Al que le caiga la piedra...

Actualizado
  • 15/05/2016 02:00
Creado
  • 15/05/2016 02:00
La salud pública en Panamá. Una belleza. No hay camas y los doctores, con caras de sapos amargados

Acabo de llegar del hospital y, adivinen, voy a escribir, pues, de qué otra cosa si no del hospital. No de un hospital en específico, sino de los hospitales, de la salud, de las condiciones en las que estamos en ese respecto en este bello país de playas, de carnavales, grandes edificios y gran crecimiento económico y no sé que par de sandeces más.

La salud pública en Panamá. Una belleza. No hay camas, los doctores con caras de sapos amargados, miras a un lado y lo que ves es un congo de abejas africanas, miras pa'l otro ves vómito en el piso, sales al patio y miras pa' una esquina y allí están las hormigas, la basura acumulada, una ambulancia con las llantas sin aire, toda destartalada y fuera de servicio. La decadencia pura.

Y las enfermeras (caras de rana, algunas; otras, la minoría, son muy amables y como que más o menos intentan tratar a los enfermos como si fueran personas) y los doctores ya mencionados (caras de sapos, repito) se acomodad a la desidia. Es decir, algunos de estos profesionales salen de este infierno, ponchan tarjeta y se van a trabajar otro turno en instalaciones bonitas y lujosas, en Paitilla o en Punta Pacífica, San Fernando, similares y etc., y su semblante y su forma de tratar al paciente cambia de inmediato. No me lo estoy inventando. Es tal cual. Son mucho más amables y cordiales. Hasta cariñosos. Con los que pueden pagar estos hospitales de punta, de último modelo, con los ricos, con los que son gente, pues, se comportan de otra manera. Hasta apapachos hay. Con aquellos, los que apenas pueden quedarse en el pasillo de la Caja del Seguro o del Santo Tomás, con esos, digo, cero amabilidad, cero consideración, si acaso una que otra sonrisita condescendiente. Cero humanidad. Los pobres no se merecen nada de eso. Que para eso son pobres, para ser ninguneados, como decía el muy admirado Eduardo Geleano; que Galeano, no galeno.

Mi abuelo Salvador Medina Hernández, oriundo de La Laja de Las Tablas, graduado de médico partero en la ciudad de México por allá en los años cuarenta, si no me equivoco, estaría avergonzado de estos (malos) servidores de la salud pública. Mi abuelo, cuya clínica San Roque se fue a la quiebra porque le daba pena cobrar por salud, mi abuelo Salvador Medina Hernández, padre del poeta Salvador Medina Barahona, devoto de San Roque (por eso el nombre de la clínica de corta vida) y devoto también de Santa Librada, hombre con múltiples defectos y debilidades propias de la carne, le salvó la vida a muchos ejerciendo especialidades que hoy ningún doctorcito de plástico graduado en la plus ultra universidad se atrevería a ejercer.

Mi abuelo, por dios santo, le cosió el corazón a un tipo que habían apuñalado en una fiesta en Tonosí. Mi abuelo le abrió el pecho, y le cosió el mismísimo corazón palpitante. Solo por eso el herido fue capaz de llegar con vida a la ciudad de Panamá. Cuando llegó a manos de doctores en la capital, estos fueron muy claros: ‘Si no es por el doctor tableño este hombre se muere'. Mi abuelo pudo haber dicho: ‘ajo, no, lo que pasa es que no soy cirujano, yo no abro gente'. Pero no, pa' lante, que le cosemos el corazón a esta para ver si lo salvan allá en la ciudad donde, por supuesto, tienen mejores equipos. Eso se llama tener huevos, si me perdonan. Mientras, pues, ni modo. A aguantarnos los doctorcitos caras de sapo de hoy. Que no son todos, ok, lo sé. Al que le caiga la piedra, que se sobe.

POETA Y MÚSICO

Lo Nuevo
comments powered by Disqus