Rompiendo olas
I ntento sustraerme y regresar al ambiente neutral donde suelo escribir esta columna. La oficina semi- oscura en el centro de mi departa...
I ntento sustraerme y regresar al ambiente neutral donde suelo escribir esta columna. La oficina semi- oscura en el centro de mi departamento… escucho el sonido de la ciudad sordo y lejano gracias al cemento, y el murmullo de mi computadora que pide a gritos el abanico para no recalentarse. Pero no puedo engañarme. No estoy en ese ambiente. Por lo tanto, no puedo escribir tampoco sobre lo que usualmente escribo. Sería una locura intentarlo. El papel del labial y el largo de la falda no existen aquí. Lo que realmente importa aquí cambia de color y textura.
Estoy a seis horas de la ciudad. Las olas de un mar prehistórico rugen frente a mí mientras escribo. Mi pelo recién cortado registra rizos que jamás había tenido, la brisa los define y refresca una tarde de sol enojado y extrañamente radiante. Había sacado de mi sistema el sabor de la sal en los brazos, la lentitud de las horas en estas tierras semiolvidadas. Aquí hay otros cánones, otros estándares. La mujer más bella del lugar es dorada y anda en chancletas todo el día, incluyendo las fiestas. El varón más arreglado usa bloqueador solar día por medio. El accesorio más de moda, e infalible, es una frente sin arrugas de estrés y una relajada sonrisa. No hay señal de teléfono, ni fácil acceso a Internet, así que casi no hay razones para estresarse. Aquí todo el mundo es amigo.
Entonces me pregunto: ¿Será que esta es la verdadera esencia del ser humano? Que los accesorios, el apuro, la tecnología y la velocidad (pies, autos, wi fi ) son veneno para nuestra verdadera identidad? No quiero llegar a una conclusión, pienso que es mejor tener a ambos mundos en un equilibrio.
Por lo pronto, aquí no he visto ni una marca de bolsos identificable, ni miradas curiosas entre mujeres acerca de lo que llevan puesto; nadie ha tenido como tema central en la mesa el tópico del dinero como objetivo, fin y justificación de nada; mencioné una tienda y me observaron curiosos.
Está todo bien, nada es buenísimo, nada es malísimo. Equilibrio. Al que está leyendo en este momento, yo aún estoy bajo el sol y a la orilla de una mar que es de todos, no me cambio por nadie. Estas vacaciones deberían ser obligadas para todos una vez al año para renovarnos y recordar cuál debería ser la velocidad correcta de nuestra vida. Un punto intermedio entre sesenta y cinco mails diarios en la oficina y una linda piña colada en las costas de Los Santos.
¡FELIZ 2010 A TODOS!
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