La depresión, una epidemia silenciosa

Actualizado
  • 26/09/2018 02:00
Creado
  • 26/09/2018 02:00
Las estadísticas revelan que las zonas rurales son las más castigadas, y los jóvenes y los mayores de 65 años, los más proclives a quitarse la vida.

Portugal ha logrado superar la crisis económica, reducir su desempleo y modernizarse, pero el llamado ‘milagro portugués' no ha conseguido atajar una enfermedad que carga como una losa: la depresión, una ‘epidemia silenciosa' que cada año se cobra un millar de vidas.

‘La depresión en Portugal tiene características epidémicas, es una epidemia silenciosa', reconoce en una entrevista con Efe el ministro portugués de Salud, Adalberto Campos Fernandes.

‘Tenemos mucho trabajo por delante', admite Campos, que ejercía como médico antes de ocupar la cartera de Salud en el Gobierno del socialista António Costa.

Quizá por ello, el ministro prefiere no especular sobre las raíces de un problema que, apunta, ‘es diferente de un punto a otro del país'.

En la región del Alentejo, donde tradicionalmente se ha registrado el mayor índice de suicidios del país, la enfermedad se relaciona con el aislamiento, la pobreza, el envejecimiento y con aspectos de naturaleza familiar.

Las estadísticas revelan que las zonas rurales son las más castigadas, y los jóvenes y los mayores de 65 años, los más proclives a quitarse la vida.

El consumo de antidepresivos —el pasado año los portugueses adquirieron 20 millones de psicofármacos en los que gastaron unos 216 millones de euros—, no se ha traducido en una alteración significativa de las cifras.

El ministro de Salud reconoce que, mientras Portugal puede presumir del trabajo que ha realizado en áreas como el tratamiento del VIH o la hepatitis, ‘en salud mental tenemos mucho trabajo por delante' y es ‘una prioridad para el Sistema Nacional de Salud'.

El problema es especialmente complejo porque, señala Campos, ‘no hay un patrón' que defina los motivos de las elevadas tasas de suicidio en el país, con una media anual próxima a las mil víctimas.

Un reciente estudio de especialistas de la Universidad de Coimbra concluyó que, entre 1980 y 2015 se registraron 31.000 muertes ‘autoinfligidas', con mayor incidencia en áreas rurales.

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