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- 10/08/2014 02:00
Hay quienes afirman que el primer abanico lo confeccionó Adán para Eva, empleando como materia prima uno de los árboles del Paraíso. Lo cierto es que fuera o no el primero, antes de su ingreso en el continente europeo, los primeros abanicos fueron enormes hojas de plantas, plumas de aves mecidas por esclavos que cumplían diferentes funciones, que iban desde mitigar el calor de su amo a ceremonias también profanas, que tenían diferentes objetivos: espantar insectos, proteger del sol o atizar las brasas del hogar.
Se sabe con certeza que fueron empleados por los egipcios, los babilonios, los persas, los griegos y los romanos, pues aparecen en las representaciones artísticas de todos estos pueblos. Estos antiguos abanicos eran rígidos y de forma redondeada, empleándose generalmente para su confección materiales como la palma, la paja, la seda y las plumas de pavo.
Todavía habrían de pasar muchos siglos hasta que se convirtiera en un objeto ornamental con funciones de ostentación y demostración de categoría social, hasta el extremo de que algunas nobles o reinas temían caer en desgracia si otra mujer de su rango poseía un abanico más bello y valioso.
TRADICIÓN MILENARIA
En China la tradición del abanico es indiscutiblemente milenaria, remontándose a tiempos del emperador Hsien Yuan (alrededor del año 2697 a. C). De hecho los chinos fueron los inventores del abanico plegable (parece que fueron inspirados por el ala de un murciélago). Y son precisamente China y Japón los sitios desde donde llega a Europa, traído por los portugueses a través de las rutas comerciales a Oriente. No tardó en hacerse popular en Europa, para extenderse por la mayoría de los países, primero entre las damas de clase alta, llegando después a las clases más populares.
En España las primeras referencias al abanico aparecen en el siglo XV, en la ‘Crónica de Pedro IV de Aragón’, en la que se cita como oficio de los nobles que acompañaban al rey ‘el que lleva el abanico’.
Hay también una referencia a este utensilio en los inventarios de bienes del pintor Bartolomé Abella (1429), en el del Príncipe de Viana y el de la Reina Dª Juana (Juana la Loca), este último realizado en 1565. Entre los presentes de Colón a Isabel la Católica al regreso de su primer viaje a América, figura un abanico de plumas.
CENIT Y CAÍDA
Alcanzó su máximo auge en el siglo XVIII de la mano de un artesano francés. Comienza a plegarse a los caprichos de la moda con la introducción de materiales nuevos, relieves, calados e incrustaciones, hasta el punto de que España llega a convertirse en uno de los principales productores frente a Francia e Italia, lo que favorece la creación del gremio de abaniqueros. En los últimos años del siglo 20 se fundó en Valencia la Real Fábrica de Abanicos.
Dentro de la provincia de Valencia, a apenas cinco kilómetros de la capital, existe un pueblo llamado Aldaia, considerado la cuna del abanico por excelencia.
Actualmente, 25 de los 37 artesanos del abanico valenciano trabajan en este pequeño municipio. Todos ellos desempeñan un oficio eminentemente artesanal.
‘MADE IN ALDAIA’
Lo que cuenta es no tener prisa en la confección del abanico. A partir de ahí, pueede emplearse madera de plátano, abedul, peral, hasta los más valiosos confeccionados en nácar y marfil. Una amplia muestra de ellos se encuentra en el recién inaugurado Museo del Abanico de Aldaia, en el que se pueden ver piezas del siglo XVIII, de valor incalculable, confeccionadas con materiales valiosos.
Son piezas más modernas firmadas por modistos de renombre y confeccionadas en materiales más económicos como el papel, o la madera, o, posteriormente, la tela. En la actualidad, la fabricación del abanico artesano español, que equivale a toda la occidental, se localiza en Aldaia y sus alrededores, para lo cual ha sido fundamental no solo el acceso a las materias primas sino la cercanía de empresas textiles que realizan las telas, blondas y puntillas con aprestos especiales; madereras que proporcionan maderas nobles como la bubinga, palo rosa, palo santo y el ébano; industrias que producen varillajes de plástico mediante inyección, y la mano de obra cualificada de teladoras, caladores, adornadores con bajorrelieves, pulidores, rebajadores, serradores, varillajeros, montadores, pintadores de fondo o pintores de telas.
Aldaia, que comenzó la fabricación de los abanicos en el siglo XIX, es la única localidad en la que ha sobrevivido la actividad artesanal, mientras en el camino quedaba la industria francesa que se mantuvo en primera línea hasta el pasado siglo.
Actualmente, cualquier abanico que se vea en un desfile de los grandes modistos internacionales, soportes publicitarios, espectáculos de toda índole (por ejemplo, la Feria de Sevilla) o en manos de la Reina Dona Sofía –muy aficionada al ‘palmito’, como se dice abanico en valenciano-, será casi con seguridad ‘made in Aldaia’, una pequeña población que lleva con orgullo ser la cuna española de un objeto tan sencillo como misterioso.
Un lenguaje de ritmo y movimiento
El empleo del abanico ha ido configurando a través de su manejo un lenguaje propio con normas específicas, inventadas, clasificadas y transmitidas según la posición que se le da o el modo en el que se sostenga en las manos, que son ya toda una convención en el cortejo.
Ahí van, por si se animan a ponerlas en práctica: apoyar los labios en los padrones del abanico: ‘No me fio’; abanicarse muy despacio: ‘me eres indiferente’; pasar el dedo índice por las varillas: ‘Tenemos que hablar’; abanicarse con la mano izquierda: ‘No coquetees con esa’; salir al balcón abanicándose: ‘Saldré luego’; retirar el cabello de la frente: ‘No me olvides’; entrar a la casa cerrando el abanico: ‘Hoy no saldré de casa’; si se golpea en la palma de la mano el abanico: ‘Quiéreme’; abanicarse lentamente: ‘No hay nada que hacer, no me importas’; abanicarse rápidamente: ‘Te quiero mucho’; Pasarse el abanico de una mano a otra: ‘Veo que miras a otra’; llevarlo colgado y cerrado de la mano izquierda: ‘Estoy comprometida’; cerrado y colgado de la mano derecha: ‘Deseo novio’; cerrarlo rápidamente e impetuosamente: ‘estoy celosa’; si se deja caer el abanico: ‘Te pertenezco’; apoyar el abanico en el corazón: ‘Te amo y sufro’; si se entreabre cubriendo el rostro: ‘Nos vigilan’; si se golpea un objeto cualquiera : ‘Estoy impaciente’; taparse el sol con el abanico: ‘Eres feo’; mirar detenidamente la pintura del abanico: ‘me gustas’.