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- 06/05/2018 02:04
Desde la epopeya clásica hasta los diversos géneros contemporáneos, el viaje es uno de los temas más recurrentes en la literatura. En tanto recurso literario, el viaje permite contar historias reales en los géneros de no-ficción, pero además sirve a los autores de ficción como una figura retórica —una metáfora— sobre la búsqueda de la felicidad, la paz, el autoconocimiento y el propio sentido de la vida, con lo cual toda la literatura universal está llena de travesías a otras tierras, aventuras oníricas, exploraciones hacia el interior de la mente, peregrinajes a lugares míticos o inclusive a universos paralelos.
En la vida real, y sobre todo en los últimos años, viajar está en boga. Para mucha gente, es un preciado sueño motivador, una razón para ahorrar y hacer planificaciones exhaustivas con miras a llenar el pasaporte de sellos y la vida de experiencias nuevas y enriquecedoras. Nada extraño si consideramos que en el Occidente moderno, el viaje ha cobrado una gran importancia simbólica como indicador de un mayor nivel educativo y cultural, un mayor disfrute de la vida y una acumulación de experiencias que permiten al individuo convertirse en una persona más sabia, abierta y tolerante, porque explora el mundo más allá de la perspectiva limitada de su ‘zona de confort', todo lo cual es, además, un símbolo de distinción.
Hoy, gracias a las redes sociales, la cultura del wanderlust (que se traduce del alemán como ‘deseo de viajar') está por doquier en internet: blogs, videos e infinitas historias sobre nómadas modernos que un día deciden dejarlo todo para dedicarse a recorrer el mundo, y miles de memes con imágenes de paisajes acompañadas de frases como ‘el mundo es un libro y quien no viaja sólo lee una página'.
Aunque viajar es un deseo casi universal, es innegable que como fiebre se ha instalado mucho más profundamente en la generación Y, mejor conocida como los millennials , una generación neorromántica en tanto soñadora, idealista, de quienes se dice que prefieren invertir en experiencias que en objetos, y que tal vez enarbolan más que ningún otro grupo etario el valor ilustrado de la búsqueda de la felicidad individual. Sea un amigo nuestro o un extranjero que vemos en el semáforo haciendo malabarismo, los viajeros son personas que rechazan (o aplazan) el tener un trabajo convencional porque para ellos, al igual que para muchos jóvenes, el viajar es además una forma de sanar heridas emocionales, descubrir a qué dedicarse, hacer nuevas amistades o encontrar amores sin ataduras ni expectativas.
Sin embargo, y aunque muchos blogueros de viajes insistan en la idea romántica de que la falta de dinero no es una excusa para no recorrer el mundo (pues se puede enseñar un idioma, tocar guitarra en la calle o fregar platos), el viajar no es ‘un bicho' que pica repentinamente, sino un privilegio de quien puede darse el lujo de hacerlo. ¿Cómo puede coleccionar países visitados una persona que tiene hijos, deudas y otras responsabilidades que enfrentar? El culto al viaje ha caído en un discurso totalitario que puede hacer sentir culpable a cualquiera que (por la razón que sea) no pueda o no le interese hacerlo.
Ya lo ha dicho Sebastián Defeo, un bloguero y viajero empedernido que se ha detenido a reflexionar sobre este fenómeno en un post imperdible titulado 5 críticas a la dictadura de viajar (escrito por alguien que viaja), aunque además de sus maravillosas observaciones (entre ellas, que viajar no te hace mejor persona o que no todos pueden viajar), yo agregaría que esta obsesión con el viaje forma parte de los valores new age , o el individualismo metafísico abrazado por la juventud acomodada de hoy, en el que además de idealizar lo extranjero, se romantizan los países menos desarrollados como sitios ‘auténticos' a los que ir a expiar las culpas, a romper con los dictámenes de la modernidad y a conectarse con el universo. Ante la asfixia que produce la cultura occidental, se fetichiza al Otro y a lo distinto como guardianes del secreto para una vida más plena.
Aunque este fetichismo escapista no es nuevo, como consta en la literatura de fantasía y ciencia ficción desde hace siglos, hoy se ha convertido en un placebo del crecimiento personal para la gente acomodada (aunque no necesariamente rica), en el que si bien la compra de objetos no es lo central, no deja de haber implícita otra forma de consumismo con sus propios impactos y una dinámica similar a la del consumismo común y corriente. Lo anterior no significa que viajar (o querer hacerlo) sea negativo o reprochable, pero no es la panacea y mucho menos debería ser un indicador de éxito o de fracaso.
COLUMNISTA