El extraterrestre

Actualizado
  • 24/02/2018 01:00
Creado
  • 24/02/2018 01:00
Y llegó él, y nos tiró papel toalla y papel higiénico. Su rubia melena flotaba con el viento. Lo habían descrito alto, rubio, colorado con los lab...

Y llegó él, y nos tiró papel toalla y papel higiénico. Su rubia melena flotaba con el viento. Lo habían descrito alto, rubio, colorado con los labios apretados y el mentón saliente. El hombre estaba allí y no estaba. Permanecía indiferente a la gente, al calor, a la lluvia, al huracán. Parecía que le rodeara una cápsula y dentro de ella respirara un oxígeno que no era el nuestro. Un oxígeno importado. A su alrededor, gente desconocida, pero familiar. Vestía un traje oscuro con una corbata roja enorme que le cubría un prominente y audaz abdomen. Llegó en una nave grande que atronó los cielos cual nave espacial. Rubicundos soldados lo rodeaban. Allí estaban también los nuestros. Tiesos, como venidos de otros planetas, haciendo calle de honor y cuidando sus espaldas.

GRISELDA LÓPEZ

Escritora

Nació en Guararé, provincia de Los Santos, Panamá. Magíster en Ciencias de la Comunicación con Especialización en Periodismo. Realizó estudios en Panamá, México, Ecuador y Japón.

Ha desempeñado numerosos cargos, entre ellos directora de la Escuela de Periodismo, Facultad de Comunicación Social, Universidad de Panamá; asesora en la Presidencia de la República; directora Nacional de las Artes (INAC); jefa del Departamento de Letras (INAC); fundadora y directora de Canal Once, Radio y Televisión Educativa y Cultural; directora del Circuito Cerrado de Televisión, Universidad de Panamá, profesora de Periodismo y Comunicación Social.

Como periodista fue directora, jefe de redacción, columnista, corresponsal, editorialista en diversas revistas y periódicos nacionales y extranjeros. Ha recibido premios nacionales por su trabajo periodístico.

Tiene varios libros publicados: ‘Piel adentro' (cuentos, 1986). ‘Sueño recurrente' (cuentos, 1989). ‘Género, comunicación y sociedad' (2000). ‘Protagonistas del siglo XX panameño' (editorial Penguin Random House, 2015). ‘Género, comunicación y periodismo' (2017).

Fue coeditora de la revista ‘El pez original'. Sus cuentos han sido incluidos en antologías nacionales y extranjeras.

El cuento ‘El extraterrestre' está incluido en su libro ‘Las capas del tiempo' (2017), que se presentó recientemente en Casablanca, Marruecos. El ejemplar se presentará a finales de marzo en Panamá.

Había muchas banderas con muchas estrellas. A las nuestras, el agua y el huracán las había roto, desteñido, habían sido arrancadas, furiosamente de sus mástiles. Difícil encontrarlas, difícil confeccionarlas, pero estaban allí, corazón adentro. No tenían tantas estrellas, pero portaban una, blanca, grande, significativa, con cinco puntas.

Juan escuchó el rugido de la corriente llevándose el alma de las cosas y de la vida. Abismo. Caos.

—Ayúdame, papá, que me lleva el agua, gritaba Rosita, quien luchaba asida a una vieja nevera.

Me tiré al río para rescatarla, pero era imposible. La avalancha de muebles, de objetos, de gente, unos conocidos y otros no, me hicieron perderla.

Aquí estoy recordándola.

—Hija, ven temprano que hoy inauguramos el nuevo cuarto de la casa y la terraza que ampliamos.

Rosita llegó puntual. Algo sospechaba. Pusieron una cinta rosada para que la cortara antes de entrar a su recámara. Los amiguitos y primos le decían: te quedó bonito el cuarto nuevo. La habitación estaba llena de luz y el osito panda, su favorito, dibujado en la pared, sonreía. El espacio lo completaban libros, muñecas y uniformes escolares.

—Papá, con razón me enviaste donde la tía Elsa. Ya sospechaba algo raro. Gracias por la sorpresa, mientras se deshacía en mimos y besos para papá y mamá.

