El hombre de la mano de piedra

Actualizado
  • 29/11/2010 01:00
Creado
  • 29/11/2010 01:00
Las manos de Roberto Durán son, quién iba a decirlo, pequeñas. Tiene dedos gordos y nudillos desparejos, gastados. Si alguien quisiera l...

Las manos de Roberto Durán son, quién iba a decirlo, pequeñas. Tiene dedos gordos y nudillos desparejos, gastados. Si alguien quisiera leer el destino en sus palmas podría ver que la línea de la vida presenta un surco profundo e interminable.

Al ver sus manos recuerdo la anécdota que me contó el fotógrafo Francisco Barsallo. Tenía 7 años y su padre lo llevó al aeropuerto a recibir al campeón luego de alguna conquista histórica, no recordaba cuál. Sí que había tanta gente, que en la carretera el atasco era descomunal. Que entonces vio a Durán riendo arriba de un camión, saludando con el cinturón de campeón, mientras a su paso no paraban de flamear banderas de Panamá.

El padre lo levantó en brazos y lo alzó alto, tan alto, que llegó a ponerse a tiro de Durán, que lo vio y le estrechó la mano. Barsallo dice que un poquito se asustó, que quedó petrificado él y petrificado el recuerdo: sintió que Durán tenía la mano más grande del mundo y que ‘es verdad ahuevao, nadie me puede decir a mí que el Cholo no tiene la mano de piedra’. Quizá por eso, ahora, en la puerta de la casa del campeón, en el Cangrejo, yo no le puedo soltar la mano.-¿Qué pasó, no serás cuecón?- pregunta Durán y se ríe a carcajadas.

Le digo que soy periodista y él interrumpe, se pone un poco serio. Hubiese preferido a un fanático o a un fanático que no fuera periodista.- No hombre, no, ¿pá qué? Ustedes vienen aquí, preguntan y después lo detonan a uno, hablan mal. Pero pasa, pasa- dice mientras abre el portón de la calle.Durán nació el 16 de junio de 1951 en El Chorrillo, a orillas del Canal. Lo crió su madre, en la Casa de Piedra, donde vivía demasiada gente. Fue a la escuela poco y nada, trabajó desde pequeño, lustró botas, vendió diarios y aprendió la ley de la calle en una ciudad plagada de soldados norteamericanos, marineros y cabarets. Poco a poco, de casualidad, fue descubriendo que había en él algo diferente. Peleaba en la calle, con chicos más grandes, y no perdía nunca, hasta noqueaba.

A los 8 años llegó al ya desaparecido gimnasio de El Marañón, donde conoció al que sería su entrenador, Plomo Espinoza. Enseguida lo supieron un diamante en bruto. ‘Yo sé que tengo un animal adentro mío, que se despierta y siempre quiere más. A veces empiezan las peleas y parece que no está, pero yo sé que está y entonces quizá en el round 8 o el 10 aparece y se termina todo’, llegó a describir Durán sus sensaciones en el ring.

Desde que se calzó los guantes, como en un caleidoscopio animado, comenzó a notar que a su alrededor las cosas cambiaban. Con cada triunfo llegaban las fotos, los apoderados, los amigos. Llegaban las chicas y el dinero. Pelea tras pelea, todo en su vida se modificaba. Todo menos él.

Con el tiempo y las victorias, Mano de Piedra se transformó en un héroe popular y arrabalero que jamás se fue de su barrio, aún yéndose. Luego de cada victoria, no se quedaba en Miami ni en Las Vegas: regresaba a El Chorrillo con los bolsillos llenos de billetes de un dólar para regalar. Cerraba los bares a los que iba y cargaba con la cuenta de todos. Pudiendo no volver, Durán siempre volvía.

Al calor tumbante del Caribe, a sus amigos, aquí, a su casa de El Cangrejo donde nos abre la puerta y desaparece para atender una llamada de teléfono. Es una casa inmensa, de tres pisos. En el patio de entrada hay siete estatuas, estilo romano, de mujeres envueltas en laureles. Hay grietas en las paredes y agujeros donde hubo equipos de aire acondicionado, tapados así nomás, con ladrillos y cemento que se secó goteando. Hay en el garaje un par de BMW de los 90 que no se sabe si funcionan.En el momento de mayor éxito, Durán llegó a tener un zoológico privado, hasta un león de mascota. Jugaba al dominó con fichas de oro. Décadas después, en la decadencia, se supo también que había hipotecado esta propiedad y que el acreedor le pedía a la justicia que remataran la casa, pero no había juez en Panamá que se animara a tomar la decisión. Incluso un grupo de empresarios se ofreció a pagar la deuda, a lo que Durán se negó.

Durante los casi treinta y cinco años que pasó cambiando golpes con los hombres más peligrosos del mundo —119 peleas, 103 victorias, 70 ko— llegó a embolsar más de 25 millones de dólares.

De esa fortuna sólo quedan los buenos recuerdos. En el universo, Durán el dinero es un agente extraño, a veces deseado hasta la obsesión y muchas otras, despilfarrado con desprecio.Hoy el campeón vive viajando por el mundo, asistiendo a diferentes eventos –desde los Juegos Olímpicos de Beijing hasta las veladas boxísticas de Las Vegas—, participando de cenas que se organizan en todos los rincones del planeta en su honor.

Al final, a veces, Durán se sienta y los fanáticos hacen fila y uno a uno van pasando para sentir el estremecimiento íntimo de estrecharle la mano. Incluso se estaría por filmar una película sobre su vida protagonizada por Gael García Bernal. Sus hijos están trabajando a su lado para montar un restaurante ambientado con la leyenda de su padre, que ahora mismo habla por teléfono mientras hace señas, como pidiendo paciencia.

Mantener una entrevista formal con Durán es una tarea complicada. No porque haya que hablar con managers o jefes de prensa, Durán no usa, sino porque pierde los teléfonos, los cambia, los regala. La gente que lo conoce tiene las agendas con su número tachado una y otra vez. ‘Prueba estos’, dicen, o ‘lo mejor: vete a su casa’. Y así fue.-En diez minutos estoy allí-, dice luego de una llamada y mira como despidiendo al recién llegado. -Tengo que ir pa’lante, pero estoy dos semanas más en Panamá, así que… cuando quieras.

Eso sí, la próxima, tráete unas pintas- se mata de risa y dice que es broma y entonces se va mientras su esposa Felicidad lo celebra. -Roberto es así- me despide ella. Lo cierto es que de sus duelos memorables, dos fueron los que marcaron su vida para siempre: fue tocar el cielo con las manos y después, con ese mismo cielo, quemarse a fuego vivo.

En este 2010 se cumplen 30 años de aquellos duelos contra Sugar Ray Leonard, el 20 de junio de 1980 —la primera— y el 25 de noviembre —la revancha—. ¿Qué fue lo qué pasó aquellas noches que Panamá todavía recuerda con la excitación de los mejores días?

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