En Cúcuta, principal paso fronterizo entre Colombia y Venezuela, la tensión por el despliegue militar de Estados Unidos en aguas del mar Caribe parece...
- 28/08/2011 02:00
Para muchos padres modernos, la crianza de sus hijos implica una logística impresionante para que ellos cumplan actividades extracurriculares. Son jornadas que comienzan a las seis de la mañana para ir al colegio, continúan cuando las mamás los recogen para ir a clases de refuerzo de inglés, ballet, equitación, pintura, matemáticas, música, artes marciales, fútbol o natación. Y solo terminan a las siete de la noche, cuando llegan a casa, pero a hacer tareas. Los niños no tienen tiempo ni de cambiarse o comer y, como es de esperarse, terminan rendidos, como los papás, por el estrés de llegar oportunamente a todas partes.
En medio de esa tensión, es difícil tener tiempo de calidad para conversar con ellos. Y bajar el ritmo no es una opción. Para la psicóloga María Clara Arboleda, esta historia es común en familias de cierto nivel económico y social en las que ambos padres trabajan y sienten que si sus hijos desde muy pequeños tienen actividades fuera del colegio, van a estar mejor preparados en el competido futuro laboral que les espera.
Por eso, cada vez comienzan más temprano. Hay jardines infantiles que les enseñan a niños de 2 años matemáticas, filosofía y yoga. ‘Las actividades no son buenas ni malas -dice Arboleda-, pero cuando los papás exageran, impiden que el niño tenga tiempo libre, que también es necesario’.
LA IMPORTANCIA DEL JUEGO
Hace unos años, la revista Pediatrics, de la Sociedad Estadounidense de Pediatría, publicó un artículo en el que señala que el tiempo para el juego libre ha disminuido en los países occidentales, a pesar de que es ‘esencial porque contribuye al desarrollo cognitivo, físico, social y emocional del niño y es una oportunidad para que los padres se involucren con ellos’. Y en una reciente investigación, Hyung Hee Kim, del College of William and Mary, encontró que la creatividad de los niños había disminuido desde 1990. Entre las causas está la agenda apretada de actividades extracurriculares, que los deja sin espacio para los juegos tradicionales. A pesar de las buenas intenciones, varias investigaciones recientes señalan que esa inversión de tiempo y dinero es inútil. Según Steven D. Levitt, autor de Freakonomiks, no hay evidencia de que las decisiones que toman los padres por sus hijos tengan un impacto en su futuro éxito. Por el contrario, Levitt cree que debe haber una correlación negativa cuando los niños tienen agendas tan apretadas, porque ‘salir corriendo de una clase a otra no es la manera como ellos quieren pasar la vida’, dijo en una entrevista radial.
Otro economista, Bryan Caplan, autor del libro Selfish Reasons to Have More Kids, explica que los niños no son como plastilina que se moldea para toda la vida, sino plástico que se flexiona con la presión pero vuelve a su forma original cuando se suelta. Su tesis se apoya en la genética del comportamiento, un campo que usa modelos matemáticos para comparar la similitud entre gemelos idénticos y mellizos, y la suerte que corren cuando son adoptados.
En la muestra estudiada por Caplan, los gemelos separados por adopción, pese a que fueron criados de manera diferente, eran similares en casi todo: su felicidad, posición social e ingreso. Esto lo llevó a concluir que, al menos en la crianza, pesan más los genes que el ambiente en el que crecen. En cuanto a la educación, el tema no es tan claro. Un trabajo entre dos mil niños suizos adoptados mostró que 10% de ellos tienen más posibilidades de ir a la universidad si sus padres adoptivos hicieron lo mismo.
EL REMORDIMIENTO DE UN PADRE
Sin embargo, otros, como el Estudio Nacional Longitudinal de Salud Adolescente, que abarcó a mil 700 niños, encontró que los genes tenían un gran efecto en las notas, pero no así la influencia de los padres pues las calificaciones de los niños criados en la misma familia eran tan distintas como las de dos extraños. Los expertos creen que los padres repletan la agenda de sus hijos, en parte, por presión de grupo. "Cuando las mamás oyen que otras mandan a su hija a ballet, a equitación, a matemáticas, sienten que no se pueden quedar atrás", dice Arboleda. Pero también lo hacen porque, inconscientemente, sienten culpa de dejarlos solos mientras trabajan y creen que la mejor manera de expiarla es inscribieendolos en estas clases, en las que saben que estarán bien.
Los padres, que cada día trabajan más, quieren que sus hijos también aprovechen cada minuto en cosas que consideran productivas.