¿Patriotas, agentes o espías napoleónicos en Panamá?

Actualizado
  • 12/03/2022 00:00
Creado
  • 12/03/2022 00:00
Pieza importante en el ajedrez político del Caribe centroamericano y neogranadino fue el francés Jacques Anastase Desmolards o Dumoulard

“La suerte de un pueblo consistirá, pues, en haber adoptado los más sabios principios para que con ellos se instruya y ejercite su juventud, y de acuerdo con los cuales se dirija y gobierne la comunidad y cada uno de sus individuos” (Pedro José Márquez, jesuita mejicano, 1741-1820).

No únicamente las ideas de la Ilustración –reflejada en la reflexión política del jesuita Márquez– habían ganado espacios importantes en las élites locales de los territorios hispanoamericanos, ahora tocaba el turno a los agentes napoleónicos que buscando mantener el bloqueo continental contra Gran Bretaña ayudaron, al mismo tiempo, a las fuerzas insurgentes patriotas.

Pieza importante en el ajedrez político del Caribe centroamericano y neogranadino fue el francés Jacques Anastase Desmolards ó Dumoulard, capitán de la “Grande Armée”, corsario y responsable de montar el sistema de espías e informantes para Napoleón en Hispanoamérica. Convencido de que era posible lograr el apoyo de las poblaciones indígenas, Desmolards compartía la opinión del criollo peruano José Eusebio del Llano Zapata, que postulaba que los indígenas tenían las mismas aptitudes para las artes y para las ciencias “[...] que todas las demás gentes del mundo antiguo y que sus imperfecciones no son defectos de su capacidad, sino falta de cultura” (“Memorias histórico-phisico-crítico-apologéticas de la América Meridional”, 1761), por tanto, susceptibles de captar los postulados libertarios de Francisco Miranda y, luego, de Simón Bolívar.

Desmolards se establecerá en Baltimore en 1809 desde donde dirigirá la red y ofrecerá apoyo material –dinero y armas– a los patriotas hispanoamericanos (Rubio, 1944). En una de sus misivas escribe a Talleyrand: “Para promover el objeto que ya sabéis se están preparando tres buques en Baltimore. Otros cuatro frecuentan los varios puntos del continente que los agentes saben y por ellos seguirán dando noticias de cuanto ocurra. Los puntos a que acuden especialmente son Nuevo Santander, Tampico en el reino de Méjico, la costa de Comayagua, Truxillo en Guatemala, y los puertos del Perú, Cumaná, Río de la Hacha y Cartagena, Santa Fe, Caracas y los demás de Costa Firme adonde van frecuentemente dos buques, bajo pretexto de contrabando desde Jamaïca” (Yale University, Colection of Latinamerican Manuscript, citado por Puigmail, 2013). Es reemplazado en 1811 por otro oficial napoleónico, Anasthase d'Amblimont, y regresa a Europa.

En la red d'Amblimont destaca Jerónimo Carbono, oficial napoleónico italiano que cumple meritorias acciones bélicas integrando las fuerzas bolivarianas en Venezuela y Nueva Granada. Se le confía la capitanía del puerto de Chagres en 1826, más tarde será presidente de la Corte de la Marina en Panamá de junio a agosto de 1829 y jefe de la escuadrilla del istmo hasta Guayaquil y Montijo (Gallo, junta directiva de la Apoteosis de Miranda, 1896).

Louis Bernard Chatillon llega al continente en el marco de las misiones encargadas a numerosos franceses para tratar acuerdos comerciales con los países nuevos, en su caso, con Panamá; desde su llegada a Venezuela es considerado como emisario napoleónico, pero halla la muerte en la acción bélica de la Ciénaga el 28 de febrero de 1813 (Descola, 2011). Llega con él Jean Pierre Lessabe o Lasabe, capitán de artillería de la “Grande Armée” y diestro dibujante que continuará con las labores secretas de enlace e información.

Otro personaje fue Carlos Bielikiewich o Biclikiewich, suboficial napoleónico polaco enrolado en las fuerzas de Bolívar que en 1825 es designado primer subteniente en la media brigada de artillería del Departamento del Istmo, ascendiendo a teniente de la misma arma el 20 de junio de 1827 (AGNC, citado por Puigmail, 2013). Un cuarto combatiente napoleónico fue Pierre Gullion, quien después de servir en la “Grande Armée” hasta Waterloo, se une a las fuerzas patriotas y se desempeña más tarde como gobernador de Veraguas en el istmo de Panamá, con el grado de teniente coronel (AGNC, Guerra y Marina, Historia, tomo 35, folio 878).

Con la caída de Napoleón la red se disuelve y sus remanentes, en su mayoría, permanecen en América. Tal es el caso de Agostino Giovanni Batista Codazzi, oficial de artillería, napoleónico italiano que al unirse al ejército de Bolívar afirmó “[...] En América, se combate a favor de pueblos a quienes Europa oprime y por ello es hermoso combatir, y los que ofrecen su brazo a tal causa aparecen circundados de una aureola de belleza”. Según Puigmail (2015), en 1859, Codazzi propone Panamá como lugar para imaginar y construir el proyecto de comunicación interoceánica. Sus trabajos geográficos le valdrán las felicitaciones de las sociedades nacionales de geografía de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Estados Unidos (Acuña, 1950).

Los agentes Carlos Desseniers, capitán de lanceros napoleónico en las fuerzas de Chile, y Gael Jersieure, teniente francés de la “Grande Armée”, atacan Taboga el 17 de setiembre de 1819, como parte de la tripulación corsaria de la corbeta “La Rosa de los Andes” del capitán inglés John Illingsworth. Luego de un combate a la bayoneta reducen a los defensores. Después de esta acción deciden pasar al ejército de Bolívar.

Miguel Labat, francés de la Martinica, detenido después de la fracasada expedición de los hermanos Bocé hacia Maracaibo en 1799, huye ocho años después de Puerto Rico donde cumplía sentencia y llega hasta Panamá para prestar su colaboración como informante. Al parecer fue admitido en la red Desmolards porque Labat reaparece en República Dominicana hasta la caída de Napoleón en 1815.

Más allá de los componentes geopolíticos que impulsaron la creación de la red Desmolards- d'Amblimont, se evidencia una motivación nacida del período que les tocó vivir y que empató con el sentir revolucionario hispanoamericano: el esfuerzo por abolir la servidumbre, por hacer reconocer los derechos de la persona humana y por hacer de cada ciudadano un demócrata. Por eso es posible sostener –parafraseando a Zapata (1947)– que la historia ideológica de la América postvirreinal y republicana del siglo XIX se enlaza con las más universales inquietudes acerca del orden en la comunidad política y de la convivencia de las naciones.

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