Aquel niño llamado Cortázar

PANAMÁ. Crecí en un barrio viejo, con pocos niños, todos varones, en una casa con muchos libros. Aprendí a leer desde muy pequeña y come...

PANAMÁ. Crecí en un barrio viejo, con pocos niños, todos varones, en una casa con muchos libros. Aprendí a leer desde muy pequeña y comencé un juego conmigo en el que me retaba a terminar libros muy gruesos, incluso si no los entendía.

Mi mamá empezó un día a trabajar un cuento de Cortázar, Carta a una señorita en París. Tal vez lo comentaba, no sé, pero el libro estaba a mano, con un lápiz sirviendo como separador y decenas de comentarios escritos en el borde. Lo tomé y lo leí. No me resultaba tan increíble creer que alguien vomitaba conejos, era una niña y para los niños esas cosas son posibles. No me resultaba improbable que alguien fuera un motociclista en un párrafo y un indio que escapa en el siguiente. Yo misma era una bailarina famosa un segundo y una maestra dedicada el próximo. Entonces calculé que tal vez Cortázar era otro niño y que el de los ojos saltones de la foto de la contra portada era su papá, que llevaba el mismo nombre.

Naturalmente, y a partir de ese momento, yo pensé que así se escribían los cuentos. Y por eso me tomó tantos años sentarme a escribir. Así que, ya ven. Cortázar tiene la culpa de que no tenga ya a mi haber diez o veinte libros publicados.

Hay cosas que llevo conmigo en el día a día que son puramente cortazianas. No uso reloj de pulsera, porque como cualquiera que ha leído a Cortázar sabe, en el fondo de los relojes está la muerte.

Siempre que estoy en un tranque -de esos que se viven todo el tiempo interminables en la ciudad de Panamá- pienso, alguien va a sacar una mesita y haremos un picnic, seremos grandes amigos, y ya no nos volveremos a ver, como en Autopista del Sur.

Las pocas veces que he visto un busito Volkswagen rojo, pienso ahí va Fafner, ahí van Julio y Carol, los cosmonautas de la autopista. Ojalá encuentren un buen lugar donde descansar.

Pero sobre todo, cuando me siento y escribo, y de pronto me entra una risita nerviosa, sé que todo es posible en la literatura y que Cortázar es un ángel en el cielo de los escritores que me hace cosquillas con sus enormes plumas blancas. Entonces pienso: Tal vez le guste este cuento.

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