Así se vivió el emotivo funeral del papa Francisco. El evento reunió a mas de 200.000 personas en la Plaza San Pedro, con la presencia de 130 delegaciones...
- 24/12/2022 00:00

A China Bandera
Cuando cayeron las primeras bombas ya éramos hermanos. La antigua casa de madera se estremeció y las voces urgieron a los que aún dormían: “Llegó la invasión”. Por puro instinto nos fuimos a refugiar al baño comunal. El espacio era escaso y el temor estaba distribuido en raciones iguales.
Seis familias apretujadas, una contra la otra: la bochinchosa con la mojigata, el maleante con el buenagente, el profesor con la lavandera. Ningún prejuicio se asomó a los temperamentos. Todo estaba oscuro y a no ser por las voces hubiera sido imposible reconocernos.
A lo lejos, y acercándose, el bufido de las tanquetas y las ráfagas en automático de los M-16; las explosiones ensordeciendo la noche sórdida.
El tiempo avanzó con un tablero de ametralladoras y un martillar de bombas que seguirían cayendo hasta las primeras luces del amanecer.
Las bengalas hacían la noche fantasmagórica. El susto atenazante de los niños los hacía aferrarse al cuerpo de los padres que miraban sin ver a través del breve silencio, después de cada trueno.
Quién puede hablar de nada, cuando la posibilidad más cierta es morir con la esperanza de que al día siguiente reconozcan tus restos, bajo los escombros de la casa quemada.
Huyendo de su fracción de guerra y del incendio, llegaron a nuestro refugio una mujer y un hombre cargando a un recién nacido. Pretendían apretujarse junto con nosotros. Algunos se resistieron a esa presencia. Acechados por la muerte nos tomamos egoístas. Cuando la guerra llega nadie se salva.
Para aliviar el nerviosismo y permitir posada a los recién llegados, alguien dijo:
-Déjenlos, son José y María con el niño Jesús. Todos nos dejamos mojar por la sonrisa.
El padre, aprovechando una de las pausas del fuego aéreo, aclaró el equívoco diciendo:
-Es niña y se llamará Patria.