Y al llegar el séptimo día Dios se quejó

Actualizado
  • 19/01/2014 01:00
Creado
  • 19/01/2014 01:00
No me levanté con el pie izquierdo ni nada de eso. Simplemente quiero dejarlo salir todo para celebrar la vida y las ganas de joder (mol...

No me levanté con el pie izquierdo ni nada de eso. Simplemente quiero dejarlo salir todo para celebrar la vida y las ganas de joder (molestar, jorobar) lo más posible antes de que la oscura-aburrida-cabrona-perra-hija de su madre muerte me llame a capítulo el día menos pensado (será un día lluvioso, de seguro y eso me satisface porque me gusta el olor de la tierra cuando llueve, y quiero ese último recuerdo antes del estacazo final).

En fin, sin más perorata e introducción dilatada, aquí voy:

1. Detesto a los religiosos y ateos por igual; aborrezco que cada uno de ellos esté tan convencido de lo que cree y no cree. Supongo que en realidad lo que detesto es la convicción. Yo, como mi amigo y colega escritor Ernesto Endara, promulgo la dudocracia. Me gusta la duda, que es alimento de la inteligencia, fuego de la búsqueda, motor de arranque de la creatividad, la iniciativa y la invención; rechazo la convicción porque es una enfermedad muy peligrosa; la convicción es evangelio, arrogancia y conformidad, es miedo. Tiene mucho miedo el que está convencido de todo (convencido está el asesino de que tiene razones para matar).

2. Odio con toda mi alma a aquellos que dicen que ir a votar es una deber ciudadano. Ya pronto me van a reventar las pelotas con esa vaina algunos conocidos míos. No, amigos. Me niego a ir a votar por un puñado de imbéciles que se burlarán de nosotros por cinco años más. Yo me quedo en casa haciendo el amor con mi mujer, comiendo comida chatarra, leyendo un libro o viendo una película, ejerciendo mi sagrado derecho de NO votar.

3. Detesto a los ecologistas que conducen una Toyota Prado y usan computadores portátiles, a esos amantes de las florecitas y el aire libre que cuando van a la playa o al campo no pueden ir sin su iPad, iPhone, Tablet, celular y mucho menos sin su repelente de mosquito para matar a esos molestosos chupasangre (claro, los mosquitos no son parte de la naturaleza y deben morir).

4. Maldigo una y otra vez las charlas motivacionales, no tanto por el que da la charla, que siempre es una persona desaventajada, alguien que sufre de alguna enfermedad congénita o que creció en las peores condiciones posibles y que a pesar de todo ha elegido luchar ante las adversidades y ser feliz; sino por la audiencia que pulula en estas reuniones al mejor estilo TED, personas que necesitan que un hombre sin extremidades les recuerde una y otra vez que su vida no está tan jodida como la de él, que si él ha sido capaz de echar pa’ lante sin piernas y sin brazos, ellos también pueden (mi pregunta es: ¿cuántas charlas más van a necesitar para sacarse el dedo definitivamente?, ¿cuándo van a dejar de ver estas charlas en internet?, y sobre todo ¿cuándo dejarán de sentirse miserables porque al final del día no han podido ser tan maravillosos como aquel orador que parece haber encontrado la tan preciada y esquiva felicidad? )

5. Detesto que el espacio de esta columna no me alcance para seguir enumerando tantas cosas que desprecio y tener que dejarlo para el otro domingo.

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