Luis García Montero, vida de poeta

  • 16/11/2025 00:00
Luis García Montero es parte de una vocación poética infinita que ha cultivado desde pequeño. Lo que comenzó como uno escritura para sí mismo se convirtió en un oficio que le ha dado fama iberoamericana

El poeta y narrador Luis García Montero nació en 1958, en Granada, aquella ciudad española donde nació otro maestro de las letras universales: Federico García Lorca.

En la biblioteca de sus padres, a los 13 años, ocurrió su primer contacto con el autor de “Romancero gitano” y “Poeta en Nueva York”. Por esos días cayó en sus manos “El lagarto está llorando”, un poema lorquiano que pertenece al libro “Canciones”.

Su oficio de lector se fue luego ampliando con las obras de Rubén Darío, Blas de Otero, Ernesto Cardenal, Jaime Gil de Viedma, Benito Pérez Galdós, Miguel de Cervantes Saavedra, Lope de Vega y un largo etc.

Ya llegaría el momento para que Luis García Montero, quien es el director del Instituto Cervantes desde el 2018, escribiera sus propios libros de poesía, crítica literaria, ensayos y artículos periodísticos.

Más tarde, obtendría elogios y premios de la mano de títulos suyos como “Habitaciones separadas”, “La intimidad de la serpiente”, “Vista cansada” y “Un año y tres meses”, entre otros.

Esta conversación ocurrió en Guatemala, hace poco tiempo atrás, en el marco de Centroamérica Cuenta, festival literario que regresará a Panamá en mayo de 2026.

En busca de la voz
¿Recuerdas esa transición entre que dejaste de ser lector de Federico García Lorca y surge el poeta Luis García Montero?

Sí, lo recuerdo, porque tiene que ver también con la llegada al bachillerato, con profesores que de pronto te hablan de literatura; con algún amigo lector al que le gusta la literatura y con el que puedes cambiar libros, y con la posibilidad de leer algún poema que ya no lo lee tu padre o tu madre, sino que se lo puedes dejar a leer a un compañero al que también le gusta la poesía. Y yo, en ese sentido, cuando empecé a estudiar en la universidad en 1976 o 1977, ya me vi involucrado con la vida literaria juvenil. Yo estaba escribiendo poemas, pero estudiando literatura para ser poeta.

Hablando de García Lorca traigo a la conversación su obra ‘Gritos hacia Roma’. En el 2024 salió una edición en la que el poema es traducido, publicado a una veintena de idiomas originarios.

Esto forma parte de las políticas del Instituto Cervantes y yo tuve la suerte de poder llevárselo al papa Francisco en septiembre de 2024. Le dije que García Lorca había escrito este poema para hacerlo llegar al Vaticano, y que yo se lo llevaba en su nombre. Francisco lo acogió con mucho cariño. Nos dijo: “Divúlguenlo ustedes. Yo fui profesor de Literatura en 1965 en un colegio de Santa Fe, en Argentina, y les explicaba a mis alumnos las enseñanzas de Federico García Lorca. Yo les explicaba sobre “El Cid Campeador” y mis alumnos se dormían por el lenguaje antiguo medieval”. Recordaba Francisco que cuando les compartió los poemas picantes de Lorca, como el romance de “La casada infiel”, se despertaban enseguida.

¿Cómo fue la infancia de un niño poeta?

Yo era un niño muy travieso. Me eduqué buena parte en la calle y correteando por el barrio, en torno al río Genil. No tuve la sensación de hacerme un raro y separarme de la vida por dedicarme a la poesía, sino que tuve una hermandad entre vida y poesía.

Sin duda, ayuda para un poeta tener una infancia traviesa, vagabunda y andariega, ¿no?

Sí. El amor por la vida y el estar en la calle a la hora de leer poesía me sirvió para elegir la tradición de una poesía que me acercara más a la vida y a la lengua de la gente que a la poesía de vocación libresca.

¿Y fuiste sintiendo que Luis tenía su voz poética?

Es un largo proceso, porque está la voz de García Lorca, pero después está la voz de otros poetas que forman parte de tu herencia. Y si estás estudiando, pues la herencia puede ir hasta el siglo XVI y encontrarte leyendo a Garcilaso o a Santa Teresa de la Cruz. Pero, yo, en el momento en el que pensé que podía tener un mundo propio en el que me reconocía y me quedaba cómodo, fue años después con la publicación de un libro que se titula “Habitaciones separadas”, en 1994.

¿Es uno de esos libros de los que estás más agradecido?

Conseguí un premio importante en España, el Adonai, por “El jardín extranjero”, en 1982. De esa manera conseguí meterme en el mundo literario, pero la primera vez que yo sentí que había un mundo que me pertenecía y en el que yo quería definirme fue con “Habitaciones separadas”. Aquella era una poesía de carácter meditativo, con un lenguaje de la cotidianidad y donde yo podía preguntarme a mí mismo sobre mi educación sentimental y mis relaciones con el mundo.

Cariño y amistad
¿Cómo fueron tus padres como lectores?

Mis padres tenían una particular relación con la literatura. Mi padre era militar, pero le gustaba mucho la poesía. Tenía en casa el libro “Las mil mejores poesías de la lengua castellana”, y recuerdo que leía en alta voz sus poemas preferidos, por ejemplo, la “Canción del pirata”, de José de Espronceda. Y mi madre estudiaba filosofía y letras; era lectora, pero de cosas de la época.

Ella conoció a mi padre, se enamoraron, y casarse era para la mujer de entonces dejar de estudiar y dedicarse a cuidar a sus seis hijos, uno detrás de otro. Pero mi padre siempre conservó su gusto por la lectura y, en ese sentido, cuando me vieron a mí escribir, no tuvieron la sensación de decir: “qué tontería estás haciendo” o “no se te ocurra estudiar literatura porque eso no sirve para nada”, sino que, de pronto, sintieron que a lo mejor su hijo podía encontrar su camino en el mundo de los libros que ellos respetaban.

Ahora Luis tiene libros escritos por él que van integrando la biblioteca familiar.

Mis padres se sintieron de pronto orgullosos de mí y yo se los agradecí mucho. Mis padres tenían un pensamiento muy conservador. Buena parte de lo que yo escribía era poco conservador y el orgullo de mis padres me hizo ver también que, más allá del cariño, la amistad y esa relación que establecieron conmigo, nada de eso se rompió por un desacuerdo político, sino que había otro tipo de complicidad que yo les agradecí mucho a mi padre y a mi madre.

Fue cuando aparece ese acto increíble de conectar con alguien que no conoces.

Ese es el misterio de la escritura, ¿no? Porque si partimos de que uno estudia para crear, ¿cómo ese uno es capaz entonces de comunicarse con el otro que no conoce? Creo que la literatura y la poesía pertenecen a una dinámica que, una y otra vez, te hace recordar cómo son las cosas. Tú escribes, pero escribes no como un desahogo biográfico, sino como una manera de pensar en ti para llegar a cosas que no solo tengan que ver anecdóticamente contigo, sino que más profundamente tengan que ver con la condición humana.

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