Ríos de chocolate

Actualizado
  • 03/07/2011 02:00
Creado
  • 03/07/2011 02:00
C hocolate derretido baja por el cauce del río en época de lluvia, pero en días despejados, como el de hoy, el agua es transparente y lo...

C hocolate derretido baja por el cauce del río en época de lluvia, pero en días despejados, como el de hoy, el agua es transparente y los rayos de sol que se reflejan en su espejo son una invitación para ir a darse un chapuzón. El río Trapichito pasa a pocas cuadras del caserío y se puede ir caminando, pero Daniel sabe que jamás solo, siempre acompañado por un adulto. Antes, cuando papá podía caminar, iba con él a nadar al río. Quizás sea eso lo que más extraña este pequeño que acaba de cumplir 10 años y que ya a tan tierna edad sabe lo que es tener que trabajar para ayudar al sustento familiar. Eso y jugar al ‘beis’. Por eso dice suspirando cuando caminamos por la calzada de tierra llena de huecos que une su casa con la escuela Federico ‘Yico’ Velázquez -donde cursa el cuarto grado de primaria- que cuando regrese mamá le va a pedir que lo lleve al río.

Daniel Jaén vive en Naos, en el Corregimiento El Coco de La Chorrera. Una zona muy pobre ribereña del río Trapichito, el mismo por donde a principios del siglo XX -durante los carnavales- pasaban, provenientes de la comunidad de Lagarterita en el Lago Gatún, los Congos con su reina, su rey y sus príncipes Pajarito, Juan de Diosito y las Mininas, seguidos de un alegre cortejo hacia las fiestas de La Chorrera.

Nos sale al encuentro en la puerta de la escuela en medio del bullicio de niños de todas las edades que acompañados por sus madres o familiares buscan la puerta que les ha sido asignada para aprovechar la jornada de vacunación que está llevando a cabo el gobierno en estos días de descanso curricular. Muy serio y un poco ansioso nos tiende la mano y dice su nombre con claridad aunque con un ligero temblor en la voz. Nos ha esperado desde temprano para contarnos su historia y se ha perdido un paseo a Veracruz.

LA ARITMÉTICA DE LA ESPERANZA

Empezó a trabajar para ayudar con los ingresos familiares cuando, hace aproximadamente tres años, su padre Severino se vio repentinamente afectado por una parálisis de las extremidades inferiores y no pudo seguir asando pollos. Daniel vende verduras desde el año pasado en la puerta de su casa y a veces en la escuela. ‘Primero las peso y después las pongo en bolsas. El dinero lo guardo para darle al señor que nos deja las verduras y cuando le vamos a pagar es ‘miti y miti’ y esa plata se la doy a mi papá y a mi mamá’, explica este pequeño que tiene mucho interés en aprender matemáticas precisamente para manejar bien los negocios y demuestra lo que sabe haciendo, sin cometer errores y rápidamente, operaciones con números de cuatro dígitos.

Es un buen estudiante, aunque la situación del padre le afectó profundamente provocando una baja en sus calificaciones en los dos primeros años y, a pesar de ser el menor de cuatro hermanos, haciéndole sentirse responsable por la economía familiar. Su madre Alicia del Rosario, trabaja eventualmente fuera de la casa en Panamá. ‘Mi papá ya no trabaja. Mi mamá es la que trabaja planchando o a veces limpiando casas’, cuenta Daniel.

Pero cada vez es menos el tiempo que el trabajo le roba a los estudios. Ahora, como cuenta su padre, solo algunas veces va a vender verduras a los maestros. ‘Ellos le preguntan si hay ñame o aguacate y el viene, agarra la bicicleta y les vende. Una vez vino una feria libre y el regresó con plata que consiguió haciendo acarreo’, dice Severino.

ENTRE JUEGOS Y RESPONSABILIDADES

Su día empieza muy temprano y después de desayunar pan u hojaldra se va a la escuela ‘porque el timbre toca a las 7 en punto’, cuenta Daniel. ‘Salgo a las 12 pero cuando tengo tutoría donde nos dan el almuerzo, me quedo hasta las 2 de la tarde estudiando con la maestra Arelis’, agrega el pequeño. Este es el segundo año que Daniel, junto a otros 77 niños de su escuela, forma parte del Programa Proniño de La Fundación Telefónica y a cargo de la Fundación para el Desarrollo Sostenible de Panamá (FUNDESPA). Los días en que no tiene tutoría regresa apurado a la casa porque siempre está pendiente del papá. ‘El desde los 6 años me ayuda bastante y ya sabe poner una sonda’, dice Severino con admiración.

Y como a cualquier niño de su edad le gusta jugar al fútbol algunas veces y al béisbol otras. Tiene varios amigos con los que comparte estas aficiones. ‘Mejor amigo… compañero, compañero’, dice antes de nombrar a ‘Angel, Rafael, Franklin, Alonso, El Conejo y yo’. ‘A Alonso le gusta el béisbol conmigo, a los demás solo el fútbol’, explica.

Pero también tiene otras aficiones: los domingos toca el tambor en la iglesia evangelista a la que asiste con su familia y es campeón en interpretación de décima. ‘Yo me voy, me voy mañana, mañana en la mañanita…’ canta con una voz finita y bien entonada a pedido de Severino, igual como lo hiciera en el Día Mundial de la Tierra y en dos concursos recientes de esta disciplina musical.

DE VUELTA A LA NIÑEZ

Y al igual que otros niños, a pesar de que la vida no ha sido tan benévola con el, Daniel tiene sueños. ‘Quiero ayudar a mi papá para sostener la casa, para darle lo que el quiera y para terminar la casa’, dice este pequeño chorrerano con una madurez impropia para su edad. ‘Y a mi mamá quiero comprarle una ventana bien bonita para poner en la casa, como ella dijo anoche’, sigue desgranando sueños Daniel.

Pero también sabe que para lograr ambos sueños tiene que estudiar. ‘Estudiar es lo primero de la vida y después trabajar’, agrega al final de la charla Daniel, quien no ha pensado mucho en lo que quiere ser cuando crezca pero que se ilusionó cuando vio a los bomberos desfilando y cuando fue testigo del tránsito de grandes barcos por el canal, imaginándose al mando de uno de ellos algún día. Y ya está en camino de lograrlo. Porque poco a poco Daniel Jaén está alejándose de la posibilidad de formar parte de esos más de 60 mil niños y adolescentes que trabajan en Panamá y está viviendo cada vez más de forma adecuada para su edad, asistiendo a la escuela y realizando actividades propias de la niñez, como jugar al fútbol y al béisbol, nadar en el río de chocolate, cantar y soñar.

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