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- 09/02/2020 06:00
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Fue una semana muy ocupara para Leonardo Padura. El reconocido escritor y guionista cubano visitó Panamá para, en primer lugar, ofrecer un taller sobre literatura y cine. Pero su estancia en la ciudad de Panamá incluiría también la presentación de la reedición de su libro Los rostros de la salsa, y una charla titulada “El escritor y la ciudad”, además de atender compromisos literarios, sociales además de entrevistas como esta, que muy amablemente concedió a La Estrella de Panamá.
La literatura y el cine nos cuentan historias, pero no de la misma manera. Cuando escribes una novela, explica el escritor, “creas en la narrativa, con estructuras, condicionamientos de carácter espacial, temporal, específica y sobre todo estás haciendo un arte que se basa en la palabra”. La literatura es un territorio en el cual el autor tiene absoluta libertad, es dueño de las decisiones, mientras que cuando se escribe para el cine hay una historia que ya está escrita, pero que debe ser transformada profundamente porque “pasas de un sistema narrativo a un sistema con un resultado audiovisual. Y la narrativa audiovisual es diferente a la narrativa novelesca”, destaca Padura.
“El peso de la palabra en el cine es meramente comunicativo, a través de los diálogos, pero es la esencia de una obra cinematográfica, que se expresa a través de la visualidad. Por lo tanto tienes que asumir que vas a hacer un arte que se va a representar, que va a tener una función de servicio en una película”, sostiene. Y en este caso, las decisiones del guionista estarán por debajo de las del productor y el director del filme, que parte de una historia escrita por un novelista. Y aunque esta ecuación al final parezca muy complicada, cualquier texto literario puede ser capaz de funcionar en una pieza cinematográfica.
Un gran ejemplo de ellos es una de las obras que presentó en este taller: La insoportable levedad del ser, historia original de Milan Kundera, llevada al cine por el guionista Jean Claude Carriere y el director Philip Kaufman. “Es una novela filosófica, de tesis, con una historia que no es lineal, una historia descentrada que tiene una forma de espiral y fue llevada al cine con un acierto enorme, al punto de que sus reconocimientos más importantes fueron por su guion. Para mí es casi milagroso, haber podido convertir La insoportable levedad del ser de una novela a una película. Entonces, sí. Casi siempre es posible”, afirma.
Pero para que esto ocurra, el guionista debe tener conocimiento sobre el manejo técnico de un guion. “En la escritura del guion todo está inventado y todo está reglamentado. Y únicamente conociendo todo eso, es posible escribir uno bueno, incluso si decides violar lo que está inventado y reglamentado”, dice. Y es que para Padura, no puede asumirse la escritura de un guion como un ejercicio de imaginación o de inspiración. Hay que asumirlo como un ejercicio técnico, en el cual tiene que haber además inspiración, pero siempre atendiendo a los requerimientos específicos del tipo de producto que se está concibiendo.
El guionista advierte que el taller que dictó no tenía como objetivo enseñar a escribir guiones. “Fue más bien un taller para incitar a los estudiantes a que conozcan cómo se escriben los guiones, a que busquen información sobre cómo hacerlo a partir de ejemplos concretos”.
Para mostrar cómo se puede mantener una fidelidad absoluta en la novela, presentó El halcón maltés, mientras que La insoportable levedad del ser fue ejemplo para demostrar cómo se recrea completamente la estructura de un texto literario para llevarlo a la pantalla. El taller se completaría con dos ejemplos de la experiencia del maestro en el cine, uno a partir de una novela escrita Vientos de La Habana y otro a partir de un pasaje de una novela que fue escrito completamente de otra manera para ser llevado al cine que es el caso de Regreso a Itaca. De esta manera el guionista deja claro que el guion no necesariamente tiene que ser fiel a la historia original.
“Pretender esa fidelidad es uno de los errores que comete el guionista”, asegura Padura. Para el guionista hay que hacer un traslado, que puede resultar muy peligroso porque puedes traicionar la esencia del libro como ocurre en algunos casos y hay otros en que la fidelidad del libro es casi una exigencia. Lo importante es reconocer conocer cuándo se da cada caso.
Veinte años después de su lanzamiento Padura presentó, a través de editorial Planeta, una reedición de su libro Los rostros de la salsa.
“Ese libro tuvo una circulación muy limitada en su momento porque tuvo un a edición cubana que no salió de la isla, una edición mexicana que circuló muy poco y era prácticamente desconocido por el resto de los lectores del universo donde la salsa ha sido y es todavía un fenómeno musical importante”, reconoce el escritor. Y esa fue la razón para que sus editores decidieran hacer una edición fundamentalmente para los países donde podía haber un interés por conocer las historias de estos personajes vinculados al movimiento de la salsa.
