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Juan Luis Guerrra, entre la lluvia y romance
- 09/06/2023 15:11
- 09/06/2023 15:11
Arropado en un traje azul marino con estampado floral, camisa blanca holgada, una pañoleta roja con detalles dorados y boina gris, sello distintivo del artista, apareció en el escenario Juan Luis Guerra.
Guerra un experimentado poeta, acostumbrado a cantarle a la luna esta vez se lo hizo a los panameños. El filósofo del merengue, aquel que es capaz de prometer amor eterno y mantenerlo. Apenado por el retraso que causaron las inclementes lluvias nacionales, aparece sobre el escenario Guerra, con la determinación de probar que, aunque no llovió café en el campo ese jueves, todavía puede llevar a su público "Entre mar y palmeras".
Era un jueves atípico en el estadio Rommel Fernández. A las 6:15 p.m. una leve llovizna auguraba que los vendedores de capotes serían los principales beneficiados de aquel concierto, cosa que quedó demostrada a las 8:15 p.m., cuando los comerciantes que gritaban "lleve su capote, para evitar el resfriado", lograron vestir a gran parte de las 20,000 personas que fueron al concierto. Esos atuendos de polietileno, rosas, naranjas, azules y verdes, que tenían un costo de cinco dólares, llenaron de color el espacio mientras que los instrumentos musicales, las luces, las consolas de sonido y otros elementos, tuvieron que ser cubiertos con bolsas negras, para evitar que quedaran empapados. La idea fue replicada por algunos individuos de la audiencia, que no estuvieron dispuestos a pagar el precio de los capotes.
Aun así, el deseo de escuchar al cantautor de Santo Domingo perduró en los corazones del pueblo panameño, quien estaba dispuesto a cruzar El Niágara en bicicleta, con tal de escuchar Las avispas sonar en vivo.
A las 10:43 p.m., tras tres intentos de secar el empapado escenario, sea apagaron los focos y un sonido de campanas y carnaval de luces, sonidos y colores, se apoderó de las pantallas del emblemático estadio, para darle paso a la batería, las congas, los bongos y la churuca, de 4.40, icónico conjunto que lleva acompañando al poeta caribeño, desde sus inicios y una figura de casi dos metros, encorvada y con barba tupida le pidió a Rosalía, que le abriera las puertas de su amor... llegó Guerra.
Un aura romántica inunda el recinto, los corazones laten al ritmo del merengue y ya se puede ver a las primeras parejas que pretender secar en el piso del estadio con su baile. Luces estroboscópicas se disparan en todas las direcciones y desde las gradas ya se escucha al público corear los versos de Como tú, en agradecimiento a la puesta en escena del dominicano, que pasa rápidamente a entregarles La llave de su corazón a la audiencia nacional.
El filósofo del merengue le cantó a los amores del Ayer, le dedicó una Carta de amor sincero a los romances sufridos y le relató a los panameños lo duro que es cruzar el Niágara en bicicleta, algo que fue entendido por la audiencia, la cual replicaba "el Niágara en bicicleta", cada que la canción lo demandaba.
Siendo las 11:13 p.m. quienes estuvieron en el Rommel Fernández fueron testigos de algo providencial, pues todo rastro de lluvia quedó en el pasado, cuando el artista, quien nunca ha renegado de su fe cristiana, le comentó al público que iba a cantar un merengue que le compuso a Jesús. "Es mi Señor y Salvador y para él no hay nada imposible", acto seguido, suenan los instrumentos de viento y los coristas comienzan a decretar que Dios "hizo los cielos y la tierra".
Cuatro minutos después, una lluvia de confeti naranja es la emisaria de que aquel frenético evento, bajaría sus revoluciones, pues las Estrellitas y duendes, rememoraban esos amores que se esfumaron, "como un simple aguacero" y las Burbujas de amor evidenciaban el anhelo del compositor, de ser como un pez, nadando en las profundidades de un apasionado enamoramiento.
Este sentimiento fue bien recibido por los asistentes al concierto, quienes corearon con tal fuerza la pieza, que obligaron a Juan Luis Guerra a bajar el micrófono y simplemente escuchar sus voces, al unísono.
A las 11:33 p.m., el maestro de la bachata decide que es momento de ceder el reflector a aquellos que siempre lo acompañan sobre el escenario, la orquesta 4.40. En sus casi cuarenta años de carrera, el hombre de la boina ha aprendido saber leer los tiempos de un concierto y entiende, que a sus 66 años, ya no se puede mover con la misma destreza del pasado, sobre el escenario, pero qué público no está dispuesto a permitir que esa fiesta musical decaiga, es por eso que Guerra sale del escenario y deja que sus 15 acompañantes sigan la fiesta, mientras suena de fondo la base de En el cielo no hay hospital y la percusión se apodera del espectáculo, enmudeciendo a la audiencia con su destreza y recuperó el ritmo que se llevaron las Estrellitas y los duendes.
La canción Tú, es la primera que sus coristas cantan en solitario y le sigue Como abeja al panal. Diez minutos de prodigioso talento caribeño, que mantuvieron a los espectadores, en un estado de éxtasis.
11:42 p.m., regresa al escenario, para relatarles a la audiencia que lo que hizo un seminarista a las cinco de la mañana... comienza Visa para un sueño y minutos después, toma un megáfono blanco con rojo, para explicarle a la audiencia, el problema de El alto costo de la vida.
Siendo las 11:48 p.m., ya se puede ver a un sector del público exhausto, por mover los pies al ritmo del merengue y la salsa, pero todavía algunos entusiastas persisten en su deseo de bailar toda la noche y, aunque se fue la lluvia, Guerra desea que Ojalá que llueva café. "Ahora que estamos cantando, ojalá que llueva, se fue la lluvia", bromea el dominicano, que para este punto no había platicado mucho con sus oyentes.
11:59 p.m. ya se acerca el final del espectáculo y el artista decide introducir algo típico de su tierra, el Perico ripiado, una labor que fue acompañada por el sonido de dos saxofones, quienes cobraron gran protagonismo y justo después de esto, suena el himno de Guerra... Las avispas, las cuales dieron la bienvenida a un nuevo día.
Ya es viernes y aunque Guerra se despide y se apagan las luces del escenario, su público le implora que cante otra canción. Panamá, la tierra que siempre lo ha recibido, no quiere verlo partir del escenario y grita que "¡otra, otra, otra!". Unos deseos que son escuchados, porque en las pantallas sale un megáfono rosado, con el texto que indica "¡otra!", comienza la Bachata rosa.
12:06 a.m. se encienden las luces y aparece el cantautor con un nuevo atuendo. Va enfundado en una chaqueta tipo jeans de color gris con estampado floral, un sombrero negro, un pañuelo rosa en el cuello, los mismos pantalones azul marino, zapatillas deportivas blancas y un anillo, en su dedo anular derecho que certifica sus años 40 años de matrimonio y que evidencia que el poeta caribeño, es una persona comprometida con el amor que presumen sus canciones.
12:10 a.m. mientras que continúa la Bachata rosa, se puede observar un letrero celeste con letras blancas sobre las pantallas del escenario. "Gracias Panamá", se lee y el cantautor agradece el cariño del público, para cerrar sus versos, subiendo La bilirrubina de la audiencia.
12:20 a.m. el intérprete se abraza con sus músicos y todos, formados uno al lado del otro sobre el escenario, se despiden del público, como si de una obra de teatro se tratase, recibiendo vítores de la audiencia, quienes estuvieron esa noche entre la lluvia y el romance.