• 21/11/2021 00:00

Cuco

¿Se han preguntado ustedes en algún momento por qué siguen contándonos cuentos de miedo todas las noches? ¿No se han preguntado por qué no cejan en su retahíla?

Seguro que todos ustedes se saben de memoria algún cuento de hadas. El de Hansel y Gretel, por ejemplo, o el de Caperucita. Esos cuentos que originalmente eran truculentos y llenos de monstruos que acechaban en el bosque, obscuro y sombrío, a los niños que, abandonados por sus padres o desobedeciendo los sabios preceptos de sus mayores, caían en las garras de los malvados que se relamían, salivando ante la imagen de las carnes tiernas y dulces.

Seguro que muchos ustedes han escuchado también la historia de cómo los cornacas consiguen que sus elefantes, moles enormes y poderosas, se queden quitecitos y tranquilos atados a una soga que es apenas un hilo de bordar ante la fuerza colosal de su trompa; cuentan que, cuando los paquidermos son apenas unos cachorrillos, los atan con una cadena gigantesca que de ninguna manera pueden arrancar. Los elefantitos barritan desesperados y tratan y tratan de librarse de la molestia que amarra su tobillo sin ningún resultado, tras muchos intentos dejan de intentarlo y se rinden. Así, cuando son adultos, es fácil tenerlos domeñados y dóciles.

Apenas estamos saliendo de un horror pandémico en el que nos han conculcado los derechos, durante el cual nos han robado el erario, los ahorros y la alegría ante la mirada displicente de aquellos que, en lugar de defendernos, solo han mirado para su propio ombligo corrupto, situado en el medio de una panza rozagante e insaciable.

¿Por qué no nos hemos rebelado? Hay personas desesperadas lanzándose de puentes y balcones, hay personas desplomándose muertas en sucursales bancarias, hay depresión, ataques de pánico, ansiedad galopante, niños que no saben interactuar con sus congéneres, (ni leer, ni saben cuándo van a poder empezar a aprender), escuelas cerradas, los actores culturales están comiéndose un cable. Hay miembros del gobierno siendo baleados como perros en medio de la calle, nadie sabe exactamente por qué. Y mientras se forman batallas campales en discotecas y centros comerciales, el inepto de nuestro señor presidente amenaza con volver a encerrarnos, prolongando un estado de emergencia durante el cual, ¡ay, pillines!, no deben dar cuentas de sus cuentas.

Los medios de comunicación continúan repitiendo como papagayos los informes de muertos diarios, aunque cada vez haya, (gracias a los dioses), menos defunciones y nos avasallan con las noticias amarillistas de restricciones y nuevas olas covídicas.

¿Se han preguntado ustedes en algún momento por qué siguen contándonos cuentos de miedo todas las noches? ¿No se han preguntado por qué no cejan en su retahíla? ¿No les escama la letanía de horrores y espantos que nos van a ocurrir si no bajamos la cerviz y nos portamos bien? ¿Qué salen ganando con aterrorizar a la población? ¿O será que, teniendo a todo el mundo recluido, manejar el peligro de los sicarios que amenazan a los suyos es más sencillo?

Los cuentos de hadas que el abuelo cebolleta nos cuenta con voz cascada y lúgubre evitan que vayamos a bañarnos a la quebrada en lugar de ir a misa en Viernes Santo por el temor a volvernos peces. El miedo es lo que tiene a los pequeñuelos a buen recaudo en la casa de quincha mientras la supuesta tulivieja gime afuera. El pavor a la María Eugenia aleja a los machos de jorones y cantinas.

El miedo, ese recurso fácil y barato.

El miedo es el hilo de seda con el que nos tienen enredados y atarantados, una cadena más fuerte que el acero de barco. El estado de sitio lo mantienen los agoreros, los que tienen algo que ganar con nuestro terror y los pseudomilitarones lucrando con retenes y abusos.

Y nosotros lo permitimos.

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