El tesoro que no conocemos

Actualizado
  • 01/02/2010 01:00
Creado
  • 01/02/2010 01:00
¿Si descubriera que existe un lugar en donde el aire acondicionado es la brisa del mar, el piso es de arena natural, su sistema de ilumi...

¿Si descubriera que existe un lugar en donde el aire acondicionado es la brisa del mar, el piso es de arena natural, su sistema de iluminación son las estrellas y el sonido ambiental, el ir y venir de las olas que no se cansan de humedecer la orilla sedienta de sal, lo apreciaría?

Sí existe este lugar y tener la posibilidad de transcurrir un momento de la vida en estas condiciones, es un verdadero privilegio en un mundo que —cada vez más banalizado por el consumo— nos hace tergiversar la realidad y percibir como imprescindible lo que la sociedad moderna nos ha impuesto como sinónimo de confort. Ciertamente todos o casi todos disfrutamos de una buena película en uno de estos televisores de última tecnología, o quién no de un ambiente refrigerado en una tarde de mucho calor.

Sin embargo, el exceso del cada vez tener y querer tener más de lo último y lo mejor, nos priva de la posibilidad de sentirnos plenos con lo poco, lo simple; o más bien, con lo abundante y exclusivo que nos ofrece nuestra naturaleza. A tal punto, que hemos trasladado muchas de nuestras necesidades superfluas a sitios, donde nuestra luz de neón opaca el brillo que nos ofrece el cielo nocturno preñado de estrellas, nuestras máquinas de refrigeración, nos privan de respirar el aire de mar o campo que nos llenan de oxígeno (sin mencionar cuanto calientan el exterior).

Todo esto ocurre sin ser conscientes de cuánto se requiere y de dónde proviene todo lo que consumismo y demandamos. En estos días he tenido el privilegio de recorrer la costa sur veragüense, disfrutando de una belleza escénica incomparable, de la sencillez de una gente que porque vive “desconectada” de los medios modernos, no se enteró de lo que pasó en Copenhague y de los esfuerzos por reducir las emisiones de CO2, pero que su día a día es un perfecto “0 emisiones”. Viven de lo que tienen, se maravillan de las cosas sencillas y no aspiran más que a una buena pesca o el feliz fruto de una buena cosecha.

Hoy día, otros que han visto traducido en grandes cantidades de dólares, el mismo panorama que hoy describo casi que idílicamente, han irrumpido con anuncios de mega proyectos, promesas de “empleos dignos” y la transformación de su sencillo mundo, en uno complejo y demandante como el que nos envuelve en los centros urbanos. Nuevamente el brillo enceguecedor de espejos coloridos, pretende atontar y ser pieza de canje para los que siempre han vivido —casi que inconscientemente— rodeados de oro.

El planeta está cambiando, cada día descubrimos que lo que nos enseñaron en la escuela como recursos renovables e infinitos, ya no son tales. La única casa que alberga a la humanidad está descuidada, maltratada y la estamos desmantelando, bajo la excusa de que un día la tecnología y el dinero resolverá el daño que hemos hecho hoy… Falso!

Desde Bahía Honda, Distrito de Soná, Provincia de Veraguas, soñamos y apoyamos el sueño de ver a los lugareños desarrollando sus proyectos turísticos que muestren la riqueza de su hábitat, que atraigan a propios y a extraños para disfrutar de paseos en canoas, baños en playas paradisiacas, comidas y artesanías que solo le son propias a ellos. Pero a su escala, en proporciones de respeto a su comunidad y a su entorno; tal vez, no generarán cifras con 6 ceros a la derecha, pero les mejorará su calidad de vida, les devolverá la dignidad que el paternalismo gubernamental y el privado les robó y les dará la posibilidad de mostrar al resto del país, que desde esa pequeña isla que casi ni se ve en el mapa, es posible desarrollar proyectos cónsonos con su entorno y que le devuelven al ser humano la posibilidad de volver a encontrarse en casa, con la naturaleza.

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