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- 31/10/2025 16:03
Cada 1 y 2 de noviembre, México se transforma en un país que celebra la muerte con alegría. Altares adornados con flores de cempasúchil, velas encendidas, pan de muerto, calaveras de azúcar y retratos de familiares fallecidos llenan los hogares y cementerios en honor a quienes partieron.
Esta tradición, declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2003, tiene raíces en las culturas prehispánicas, que consideraban la muerte como parte de un ciclo natural.
Los pueblos originarios solían enterrar a sus muertos con ofrendas para guiarlos en su camino al Mictlán, el lugar de descanso de las almas.
Con la llegada de los españoles, la festividad se fusionó con las creencias católicas del Día de Todos los Santos, dando origen al Día de Muertos como se conoce hoy.
De este sincretismo surgieron elementos como las velas, cruces y el pan de muerto, que se mezclaron con el copal, el maíz y las flores indígenas.
El símbolo más reconocido de esta fecha es “La Catrina”, figura creada por José Guadalupe Posada y popularizada como una representación elegante de la muerte. Con el paso del tiempo, esta imagen se ha convertido en un ícono internacional de la cultura mexicana.
Hoy, el Día de Muertos sigue evolucionando. Desfiles, comparsas y festivales se suman a las ofrendas tradicionales, manteniendo viva una celebración que une pasado y presente, y que demuestra que, en México, la muerte no es el final, sino un motivo más para celebrar y apreciar la vida.