4 libros para hacer literatura en una fonda

Actualizado
  • 21/06/2015 02:00
Creado
  • 21/06/2015 02:00
El dueño esta contando las monedas del día. Yo enhebro las ilusiones cotidianas

Es de madrugada. Estoy en una fonda. El dueño esta contando las monedas del día. Me ve escribiendo y me pregunta si estoy en la universidad. Le digo lacónicamente: ‘No'. No pierdo tiempo en explicarle que uno puede estar escribiendo por puro gusto, por puro miedo, por pura muerte, por pura oscuridad, por pura estupidez. Él cuenta sus monedas, yo escribo. La literatura es miserable. Me he venido a la fonda de este pueblo mantecoso y letárgico (anestesiado y castillo de perros flacos y agusanados) con cuatro libros bajo la manga: La estación violenta de Octavio Paz, sobre cuya portada sobrevuelan las moscas con restos de puerco, grasa y mierda en las patitas; Poesía en movimiento , poesía mexicana de 1915-1966, selecciones y notas de Alí Chumacero, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y (adivinen), sí, Octavio Paz; Mortal y Rosa del hombre que con toda razón no quería otra cosa más que hablar de su libro (yo lo defiendo y lo entiendo completamente), Francisco ‘Paco' Umbral; Antología Poética de Gonzalo Rojas , poemas seleccionados por me vale hostia. Quiero urdir metáforas ahora que como chicharrón y buñuelos. Intento la parafernalia de la retórica: La grasa es bálsamo para mi corazón malsano. Hmmm, no. Abro el libro de Octavio Paz: Voy por tu cuerpo como por el mundo . Yo, por mi parte, quisiera ir por el mundo como por el cuerpo de una mujer llena de carnes, una mujer sin complejos, sin maquillajes e indiferente a la celulitis, orgullosa de su celulitis y sus arrugas. Esa es la mujer. No otra. Ese es el mundo. No otro.

El fondero ha encendido la radio: música de acordeón. Llega un hombre y se sienta a mi lado. Me mira con sospecha. Debe ser porque estoy escribiendo, pienso. Otro que cree que si uno escribe es porque está haciendo tarea de la escuela. Se me queda mirando fijamente y ya me tiene incómodo cuando de repente me pregunta si yo no soy hijo del ingeniero Medina y yo le digo que sí, y luego menciona que conoce tanto a mi padre como a mi madre y antes de que me pregunte cómo está ella tengo que decirle, de tajo, que ha muerto, y el hombre abre la boca y golpea el pisco con su pie derecho y se escucha un ¡plaz! producido por la suela de sus cutarras de cuero de vaca, las originales, nada más y nada menos, sin plataforma, las de ‘verdá verdaíta', y se quita el sombrero pintado y se echa fresco en la cara y exclama: ‘Ay, Dios del verbo, cómo va a ser, ombe, si yo la conocía, mijito, una señora gorda ella, y ¿de qué murió? discúlpeme, lijo, si le puedo preguntar', remata apoyando sobre mi hombro su mano de ordeñador viejo; y yo le explico, en cortas (y gélidas) palabras, y él dice, sin quitar aún su mano de mi hombro, que lo siente mucho y que hay que seguir pa' lante y de inmediato le quito la cara y muevo el hombro para que retire su mano y el señor en efecto la mueve pero sigue preguntando y yo lo ignoro y sigo comiendo y leyendo a cuentagotas y trato de recordar que mi madre era buena y conversadora con todos.

La radio sigue sonando. Sigue la música de acordeón. Mi madre bailó esa música, pienso. La imagino bailando, la imagino toda risas y dolor en las rodillas después del baile y esa frase tan de ella ‘sarna con gusto no pica' que esta vez se restriega a sí misma, y por unos segundos la música, la literatura, la grasa, los perros y hasta el señor fastidioso (conversador, humilde, cariñoso), vaya, que hasta Octavio Paz, cobran sentido. Aquí: fonda, mosca y libros. Mi madre vive.

MÚSICO Y POETA

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