Una estética de la intimidad

Actualizado
  • 22/01/2012 01:00
Creado
  • 22/01/2012 01:00
I María Raquel Cochez no es humana: es un pac man. Un pac man que devora cualquier pastillita que la vida le ponga enfrente. Devora y a...

I María Raquel Cochez no es humana: es un pac man. Un pac man que devora cualquier pastillita que la vida le ponga enfrente. Devora y avanza. Avanza y devora también las pastillas que le dan el poder de devorar fantasmas. Y después de devorarlos, los saca y los cuelga en sus cuadros y los monta en videos y los convierte en mantas. Los transforma en arte.

Y es que María Raquel no para. Hoy contestó entrevistas por mails hasta la 1:00 p.m. para promocionar la muestra ‘Home Is Where the Heart Is’ (El hogar se lleva en el corazón), que vino a presentar en Diablo Rosso de Panamá; dio clases a sus hijas, porque ella es la directora, maestra y supervisora del método de enseñanza que implementó en su hogar y que consiste en que, en vez de ir a una institución, las niñas aprenden en casa con una dinámica que avanza según el contexto: si van a ver una muestra de Dalí, hablan sobre Dalí; si viajan, sobre el lugar que van a visitar; si van al parque, sobre los pájaros y animales que allí habrá; después manejó a lo de su amigo Guido, en Diablo, a buscar un televisor que le hacía falta para terminar la megainstalación ‘Lazy Girl’ (Chica perezosa), que muestra en simultáneo siete mujeres sentadas delante de la ‘TV’ tragoneando cosas como papa fritas, helados y snacks por 30 minutos, justo lo que dura un programa estándar, y pasó por la máquina de coser la manta que ahora recibe sus puntadas finales.

No para, como si en su maratón la línea de llegada dijese ‘siga hacia adelante’ y después leería ‘faltan 100 metros’ y luego ‘descanse cinco minutos y continúe’. No tiene fin, dice-pregunta-mira-invita-pide y da.

Recién llegó acá y tiene que ponerse a hilvanar. Ya me dio un carrete y aguja, y aquí estoy, viendo si a la colcha que Cochez encargó a los kunas tiene hilos sueltos, busco entre los números naranjas y blancos, miro las constantes, pregunto y me entero que allí capturó el secreto de las subidas y bajadas de peso, unas en naranja y otras en blanco. Tiene registro mental de los kilos que carga desde los 12 años. Se los acuerda, a todos: en 1998, 1999, 2000. Y a mediados de 1998, a mediados de 1999 y a mediados de 2000. Y volcó en esta colcha a la que le arranco hilachas y pelusas que quedaron sueltas, esa tensión dual: ‘Toda la inestabilidad de mi peso expuesta en este objeto que supuestamente nos cobija y da seguridad’.

Y como no para, ahora, después de montar los cuadros, acomodar televisores, chequear la transmisión, coser la manta, hacer esta entrevista, sube al auto con su gringo y conmigo para ir a la presentación del libro Las mujeres en las artes del siglo XX en el museo de Arte Contemporáneo. Allí hay artistas amigos, con quienes irá a cenar.

Esta es María Raquel Cochez. Alguien que superó, a fuerza de trabajo, la pose. Es bien consciente de que todo, todo, se esconde y transforma en el interior, aunque ese adentro haya estado y esté influencia por el afuera. Con ustedes, una artista con mucha sensibilidad y poca tendencia a la gallery.

Ahora, un sábado a la tarde en Diablo Rosso, María Raquel habla, pasa dispositivas, expone.

