Un atavismo que no retrocede

PANAMÁ. La presencia afro en el continente es un capítulo todavía por estudiar. No está cerrado mientras en nuestros países haya racismo...

PANAMÁ. La presencia afro en el continente es un capítulo todavía por estudiar. No está cerrado mientras en nuestros países haya racismo. Nuestros países luchan con taras de clases y, además, de razas, que no le permiten a los indígenas y a los descendientes de africanos en nuestros países tener una vida mejor.

Ya no existe la esclavitud, es cierto. Pero nunca ha dejado de existir la discriminación y la exclusión, amén de los prejuicios raciales. Cuando por boca de un personaje leemos en la novela de la autora afro-peruana, Lucía Chacón Illescas, que los negros son mentirosos, tocamos una cuerda que hasta hoy día podemos escuchar.

Y es que la novela de esta autora, Malambo, publicada en 2001, re-crea un ca pítulo sensible de la vida colonial cuando los negros eran esclavos en el continente. La narración transcurre en Malambo, antiguo sector de los negros de Lima, del otro lado del rio Rimac, que se le conoce como ‘el río que habla’, donde se encuentran dos mundos jerarquizados y separados por este río.

Del otro lado del río, cruzando el puente, encontramos al entrañable personaje, Tomasón Vallumbrosio, que es un negro liberto de hecho, un cimarrón, un pintor que asume encargos de cristos y vírgenes, pero que también pinta las divinidades africanas, como Yemayá, Ochún o Ogú. Tomasón, que había sido propiedad del traficante de esclavos, Manuel de la Piedra, es, con otros personajes, el drama de esta novela de 14 capítulos que describe la estrecha vida coloníal, basada en la opresión de los esclavos y, especialmente, de las mujeres negras, que, como en el caso de Altagracia de Maravillas, es la concubina de este traficante que termina matando a latigazos a su propio hijo ‘mulato’, Guararé Pizarro, quien vino a Lima en un cargamento de esclavos que el traficante mismo había comprado en Panamá.

En contra de la sospecha que esta novela es simplemente realista y que es una llana denuncia moral de la esclavitud, se puede decir que la misma es una elaborada construcción tanto estructural como idiomática, una construcción que revela el conocimiento de la autora de la vida colonial limeña, la estructura de clases y de razas de la época, el paisaje humano y cultural que se prolonga hasta África, memoria oral que se proyecta incluso en el río Rimac. Esta novela sale de nuestras tierras americanas y, como toda buen novela, se hace imprescindible su lectura para encontrar – entre otras cosas – el atavismo mas pertinaz de nuestro continente: el racismo.

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