no lo es. La escuela de la vida es una para cada quien. No hay formula ni un libreto. Al que diga ¡No te pareces nada a aquel o aquella persona! solo nada al infinito con su propio juicio.

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