Vemos a Cochez sentada frente a una hilera de sillas, con la manos en una notebook que manipula, delante de una pantalla sobre la que proyecta imágenes, donde, a la vez, vemos a Cochez sentada delante de una notebook, con un vestido floreado y calzas negras, pasando diapositivas en un taller en Tegucigalpa, El Salvador. Cochez entrevistando mujeres en el recorrido por Centroamérica para la serie ‘Ponte Bonita’, donde captura el concepto de belleza para diferentes clases sociales. Cochez con un traje de baño rojo que cubre la mitad de su cuerpo, en una pose de diva de Hollywood sobre la arena, con el mar en segundo plano, mirando a cámara. Cochez en una cama de hospital, con gorra y bata blanca, conectada con una manguera a un tubo de plástico, sonriendo a cámara, antes de someterse a una de las tantas operaciones a las que se sometió. Cochez desnuda, con una bolsa color madera que le cubre la cabeza, bailando un paso que remite a la samba, sin música, los brazos colgados, dando unas vueltas que zarandean la flojera de cada rincón de su cuerpo descubierto.

Vemos a Cochez que dice: ‘Antes mi arte estaba más enfocado como en el dolor de consumir comida desesperadamente sin poder tener ningún control. Pero ahora que me estoy recuperando, la comida no es tanto mi enfoque. Ahora estoy más que todo trabajando en mi cuerpo, después de que te recuperas de un desorden alimenticio, de haber subido y bajado y subido y bajado 100, 130, 150 libras, quedas con un cuerpo aguado, flácido, deteriorado. Así que ahora estoy trabajando en el concepto de belleza y en lo que significa en cada lugar, en cada clase social, ponerse bella’.

Llego a la entrevista con un anotador con datos, posibles preguntas y palabras sueltas. Encontré, por ejemplo, citas como esta: ‘Algunas piezas de Cochez ofrecen un claro ‘shock value’, pero ese impacto, mas allá de molestar (y ha molestado a muchos) busca crear cierta conciencia y aceptación. No es simplemente decir ‘esta es la realidad, ¡acéptala!’, sino el entender y afrontar inseguridades y miedos personales y sociales para llegar a un punto saludable de autoestima y equilibrio’.

Podría decir de María Raquel, en mi total desconocimientos de las artes, una frase del tipo: ‘sin una definición estética que la encuadre en una corriente artística determinada, muestra en sus monotipos lo que no puede ser contado, aquello que pertenece al núcleo más intocable de la intimidad’. Pero acá hay una mujer fresca que pide cerveza y fuma, con desparpajo inusual y unos ojos claros que siempre miran a los ojos. Su mirada afirma ‘conozco tus miedos’. Su obra muestra los suyos.

Hija del embajador de Panamá en la ONU, Guillermo Cochez, y vecina de Punta Paitilla, en Panamá muchos la conocían pero pocos la veían. Micky Fábrega la vio, y la animó el día que ella confesó algunos traumas de la infancia: ‘Ey, ahí está tu material’.

Después vino la revelación con Tracy Emin, una de las referentes del Young British Art, que hace lo mismo que hace hoy María pero con otros traumas. Tracy fue para María Raquel como una misionera: la madre iluminada que redimió la vida de una chica acomplejada para mostrarle el camino a la salvación.

Creció en una dictadura que mandaba a barrer todo debajo de la alfombra. En un ambiente donde el mejor de los escapes pareció ser llenar con nadas la nada: gym, ropa y buenas alfombras para que esa mugre no se vea. Y eso también la marco y dejó más cicatrices: ‘En marzo estaba con un amigo salvadoreño, también artista, en Honduras. Él me dijo: ‘María Raquel ¿alguna vez has pensado que tus rollos y tus traumas son porque eres de clase alta?’. Nunca lo había pensado. Después retrataba mujeres en aldeas y veía que no les importaba el cuerpo, quizás les importa pero no tanto. Les importa si van a tener plata para darles comida a sus hijos’.

Aquí, en los cuadros, en la vida, demuestra que nadie se libra de las imperfecciones y la inseguridad. Unos la ven como una valiente, otros como exhibicionista.

¿Por qué se expone más allá de cualquier límite? ¿Para curarse? ‘Sabes que no era para curar, la curación fue un efecto secundario, como un regalo. Lo que yo buscaba era mostrar las vainas íntimas de los seres, lo que nadie quiere mostrar. Todos tenemos miedos y rollos, pero nadie los comenta. Si yo te digo ‘ey Sol, cómo estás’, bien; qué clima y qué tal el trabajo. Man, a mí me gusta juntarme con mis amigas y hablar de cosas que en verdad nos pasan. Entonces siempre me tachan como que man, esta huevona es rara. Pero a mí me gusta escuchar las vainas que los humanos sienten y sufren. Y me gusta hablar de eso, soy super honesta’.