Flashes , selfies , música y comida culminaron la inolvidable noche familiar.

Juan recordaba a llanto abierto esa noche. Días después el viento empezó a soplar suavemente, emitiendo silbidos antes no escuchados y fue creciendo vertiginosamente. Las puertas primero se cerraban con violencia, pero después volaban, igual que los otros objetos. Todo se iluminó cuando el techo, de un solo envión, voló por los aires. La pared se derrumbó con el osito panda. Rosita estaba en la terraza tratando de llamar a su perro, cuando una ráfaga de aire la levantó y la llevó hacia el río que corría frenéticamente.

Corrí y me tiré como pude. Nadé entre vecinos que gritaban, carros y árboles que pasaban volando sobre mi cabeza. Me decía, no puede ser, esto está pasando aquí en borinken, ‘tierra de nuestro altísimo y bravo señor'. Altísimo, salva a mi hija. Pero la corriente fue más fuerte, me elevó y tiró en la orilla donde pude asirme a un viejo árbol de roble, todavía firme ante el huracán.

El viento se los llevó. El agua los meció en sus brazos y los condujo hacia el más allá. Todo se fue junto, casa, hija, familia.

Aquí estoy, porque tengo que ayudar a mis vecinos y esta es mi patria, aunque algunos le llaman colonia. Me levanté temprano para recibir al supuesto mesías que venía a salvarnos. Debía hacerlo. Con Pedro, Jaime y Rubén estábamos allí desde muy temprano. Dos años antes combatíamos en Irak. Entre traqueteos de ametralladoras y trampas desconocidas. Era nuestra obligación defender a la madre patria. Allá fuimos. Todos regresamos con medallas y condecoraciones que también se las llevó el huracán. Pero allí estábamos, entonando el Oh say, can you see , para recibir al nuevo y esperado visitante.

Una multitud desesperada esperaba lo esencial: comida, ropa, medicina, pero también comprensión y empatía. De seguro que sí. El tío Sam sabía hacer las cosas muy bien y solía ser generoso. Lo pueden decir los californianos, etc… que han sufrido golpes tan severos por el tiempo.

‘Juan recordaba a llanto abierto esa noche. Días después el viento empezó a soplar suavemente, emitiendo silbidos antes no escuchados y fue creciendo vertiginosamente. Las puertas primero se cerraban con violencia, pero después volaban, igual que los otros objetos.

Allí estábamos, ansiosos, esperando. Fuimos escuchando sus palabras. La pregunta nos dejó anonadados.

—¿Cuántos muertos tienen ustedes?, inquirió, para contestarse: ‘Dieciséis contra miles'. ‘Odio decírselos, Puerto Rico, pero han alterado un poco nuestro presupuesto, porque hemos gastado mucho dinero'. Decía esto mientras su cuerpo se contorsionaba.

Con acento exagerado pronunció tres veces, ‘We love Pueeeeerto Rico', mientras las cámaras y los micrófonos recogían el momento y sus palabras.

Pedro, Jaime, Rubén y yo nos miramos. En ese momento cae un bulto que no identifiqué. Eran rollos. Rollos cubiertos con un plástico transparente. El hombre estaba tirando rollos de papel. Al inicio la gente empezó a recogerlos y luego se miraba incrédula. Nos miramos indefensos, desprotegidos, burlados, humillados. Inermes ante el espectáculo.

Entre aplausos y silbidos se retiró dejando atrás la pesadumbre más pesada, ante su humillación y su soberbia. Caminaba con la barbilla hacía arriba. Misión cumplida, cumplió con su deber presidencial en su colonia que no sabía cómo se llamaba, Pueeeeerto Rico .

Regresamos. ¿Hacia dónde? Hacia la nada. No había casa, no había luz, no había ropa, no había comida. Pero había gente que nos esperaba. Había gente que teníamos que encontrar, que rescatar, que levantar. Teníamos que alzar a nuestra nación. Ya sabíamos que éramos nosotros o nadie.

Llegó él, cual extraterrestre, y se fue. Tomó su nave espacial y voló rumbo a su extraño y cómodo planeta Mar-a-Lago .

ESCRITORA Y DOCENTE

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