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- 23/10/2019 12:18
Respiraba y palpitaba a través de la danza. En el escenario le sobraba pulcritud a sus interpretaciones. Parecía fundir su espíritu con el arte, expresando, a través de la danza clásica, la pasión que le convertiría en el símbolo de una cultura. Hoy, tras su desaparición física a los 98 años y desde aquello que construyó con el Ballet Nacional de Cuba —fundado en 1948— es posible rescatar la esencia de Alicia Alonso, una mujer a quien la edad no le pesó para caminar de puntillas y trascender con el ritmo de una bailarina veterana, fuera de su natal Cuba.

Espigada, elegante y exudando feminidad, así se plantaba dentro y fuera de escena. Nacida un 21 de diciembre de 1920 en La Habana, era una mujer con profundidad en todas sus expresiones. Gloria Barrios, directora del Ballet Nacional de Panamá, da fe de ello.
“Era un ser humano con una gran inteligencia y conocimiento, no solo de la danza, sino del mundo. Siempre fina y elegante, maquillada, lista y con muy buen sentido del humor”, dice.
La definían “una fuerza de voluntad y un carácter muy fuertes, los mismos que la llevaron a superar la ceguera. Ella continuó bailando”, reflexiona.
En la década de los 70, Alicia fue operada de los ojos, por desprendimiento de la retina y aunque los médicos la exhortaron a dejar la danza, se negó, siguió bailando, puliendo, destacando, al punto de perder la visión de manera progresiva.
Para la directora del Ballet Nacional, la disciplina fue uno de los mayores atributos de la bailarina cubana. “Aunque era una estrella, era una de las artistas más disciplinadas que he conocido. A la hora de entrenarse, no era la gran diva, sino la alumna del maestro que tenía frente a sí”.
Relata que “a pesar de sus múltiples ocupaciones como directora y estrella”, Alicia siempre se entrenaba y respetaba la disciplina .
Según reseña el diario El País , Alicia ingresó a los nueve años en la clase habanera del maestro ruso Nikolai Yavorski, dentro de la Sociedad Cultural Pro-Arte Musical, donde hizo su primera aparición escénica poco después en el vals del Cascanueces.
Viajó a Nueva York en 1937, donde contrajo nupcias con Fernando Alonso, con quien tuvo a su única hija, Laura, que también fue bailarina y maestra de ballet.
“Alicia entró en la School of American Ballet y entre otros, tuvo cuatro maestros decisivos: Enrico Zanfretta, Alexandra Fedorova, Anatole Vilzak y Anthony Tudor. Después aprendería con Vera Volkova en Londres y Olga Preobrayenskaya en París”, recoge la publicación.
En ese transitar, la gran diva del ballet dibujó vínculos estrechos con el Istmo. “Fue una figura muy importante para el mundo del ballet en Latinoamérica porque impulsó el reconocimiento de los bailarines latinos. Panamá tuvo mucha cercanía con el Ballet Nacional de Cuba en los años 70 y 80”, remarca.
“Tuvo mucho cariño hacia nuestro país. Hemos perdido a una de las grandes del mundo de la danza”, prosigue.
“A raíz de esa cercanía, también había convenios internacionales y Alicia enviaba a nuestro país profesores y bailarines. Yo era muy joven y recibí entrenamiento con el ballet de Cuba que tenía una de las escuelas más importantes internacionalmente, algo que nos ayudó muchísimo”, dice.
“Fue definitivamente un pilar para la danza latinoamericana y un ícono para nosotros, su pérdida es irreparable pero deja un legado en el mundo”, retoma Barrios.
Yilca Arosemena, subdirectora Nacional de las Artesa del Ministerio de Cultura, pudo conocer de cerca la presencia imponente de Alicia.
“Como bailarina era increíble. No podías quitar los ojos del escenario, impecable en su técnica, muy limpia, completa, todo lo que puede tener una buena bailarina, y por eso fue quien fue”, dice.
Arosemena comparte que pudo conocerla mientras dirigía el ballet y destacaba “con una personalidad bella, pero muy fuerte también”.
“Como cualquier maestro se empeñaba en enseñar correctamente y ser estricta para que la formación de los bailarines fuese la correcta desde sus inicios. Su tenacidad y temple hicieron que los bailarines cubanos sean los número uno en el mundo”, reitera.
“Era una mujer muy grande en el escenario que será recordada con mucho cariño y admiración”, enuncia.
Opal de Icaza, bailarina de danza contemporánea, cruzó en diferentes ocasiones nuestra frontera para volar a suelo cubano. Expone que para los bailarines, Alicia simboliza una de las figuras más relevantes en el ballet clásico, neoclásico y contemporáneo.
“El inicio del reconocimiento de la identidad cultural latina, dentro de un arte tan elitista y europeo como el ballet, inició gracias a Alicia Alonso. Por eso goza de tanta admiración en Latinoamérica”, sustenta.
Considera que la Prima Ballerina Assoluta “es inspiración para muchas de las piezas coreográficas que preparamos en el Ballet Nacional”.
Con los años a cuestas, “ella seguía activa y dando instrucciones. Era la directora artística de muchas de las producciones del Ballet Nacional de Cuba. Nos deja la satisfacción del aprendizaje, con un sabor de que hay más por hacer dentro y fuera de Panamá, para reconocernos en el ballet como arte”.
Entre otros reconocimientos, Alicia recibió el Premio Nacional de Danza en Cuba y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid, en España, así como el grado de Oficial de la Legión de Honor, que le otorgó en 2003 el entonces presidente de Francia, Jacques Chirac.
Alicia, ícono que inmortalizaría el clásico romántico 'Giselle', creía con devoción en el nivel del talento regional, tanto que dejó una marca internacionalmente y alguna vez dijo con voz fuerte que: los latinos “sí pueden bailar muy limpio el ballet clásico”.
Durante una entrevista para un medio cubano, la apasionada Alicia destapó la esencia de su dominio en el escenario, “en el ballet sales y debes dominar al público, lograr la atención en la escena. Cuando se abre la cortina y hay que sentir el personaje y llevarle esa fuerza a la audiencia”.
La trayectoria de una bailarina