Mónica en movimiento

Actualizado
  • 01/06/2019 02:00
Creado
  • 01/06/2019 02:00
Mi abuela está hablando con la maestra Leda.. Hoy el bus se dañó y tuvimos que caminar buco para llegar al estudio de danza.

Mi abuela está hablando con la maestra Leda.

Hoy el bus se dañó y tuvimos que caminar buco para llegar al estudio de danza. La maestra ya nos había advertido que no aceptaría otra tardanza.

Mientras ellas discuten sobre las virtudes de la puntualidad, veo desde la entrada del estudio al maestro Carlos y mis amigos. Ellos están escuchando música y se deslizan por el piso acolchonadito buscando movimiento. Lo único que me impide acompañarlos es la muralla que ha montado la maestra Leda con su preocupación por el compromiso y la disciplina que debemos tener todos los bailarines.

—Es que el bus se dañó —repite mi abuela, exagerando el sonido de la be de bus. Yo ya quiero que terminen de discutir para poder bailar, pero sigo atrapada. Mi única salida es disfrutar viendo a mis amigos bailar.

—Pam, pam, pam. Pum, pum —el maestro Carlos usa vocales y consonantes para ayudar a que mis amigos traduzcan en movimiento el ritmo que escuchan—. Pam, pam, pam. Pum, pum. Pam, pam, pam. Pum, pum.

El maestro Carlos es de la opinión que los sonidos se pueden pronunciar. Pero yo pienso que eso no es suficiente para bailar. Los sonidos nacieron para ser sentidos y provocar movimientos en el cuerpo.

—Claudia, esos hombros. Pum, pum, al ritmo de la música —insiste el maestro Carlos inútilmente.

Claudia es mi amiga. Ella sí entiende de puntualidad compromiso y disciplina. Su chófer la trae a clases de lunes a jueves sin tardanzas. Fiel a la danza, ella llega a las clases fresca, oliendo a fresas.

—Claudia, los pies. Pam, pam, pam. Pum, pum. Al ritmo de la música —otra vez el maestro Carlos.

Hoy Claudia está más bella que nunca. Se ha hecho unas trenzas que parecen una corona de diamantes. Cómo me gustaría poder ayudarla a bailar sin tanto palabrerío. Quiero poner mis manos sobre sus hombros y hacerle sentir el ritmo que flota por el estudio. Claudia me ha dicho que su mamá le ha dicho que cuando yo lo necesite, el chófer está disponible para buscarme a la casa y traerme a las clases a tiempo. Ellas ya le han informado al chofer y él dice que no hay problema porque vivimos en la misma barriada. Sin duda, un carro y un chófer nos ayudarían a ganar nuestra lucha contra la impuntualidad. Mi abuela tiene que barrer, cocinar, planchar y coser en la madrugada para poder traerme a tiempo a clases. Yo tengo que hacer la tarea de trigonometría y literatura en el bus para que me alcance la jornada. Las dos tenemos que salir juntas y pegadas para formar una coraza protectora invisible hasta la parada de buses. Así lo hemos hecho desde que enterramos a mi mamá y mi papá hace tres años, dos meses y cinco días. «Cuando quieras, llama al chofer», me ha dicho tantas veces Claudia, pero nunca lo he hecho y siempre llegamos tarde al estudio de danza. Mi abuela es de la opinión que es mejor decir «no, gracias» porque «tú y yo no necesitamos de la caridad de nadie».

—Pam, pam, pam. Pum, pum —ahora las instrucciones son para mi amigo Jorgito, que nunca ha sentido el movimiento en su pecho. Jorgito es mi mejor amigo, pero no sabe de baile. Por ser el único varón del grupo, lo dejan hacer lo que le da la gana en el estudio—. Escucha. Es-cu-cha, Jorgito, Pam, pam, pam. Pum, pum. Siéntelo en tu cuello —repite el maestro Carlos y Jorgito se tira al piso boca arriba y grita, «pampampampampam. Pum», y mientras más volumen le mete a la pe, menos movimiento encuentra.

Mi abuela y la maestra Leda siguen discutiendo la misma cosa, una y otra vez, sube y baja el mismo tema, y yo ya no sé cómo pedirles que me dejen bailar. Palabras vienen y van y, de repente, todas comienzan a anudarse en un solo sonido. «Mónica tiene talento pero la danza es sin tardanza. El bu bu bu busco. La danza no acepta tardanza». Bam, bum, bum, y mis hombros comienzan a moverse hacia atrás al ritmo de un bambum rabioso que siento en mi pecho. Mis pies ayudan a que las rodillas le peguen a mi barriga con la ayuda de un sonoro bu, bu, bu, busco. Mi cuello mueve mi cabeza de izquierda a derecha entre tanta danza y tardanza de la maestra Leda. Hombros atrás, pecho afuera, rodillas a la barriga. Pam, pum, pum, pum, pum. Bu, bu, bu, busco. Cabeza izquierda y derecha, patrás y palante. Con tanta tardanza no hay pala danza.

