Los pétalos que decoran el país

En medio de las líneas que había escrito Jerónimo de la Ossa, y a las que luego le pondría melodía Santos Jorge Amátrian, aparece esta frase que evidencia el verdadero significado detrás del nombre con el que bautizaron la república.

Son los primeros versos de la segunda estrofa. ‘En tu suelo cubierto de flores, a los besos del tibio terral'. Panamá es abundancia de peces, pero también de flores, aquellos brotes de vida que encuentran espacio en los rincones del Istmo.

Peristeria elata, por mencionar una, aquella flor que pertenece a la familia de las orquídeas, es un ejemplar de hojas carnosas con el que muchas veces se identifica a nuestro país: ‘flor del Espíritu Santo', es el nombre que le atribuyeron algunos feligreses al capullo que espera julio para florecer.

En Panamá las flores son iniciativa de un paisajista o azar de la naturaleza. Bordean museos, restaurantes, edificios residenciales y plazas; pero también reclaman espacio en el ajetreo urbano. Hay pétalos que asoman el rostro tímidamente por las rajaduras de las aceras, otros se hacen más fuertes con la lluvia y trepan templos como la Catedral del Casco Antiguo.

Las flores son cotidianas, pero también son objeto de estudio, sobre todo en la medida que se alineen a lo exótico, aunque el viento las agita a todas por igual, desde un papo y las hojas de un guayacán, hasta las orquídeas más peculiares donde convergen un enjambre de abejas ansiosas de néctar.

Están incluso las flores secas, que no caen al suelo sino que penden de una rama, como recordándonos espontáneamente el paso de los días, los meses, los años.

No puede uno hablar de flores sin mencionar la poesía. No hay vate que haya hilado composiciones sin detenerse, por lo menos en un verso, a voltear a mirar la inmensidad de un pétalo. Quizás, lo más poético de las flores, específicamente las rosas rojas, es que son para la humanidad la máxima expresión de amor.