Cuba observa sin sobresalto la victoria de Trump

Actualizado
  • 26/11/2016 01:00
Creado
  • 26/11/2016 01:00
Directo desde La Habana (I)

Q uizás por su costumbre de tratar con once presidentes de Estados Unidos desde Eisenhower hasta Obama y enfrentar amenazas en quince campañas electorales en 56 años, el triunfo de Donald Trump no ha resultado traumático para los cubanos. También se puede deber, en buena medida, a que en Cuba había una apreciación bastante exacta de los dos candidatos, sus formas de expresarse y proyectarse, y de lo que cada uno podía significar para el futuro de las relaciones internacionales, incluido el proceso de reconciliación bilateral.

Es justo admitir que, en este último caso, el Partido Demócrata fue el que dio el paso histórico de reanudar las relaciones diplomáticas y abrir embajadas en La Habana y Washington por lo que, en buena lógica, cabría esperar que con la renovación de mandato con Hillary Clinton la normalización total de vínculos sería más expedita que con los republicanos.

Por experiencia acumulada, esa posibilidad no significaba que Cuba abriría de par en par las puertas a uno u otro candidato o se las cerraría, sino que obligaba a centrar sus expectativas en lo que más le interesaba al país, ganara quien ganara, y que el proceso iniciado en diciembre de 2014 siguiera desarrollándose naturalmente.

En tal sentido, fue más que comprensible que Cuba abogara ante el gobierno de Barack Obama por el uso pleno de sus prerrogativas presidenciales a fin de eliminar del bloqueo todo lo que concernía a la Casa Blanca y dejara para el momento adecuado los cuatro o cinco temas atinentes al Congreso, por ser leyes de la nación. Pero eso se produjo a medias.

Aunque en los primeros momentos tras conocerse la victoria de Trump en todos los sectores de comunicación se repetía la palabra ‘sorpresa', el amplio inventario de errores de la administración demócrata en política interna y exterior, en especial el mal manejo de la crisis económica que acompañó a Obama desde 2008 y la ampliación de los teatros de guerra que heredó o inició -como Siria y Libia-, ayudaron a explicar el resultado de las elecciones, al extremo de aclarar que Trump no resultó ser un vencedor nato, sino el beneficiado del fracaso del viejo establishment que se debió ver venir.

Para la gran mayoría de los analistas, tiene ahora una gran lógica el veredicto del 8 de noviembre reflejado en las urnas, y también coinciden en que si la polarización hubiese sido entre Trump y Bernie Sanders –antípodas del vetusto establishment en ambos partidos—, el multimillonario de las inmobiliarias hubiera corrido diferente suerte.

Uno y otro encarnaban el cambio que las clases trabajadora y media clamaban desde que la globalización neoliberal comenzó a hacer aguas a finales del siglo pasado y se agravara con la crisis iniciada en 2008 cuando ya no hubo dudas de que era sistémica y que la acumulación de capitales la convertiría en irreversible si ningún presidente era capaz de detenerla, para lo cual sería imprescindible la desregulación financiera y la revisión a fondo de los tratados de libre comercio, que ahora adelanta Trump, entre otras muchas acciones.

Pero sobre todo, Estados Unidos tendría que abandonar la economía virtual o especulativa y regresar a la economía real, productiva, generadora de valores y de empleos, corregir la deslocalización de empresas que ha destruido el viejo tejido industrial como lo ilustra el hecho de que desde 1994 a la fecha emigraron de los estados industriales quince fábricas por día con la eliminación de seis millones de empleos.

Cuba ha estado entre una candidata demócrata cuyo esposo, siendo presidente, fundió en hormigón armado el bloqueo contra la isla, al certificar leyes como la Torricelli y la Helms Burton, que ataron de manos a la Casa Blanca y la pusieron bajo la égida del Congreso, complicándolo todo, y el otro, republicano, muy fogoso, impredecible, en apariencia arbitrario y potencialmente un terminator con franquicia para aniquilar lo que no le sea propicio.

Veremos.

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