—Niña, pero quédate tranquila. Estoy hablando con tu maestra. ¡Mónica! ¡Para de moverte! —mi abuela me dice abrumada en una voz que ahoga a todos los pams y pums que flotaban por el estudio.

—Señora, cálmese —responde irritada la maestra Leda.

—A mí no me manda a callar nadie —mi abuela alza la voz aún más y yo le halo la manga de la camisa para que encuentre un ritmo más fluido.

JAVIER STANZIOLA

Economista y escritor

Dramaturgo y novelista. Ha sido ganador cuatro veces del Concurso Nacional de Literatura Premio Ricardo Miró.

Con su novela Hombres enlodados se aborda por primera vez en la literatura panameña el tema de la identidad de género y fluidez sexual.

Su obra de teatro De mangos y albaricoques fue la primera en recibir el Premio Ricardo Miró bajo una temática gay. Una de sus más recientes obras, El mito de la gravedad , aborda el tema del matrimonio y la adopción igualitaria.

Otras de sus obras de teatro incluyen Solsticio de invierno , Hablemos de lo que no hemos vivido y Cristo Quijote Tratado .

La maestra Leda aprovecha el silencio de mi abuela, de mis amigos y del maestro Carlos, y ataca sin ritmo:

—Señora, es por eso mismo que le he dicho que considere alternativas para el alojamiento de su nieta. Yo ya le he explicado a Usted que hay varias bailarinas profesionales que han visto el potencial de Mónica. Ellas quieren hospedar a Mónica en sus casas. Yo la quiero hospedar en mi casa. Aunque sea los días de semana para que pueda venir al estudio fresca, bien alimentada, sin el cansancio de dos horas de bus.

Espero la respuesta de mi abuela, pero solo veo que su boca y ojos gotean un líquido que cae en el piso: tum, saliva, tam, lágrima, tum, tam.

Mi mejor amiga Claudia nos mira, mientras se ajusta el peinado.

Mi mejor amigo Jorgito nos mira, desde el piso con la boca abierta.

El maestro Carlos nos mira, sin vocales ni consonantes.

—Lo ideal sería que Mónica estuviese con nosotras todos los días. Hay que romper el ciclo de violencia que le arrancó las vidas a la mamá y al papá de esta niña. Ella merece un mundo mejor —sigue la maestra Leda.

—Abuela. Abbbuuueeela — digo bajito—. Tienes que responderle a la maestra Leda.

Pero la voz de mi abuela está ahogada en saliva y lágrimas.

Claudia nos mira.

Jorgito nos mira.

El maestro Carlos nos mira.

La maestra Leda sigue esperando respuesta.

Alguien tiene que hablar.

‘Mi abuela mira a la maestra Leda, ambas tan llenas de bondad. Una trata de decirle algo a la otra, pero a veces el movimiento de los ojos es suficiente'

—Maestra Leda —finalmente me atrevo a decir—. Me gusta bailar. Pero no así.

—Mónica, es solo una idea. Nada más —me interrumpe la maestra Leda, con unos ojos llenos de disculpas.

—Lo sé. Gracias. Pero yo creo, siento, que esa idea me lastima el pecho. Y lastima los ojos de mi abuela.

—Yo solo quiero ayudar —dice casi en susurros la maestra Leda.

—La voy a extrañar mucho, maestra. Voy a extrañar a Claudia. Voy a extrañar a Jorgito. Voy a extrañar el piso acolchonadito. Pero yo sin mi abuela no bailo.

Dejo de hablar y escucho los sollozos de mi abuela.

—Vamos abuela, tenemos que caminar buco para tomar el bus de vuelta a casa.

Con sus dos manos, mi abuela seca la saliva y lágrimas de su cara y me pregunta:

—¿Estás segura?

—¿Segura de que sin ti no encuentro movimiento? ¡Segurísima!

Mi abuela mira a la maestra Leda, ambas tan llenas de bondad. Una trata de decirle algo a la otra, pero a veces el movimiento de los ojos es suficiente.

Hoy el bus se dañó y tuvimos que caminar buco para llegar a la clase de danza.

Por última vez.

Desde mañana en mi casa, mi abuela y yo seguiremos bailando con el meneo de piernas que provoca el sonido de la escoba sobre el piso de cemento. Gozaremos el sube y baja de la barriga que causa el sonido del cucharón de metal pegándole a la paila de arroz.

Seguiré bailando con la sonrisa que me nace cuando escucho a mi abuela contar la historia breve del día que mi mamá conoció a mi papá.

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