• 24/01/2021 00:00

Lecciones

Personajes de ficción e históricos, William Wallace y Conan, me enseñaron el significado del honor, de la bonhomía; en aquellas historias, asesinos, piratas y ladrones tenían en común la claridad meridiana del concepto del bien y el mal

No sé muchas cosas. En realidad solo sé que sé un poco de muy poco. Pero quizás una de las cosas más importante que sé es que si alguien demuestra ser un cobarde y no tener honor, no lo quiero cerca.

Tampoco me engaño creyendo que hay que huir de las batallas, no se deben buscar, pero si te las traen a la puerta de tu casa, debemos poder gritar, como Sandokán, “¡He ahí la guerra!- dijo (...) con una sonrisa sarcástica- ¿La han querido? ¡Que la paguen! ¡Y esto no es más que el comienzo del drama!”.

Nunca quise ser princesa para que pelearan mis guerras, prefiero ser Boudicca, la puta ama, una reina gladio en mano, con la sangre chorreándole por el codo midiéndome de tú a tú con cualquiera que se lo merezca.

Personajes de ficción e históricos, William Wallace y Conan, me enseñaron el significado del honor, de la bonhomía; en aquellas historias, asesinos, piratas y ladrones tenían en común la claridad meridiana del concepto del bien y el mal. Nunca soporté, ni en la literatura ni en la vida real, a Grima Lengua de Serpiente, ni a Yago. Gentuza sebosa y blandengue. Sibilinos, insidiosos y desleales.

Aprendí en la literatura, y lo he llevado a prez y gala en la vida real, que uno solo desenvaina la espada con motivo y nunca la envaina sin honor. Que uno pelea las batallas que elige y que los que se te enfrentan embozados en un callejón obscuro retándote a pelear sin darte la cara, suelen ser los malos.

De poetas y literatos aprendí que, como Quevedo, el sacar sangre se paga, aunque el sarcasmo lo hayas envuelto en sonetos de rima perfecta. Y allí está San Marcos de León, donde Don Francisco estuvo preso, para recordarme que si él preso estuvo por sus verdades, mantener he yo mi palabra aunque me cueste sinsabores. Con la verdad por delante siempre, sin callar aunque silencio avisen o amenacen miedo.

Quizá por todo eso me gustan los hombres que lo son desde el suelo. Esa afirmación, que puede sonar baladí, no lo es cuando digo que prefiero a Leónidas antes que al persa. Solo reconozco el valor del que empuña la espada e invita a sus hombres a morir, con la seguridad de que él los guiará por el embarcadero de Caronte. Nunca he soportado a los personajillos pusilánimes, los que no saben defenderse, ya sea a puños o a espada. No puedo con los cobardes, gallinas, capitanes de las sardinas, que tiran la piedra y esconden la mano, los que mandan por delante a su mamá o a su mamita. Los reyezuelos de pacotilla que cuando se ven amenazados, se escaquean en el enroque y mandan a morir a la torre o incluso a la reina.

Los indefensos encontrarán en mí defensa cerrada, los que se escudan tras amenazas y usan su lengua mendaz como viles trileros, me estomagan.

Quizá mi exacerbado desdén por estos entes viene dado por mis lecturas, quizá por mi educación, quizá porque la carrera de filosofía, cuando te enseñan bien, te daña de por vida.

Pero cuando alguien a quien se le señala su deshonor lo único que puede exclamar es “No tolero que digas eso”, lo único que yo puedo hacer es citar a don Arturo Pérez-Reverte: “Pues revise usted, si es tan amable, sus límites de tolerancia”.

P.S. Y a propósito de poetas, ¿alguien sabe como para cuándo tiene pensado el Ministerio de Cultura cumplir con la ley y publicar el poemario de Jaiko Jiménez ganador del concurso Gustavo Batista Cedeño del año 2019?

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