El presidente ya tiene quien lo cuide

Actualizado
  • 08/11/2009 01:00
Creado
  • 08/11/2009 01:00
P or estos días Ricardo Santoya se olvida de que tiene solo seis años. Los días 3 y 4 de noviembre tiene un compromiso con la nación jun...

P or estos días Ricardo Santoya se olvida de que tiene solo seis años. Los días 3 y 4 de noviembre tiene un compromiso con la nación junto a sus colegas del Servicio de Protección Institucional (SPI: encabezar los desfiles de los días patrios.

Ricardín no es nuevo en los predios de la Presidencia de la República. Llegó por primera vez hace dos años, un día que su madre Sugey, quien es secretaria en el Ministerio de la Presidencia, tuvo que salir a buscarlo a la guardería que esa tarde cerraba más temprano y llevarlo a su trabajo.

El pequeño descubrió esa tarde que había otro mundo distinto al de sus compañeros de guardería. Las preguntas infantiles surgieron a borbotones mientras entraba al palacio, custodiado por decenas de estas unidades que tienen la finalidad de proteger a los personajes importantes y en especial al presidente.

La madre cree que esa primera impresión fue el chispazo para que Ricardo quisiera ser lo que ya es: la unidad del SPI con menos edad (6 años) y un empleo de media jornada en el despacho del director Olmedo Alfaro, tras finalizar las clase de primer grado en la escuela Simón Bolívar, antiguo Colegio La Salle, vecina al edificio presidencial.

Entrar en el mundo del pequeño es una tarea que requiere la ayuda de su madre y de sus compañeros de trabajo. Antes de responder, Ricardín mira a los que lo rodean y espera que le autoricen a contestar, luego deja salir unas palabras tímidas, que se contraponen con la firmeza que lo caracteriza en los desfiles en compañía de la tropa.

Este niño, que atrajo todas las cámaras durante los días patrios, es el más pequeño de tres hermanos. Reside desde hace dos años en Veracruz y antes vivió en San Miguel, un barrio sumergido en la violencia. Su hermano de 17 años quiere ser ingeniero naval y la de 12 quiere estudiar criminalística. La madre se infla de orgullo cuando habla de las metas de los hijos.

Ricardín aprovecha la conversación fluida de la madre para mirar las delegaciones que se deslizan frente a la vista del presidente. Es 4 de noviembre. Rompe la charla para gritar que ahí viene su hermano, en la delegación de un colegio de marina.

Para retomar la entrevista con Ricardín le pregunto sobre su escuela. “Gano buenas notas”, dice escondiendo la cara entre las manos. “Dile que eres espectacular, cuadro de honor con 4.7 de promedio”, dice la madre en medio del diálogo con el pequeño que juega con una penca que le roza la boina.

Los compañeros de primero le llaman “el policía”. Y tienen razón en darle ese calificativo porque el pequeño cuando se le pregunta sobre qué quiere ser en el futuro responde sin vacilar “Policía”. Pero ésta no es la respuesta más elaborada que dará Ricardín.

A esta edad ya tiene que cumplir con obligaciones de gente grande, como levantarse bien temprano, ir a la escuela hasta las doce del día, almorzar rápidamente, cambiarse el uniforme escolar por el del SPI y salir a su puesto de trabajo, que arranca puntualmente a las 2 de la tarde. “Es muy quisquilloso con la hora, no le gusta llegar tarde”, aclara la madre.

¿ Y a usted le gusta el trabajo del niño?, cae la pregunta como un desafío a la madre. “El labora con el director del SPI y además le pagan”, responde la mamá de Ricardín, sin mencionar el salario que le pagan por la jornada laboral a tan temprana edad.

Ella tiene un gran anhelo porque su hijo alcance su meta. El año pasado celebró el cumpleaños número seis de Ricardín, el 12 de diciembre, con un tema tácito en su vida: la policía. Todos los asistentes fueron vestidos de policías.

La mañana del Día de la Bandera avanza y Ricardín se pasea por el suelo adoquinado de la presidencia luciendo su uniforme de trabajo. Todavía hay temas que conversar con él, que pregunta a cada instante a la madre si ya puede irse.

Sorprendentemente deja salir un chorro de palabras inusual en esta charla para contar lo que hace en casa cuando regresa por la noche. “Estudio y hago oficios”, dice. La palabra oficio es muy general para quedarme sin averiguar qué tipo de oficios sabe hacer. Antes de irme por ese camino le pregunto que cuál es su cómica favorita, cosa que no puede contestar, quizás, porque no tiene ninguna. A la hora que regresa a casa ya terminaron los programas infantiles y no tiene tiempo de verlos como lo hacía cuando estaba en la guardería.

Para no gastarle más tiempo al pequeño SPI, le pregunto por esos oficios que dijo que sabe hacer. “Yo sé barrer, fregar, limpiar”, dice. “¿Y quién te enseñó?”, indago. “Mi mamá”, agrega el SPI más pequeño de Panamá, que sueña con hacerse policía para cuidar al presidente de la república, tarea que ya parece tener al alcance de la mano con sus escasos seis años de edad.

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