La lucha invisible de las mujeres

Actualizado
  • 18/01/2024 00:00
Creado
  • 16/01/2024 17:15

Todo panameño ha escuchado hablar de la figura de Rufina Alfaro, personaje al que también se le rinde homenaje con la creación de esta columna, y a quien se le atribuye el primer grito de independencia en La Villa de Los Santos el 10 de noviembre de 1821.

Sin embargo, al mismo tiempo todos hemos escuchado que el personaje de Rufina Alfaro nunca existió. Sobre ella, los historiadores han dicho que no hay registro de su nombre en archivos de la época, y a pesar de estas aseveraciones, una de las estatuas más emblemáticas del país es en su honor, y hasta un corregimiento en San Miguelito lleva su nombre. Entonces, si tanto se dice que Rufina Alfaro no es real, ¿de quién o quiénes hablamos?

Desde mi forma de verlo Rufina, más que un mito, es el reflejo de la presencia de las mujeres en la historia y en la gesta por la soberanía nacional. Tal vez el nombre de esa mujer que se infiltró entre soldados españoles no era Rufina y tampoco se apellidaba Alfaro, pero lo que no se puede negar es que las mujeres han sido un participante silencioso en la historia de la humanidad.

Probablemente detrás de la famosa Rufina Alfaro haya varias vendedoras de frutas y vegetales que pasaban información valiosa a los grupos por la liberación nacional; hubo las que se infiltraron en comisarías, reuniones de altos mandos, y una que otra cama para conseguir las estrategias enemigas, y por supuesto fueron las que invisiblemente llevaron tareas de cuidado en cada paso hacia la soberanía. Desde cuidar a los niños, hasta hacer la comida para nuestros próceres y los soldados en campamentos. Eran quienes organizaban la vida cotidiana y permitían que hubiese el tiempo y los espacios para que se gestara esa famosa lucha nacional por la cual ahora levantamos banderas de canto a canto de la patria.

Pienso en Rufina y veo a nuestras abuelas. A quienes nadie les hizo un homenaje ni levantaron monumentos en sus nombres, pero sonrieron con tarjetas hechas a mano con macarrones. Esas abuelas que curaron nuestras heridas, que nos llevaron de la mano a la tienda, que nos enseñaron a remendar medias y cargaron con el peso de sostener nuestras vidas tras haber sostenido la de nuestros padres.

Pienso en Rufina y veo a las miles de mujeres panameñas que se levantan a las 3 :00 a.m. para hacer la lonchera, planchar la camisa, arreglar a los niños y salir a buscar un bus o taxi pirata para llegar al trabajo. Pienso en Rufina y veo a lideresas comunitarias organizando ollas comunes, las que contuvieron el hambre en medio de la pandemia en sus barrios y las que cuidan a los más chicos en medio de las convulsiones sociales.

Pienso en Rufina y veo el trabajo no remunerado de la crianza, el de la lucha silenciosa por mañanas mejores, el del sacrificio que ha pasado inadvertido y en el cual después políticos, Estados y revolucionarios se sostienen, porque ninguno aboga por políticas de cuidados. Porque nos hablan de la familia y se llenan la boca de moral y buenas costumbres, pero es el trabajo de miles de Rufinas el que gesta y mantiene la vida, el que cría a futuros trabajadores y genera el fuego con el que arden los cambios sociales.

Quizá Rufina Alfaro es eso: el conjunto de todas las mujeres que han sostenido la vida y que el mundo da por sentado.

Rufina es el trabajo histórico de todas y cada una de las mujeres.

“Desde mi forma de verlo Rufina, más que un mito, es el reflejo de la presencia de las mujeres en la historia y en la gesta por la soberanía nacional”.
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