• 10/04/2022 00:00

Tierra de nadie

La ciudad es una tierra de nadie, y como en el experimento del carro abandonado, ya a nadie le importa seguir esquilmándolo cada vez más

Por Panamá han pasado los cuatro jinetes del Apocalipsis, y se nota.

Sonaron las trompetas, quiero decir, las sirenas de la policía y apareció la Muerte cabalgando, orgullosa sobre su caballo bayo.

Murieron muchos, algunos por destino, otros por desatino, mientras el miedo, este sí a pie, reptaba y se escurría por los intersticios de nuestras mentes, haciendo fuero y dominio en nuestras vidas.

A continuación, y en muchos más hogares de los que ustedes se creen, apareció cabalgando en un caballo negro el hambre. Hambre que nuestras misérrimas autoridades trataron de paliar, en muchos casos solo a aquellos que demostraban su lealtad, mientras otros pasaban páramos.

Apenas estábamos tratando de salir de las profundas huellas del caballo negro, cuando nos hemos quedado enredados en las patas del caballo rojo jineteado por la guerra y sus secuelas.

Y la ciudad que en algún momento fue una tacita de oro, ahora está convertida en un escenario propio de la secuela de Mad Max. Nuestra ciudad, señores, no vengo yo a contarles nada nuevo, está hecha una mierda. Y sí, lo escribo con todas las letras. Una mierda pinchada en un palo, como dicen en la Madre Patria. ¿Y quién es el responsable? Pues como reza el dicho, entre todos la mataron y ella sola se murió.

Entre la dejadez del alcalde que, tras mucho intentarlo llegó al sillón y lo único que parece querer hacer en él es rebañar todos y cada uno de los pedacitos dorados que pueda. Proyectos en los que no parece tener la más mínima importancia el desarrollo de la ciudad y la mejor calidad de vida de los que aquí habitamos, sino que lo que aparenta es apenas estar interesado en el 'cuánto hay para mí'.

¿El Ministerio de Obras Públicas? Bien, gracias, ¿y ustedes? Las calles están destruidas, y los dizque operativos por los que el ministrucho pidió perdón por adelantado a los conductores por las molestias que iban a ser causadas, brillan por su ausencia molestosa. Los que no brillan en la obscuridad son los cráteres que se abren ante los carros de los conductores que no saben si es mejor tratar de esquivarlos y chocar con el que viene enfrente; no esquivarlos y reventar llanta y eje o frenar de golpe y que el carro que viene atrás se empotre en tu trasero. A eso jugamos todos los días. Cuando las calles están secas, claro. Porque cuando llueve, como llueve en Panamá, como si no hubiera un mañana, como si el cielo se desbordara, como si quisieran ahogarnos con toda el agua del mundo, nos acordamos de los muertos más frescos de los encargados del alcantarillado.

Dicen por ahí que ahora llueve diferente, que antes no llovía así. Ya. Bueno, no sé, porque yo llevo en esta ciudad un cuarto de siglo y lleva lloviendo exactamente igual todos y cada uno de los meses de todos y cada uno de los años. Y nadie hace nada para solucionar el tema, que cada vez va a peor.

Por último, llegará el caballo blanco, cuyo jinete deberá esquivar a los habitantes de la calle que, como espectros de aquello que nos aterra, flotan delante de nuestros ojos. Mientras la vicealcaldesa habla de los de Calidonia, ¿quién piensa en todos los demás? ¿En los que viven en la calle que conecta la Frangipani con la Nacional, por ejemplo?

La ciudad es una tierra de nadie, y como en el experimento del carro abandonado, ya a nadie le importa seguir esquilmándolo cada vez más.

Nuestra ciudad no es una ciudad, es apenas el antro de Monipodio.

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