La venta del libro en esta, su primera semana ha demostrado que a pesar de que este género musical no está en su mejor momento, mantiene un interés. “Este es un libro que tiene 13 entrevistas, once de ellas a músicos y dos a especialistas: uno en marketing, otra a un musicólogo. Creo que tiene un valor fundamentalmente testimonial y antropológico porque fueron hechas todavía en un momento de mucha importancia para esta música”, cuenta el autor.
El único cambio entre la primera edición y esta reedición ha sido la inclusión de una nueva entrevista al cantautor Rubén Blades, con el afán de hacer un recorrido por lo que ha ocurrido en el mundo de la salsa en los últimos 20 años. “Estoy muy satisfecho de la acogida que ya ha tenido en Colombia y en Panamá. Ha creado polémica, porque es un libro polémico; la salsa es un fenómeno muy polémico y e n este libro están todas las opiniones posibles, desde los que la niegan hasta los que la fundamentan”, asevera.
Los rostros de la salsa es un proyecto que Padura echó a andar “por un interés periodístico, por interés en ese fenómeno cultural”, admite.
Así, el escritor tenía una especie de retrato de este fenómeno en un momento determinado, pero su posterior desarrollo fue muy complejo, segmentado por países y sus singulares realidades. “Y creo que ningún testigo es mejor para poder hablar de esas transformaciones que Rubén (Blades)”, afirma.
Para Padura, Blades “es uno de los cuatro o cinco nombres imprescindibles del movimiento y es una persona con un pensamiento muy organizado y era el ideal para poder valorar qué había ocurrido con el fenómeno en estos 20 años”.
El aprecio que el cubano siente por la salsa es palpable en su obra, mas no en sus pies. En una reciente entrevista, Padura aseguró que no sabe bailar. “Sí, es verdad, no sé bailar”, cuenta. Y lo explica de una forma muy sencilla. “Hay millones de personas en el mundo a los que les gusta el fútbol y si los pusieras en un campo de fútbol serían incapaces de patear una pelota. Entonces, no es tan raro que alguien se interese por la salsa sin saber bailar salsa”.
—¿Le interesaría aprender?
—No hago ni el intento porque conozco mis limitaciones. Yo creo que la mayor muestra de la inteligencia no es saber lo que sabes sino saber lo que no sabes (ríe).
Las necesidades creativas de un escritor o de un guionista o director de cine pueden variar a lo largo de los años y de las circunstancias. Incluso el hecho de vivir en un país o en una ciudad, luego en otra, en otra cultura, en otro idioma, pueden influir en la manera de concebir y realizar una labor artística. Sin embargo, en la conferencia “La ciudad y el escritor”, Padura conversó sobre su apego, una realidad “que se manifiesta sobre todo en una ciudad, que es La Habana”.
“Toda mi perspectiva del mundo parte de ese lugar; el ambiente fundamental en el que se desarrollan mis personajes es La Habana. Aunque haya momentos en que las novelas se muevan a otras latitudes, siempre La Habana es el punto de donde llegan todas estas historias. Eso tiene mucho que ver con el sentido que pertenencia a una ciudad, a una cultura y a una generación”, establece.
Asimismo, de la variedad de personajes que Padura ha creado para sus obras, con uno tiene mucha afinidad. “Conde y yo tenemos muchas cosas en común”, admite. Mario Conde es un detective, ex policía que hace investigaciones de manera poco ortodoxa. . “Quiere ser escritor, tiene una relación muy intensa y dependiente con la literatura y compra y vende libros viejos no solo por un interés material sino también espiritual. Es un hombre de mi generación que vive en un barrio parecido al mío y que tiene gustos y preferencias muy parecidas a las mías. No es mi alter ego, pero siempre digo que Conde es mis ojos para ver la realidad cubana desde la perspectiva de mis novelas”, reflexiona.
Esta entrevista se llevó a cabo el pasado viernes, último día del taller. A un día de partir de Panamá. ¿se le ha quedado algo por hacer ?
“He tenido que hacer tantas cosas que no he tenido tiempo de pensar en otras más”, dice con una sonrisa. “No he tenido tiempo de pasear ni de hacer más nada que no sea trabajar y cumplir compromisos. He tenido tiempo para ver a los amigos, no demasiado, no a todo el que me hubiera gustado, pero siempre me satisface mucho venir a Panamá”, reconoce Padura.
Aunque advierte que la ciudad, “con ese tráfico terrible es un poco agresiva y hostil”, es capaz de sentir cercanía cuando habla con los panameños.
“En la entrevista que le hago a Blades, dice que él se ve como un hombre de ese 'extraño rincón del Caribe que es Panamá', y aunque los panameños hayan visto muchas veces más en su vida el océano Pacífico, que el Atlántico, son muy caribeños y es un lugar en el que siento gente muy cercana a mi forma de pensar, de sentir la vida. Los panameños llegan tarde a los lugares igual que los cubanos (ríe), a los panameños les gusta comer arroz y frijoles igual que a los cubanos, las mujeres son bonitas en Panamá, lo mismo que en Cuba. Me siento muy cerca de mi casa en Panamá”, concluye.