Sumergido en la isla del son

Actualizado
  • 30/08/2015 02:00
Creado
  • 30/08/2015 02:00
Cuba es capaz de robarte a cuentagotas la piel y las fuerzas, con una capital que despierta deseo hacia aquella condición insular

Dolían un poco los pies después mis primeros días peregrinando en La Habana. Un lugar que le dio una bofetada a mi imaginación; quien fuera de la isla para saber cómo se siente ser y vivir en Cuba pa' las buenas y las malas.

En cada esquina se deja oír música y son al compás del calor veraniego, que lleva esa mezcla de alegría, aflicción, amor y acordes montunos.

El centro de La Habana es imponente. Pareciera haber atesorado riquezas de sus años mozos, quizá alguien divisaría esta ciudad como un ‘las Vegas' gringo, un lugar del que todos hablan.

Mientras bebo un café, observo la parada del ómnibus sobre la avenida Línea: niños enamorados tomándose de la mano a escondidas, perros y gatos caminando juntos, hasta tórridos besos como si el socialismo y un cataclismo los apuraran al acto antes de morir (continuará).

En sus calles la vida son lapsos cortos de tiempo que no acaban. Entre sus casas y edificios agrietados y sus ‘almendrones' de los años 50, el alma de esta ciudad es tan vieja que parece estar detenida en el tiempo, en la espera eterna de un nuevo comienzo. c La genética Cubana arroja gente guapa con diversos tonos de piel, dejarte llevar por la belleza de sus mujeres es seguro perder tu nacionalidad, en su efecto para las mujeres seguro pasará igual.

El olor a tabaco, el que hace unos meses me provocó una tos de varias semanas, parece funcionar aquí como antibacterial para mis pulmones, con solo tres días Cuba es capaz te robarte a cuenta gotas la piel y las fuerzas, despertando querer y deseo hacia la isla y su todo. Las 8:30 pm frente al malecón me recuerdan los atardeceres de cinco que me roban la calma en Soná, un toque de cielo vainilla y otra poca de besos frente al poniente me hace respirar profundo y me da calma. Los días los empezaba muy temprano y me atrapaba la noche en la calle, alguna que otra panadería me traía memorias de mis años perdidos en los bares de tapas de Madrid, mientras bebo un café observo la parada del ómnibus sobre la avenida Línea donde veo cada cosa: niños enamorados tomándose de la mano a escondidas, perros y gatos caminando juntos hasta tórridos besos como si el socialismo y un cataclismo los apuraran al acto antes de morir. ( continurá)

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