-La mayoría de los artistas hablan de sí en sus obras, pero tu te has quedado en carne viva… -Yo pensé que el hecho de que estas vainas me trastonaban o mis traumas, ya ni tan privados ni tan secretos, eran tabú, y dije ’puta, voy a hablar de ellos’. El valor de la obra está en que estoy hablando de unas vainas que no se hablan. Por qué tanto tabú, hay miles de mujeres que tienen bulimia y nunca comentan. Yo sentía verguenza y pena por comer compulsivamente, y no comía frente de nadie, comía en secreto. El hecho de que era tan tabú y tan privado hacía que yo me escondiera... Man, eso es lo que hay que exponer.

-Y te curaste, afuera -Es que en Panamá no te puedes curar. Me fui a Atlanta y me puse a trabajar mis vainas desde afuera y empecé a ver. Trabajé pues y vendí, hice eso de lo que se trata ’succesful’ aquí: tu haces plata y tu estás bien. Yo me tuve que ir de Panamá para tratar de encontrar quién yo era de verdad. Y me acepté... Me curé. Me metí en una clínica de desorden alimenticio y estuve ahí dos años, todavía estoy ahí. Aquí yo sentía que todo el mundo me juzgaba, que todo el mundo pensaba que yo era una mierda. A veces era verdad, yo proyectaba y la gente reaccionaba, porque yo me sentía que era una mierda. Ahora siento que soy una persona super interesante, no todo el tiempo obviamente, y que tengo mucho por crecer. Pero me tuve que ir para poder volver y decir ’¿Sabes qué? Tengo la suficiente autoestima para hacer estas mierdas siendo de la clase alta y que me valga verga.

En la libreta también apunté frases de filósofos y alguna que otra teoría que explica la tensión entre mirada externa, construcción simbólica, cultura y autopercepción, por ejemplo. Soy una periodista aplicada, y quiero que se note así que le suelto a María Raquel una de esas preguntas pretenciosas, de sabelotodo, a las que a veces recurrimos los periodistas aplicados para que el entrevistado se dé cuenta de lo inteligentes que somos: ‘No he escuchado una pregunta en eso’, contesta.

(Advertencia: de tanto escarbar en sus propias inseguridades, Cochez tiene el poder de adivinar las tuyas).

Reformulo. Intento dibujar una pregunta en mi monólogo. Ella, inmutable, intransigente, dispara: ‘Todavía no escuché la pregunta’.

En Cochez una cierta deviación por la comida no es desviación, es un trastorno alimenticio. La preocupación excesiva por el físico no es preocupación, es una obsesión sustentada en la superficialidad. Y la moda no es algo bueno que eleva a la gente u otorga categoría, es una especie de dios al que veneran las clases altas. Y las preguntas que una periodista pueda hacer para parecer inteligente no son preguntas, son otra cosa.

Ahí está, colgada en la pared principal de Diablo Rosso con la cabeza inclinada hacia el pan bimbo que sostiene en la mano izquierda, media rebanada dentro de la boca y ojos cerrados, con fondo de flores verdes, naranjas, rojas de mantel de hule.

La gente mira la obra y al artista en su obra. Y a la artista persiguiendo a un desobediente que no quiere ponerse el suéter blanco enorme, la consigna para entrar a la muestra y olvidarse en la puerta de la coquetería.

Aquí, esta artista pac man devora también nuestros fantasmas: ‘En una muestra anterior tenía un montón de camisetas que decían ‘yo les pego a mis hijos a diario’ o ‘he tenido varios abortos’ o ‘manipulo todo el tiempo’. Para no hablar solo del tabú de la comida, sino de todos los tabús humanos’.

Esa es Cochez. Alguien que tiene la capacidad de indagar hasta lo más profundo en su interior, para mostrarnos algo del nuestro. De todos.

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