Representantes de las diferentes actividades económicas del país alertaron sobre las consecuencias que se avecinan si los cierres continúan. Hicieron un...

- 20/05/2025 00:00
Israel y Palestina se mantienen enfrascados en un conflicto bélico que ha cobrado la vida de decenas de miles de personas. Más de 53.000 palestinos y más de 1.700 israelíes han muerto durante el conflicto, de acuerdo con cifras oficiales. Gaza se ha convertido en un infierno aislado de servicios básicos, mientras que en Israel se vive con el miedo constante a nuevos ataques.
Entre el discurso político y los detalles de nuevas incursiones, muchos han olvidado cómo empezó todo. El detonante de esta campaña militar, cuyas víctimas son más del 70 % mujeres y niños, fue un acto de brutalidad, tortura y violación que aún no ha sido resuelto.
La madrugada del 7 de octubre de 2023, el grupo terrorista Hamás invadió Israel. Tomaron el control de puestos militares, ingresaron a los kibutz (comunidades agrarias autosostenibles) y tiñeron de sangre un festival de música electrónica.
La serie documental Testigos del terror, producida por Fuente Latina, cuenta la historia de los migrantes latinoamericanos en Israel que sobrevivieron al ataque. Relata cómo Alejandra López, colombiana, no podía ni correr por la cantidad de cadáveres en el suelo, algunos sin rostro, muchos de ellos cuerpos de mujeres desnudos víctimas de violación. Alejandra estaba embarrada de pies a cabeza con lodo para verse lo más repugnante posible y que ojalá no la tocaran si era capturada. Tuvo suerte; pudo regresar a casa. La docuserie está repleta de testimonios de madres y padres que no volvieron a ver a sus hijos, amistades que se convirtieron en estadísticas, recuerdos de hogares destruidos en nombre del odio.
En un refugio antibombas al lado de la carretera, decenas de personas se juntaron esperando estar a salvo. Hamás lanzó una granada adentro. Un hombre la recogió y la lanzó afuera antes que estallar. Seis veces logró devolver granadas. La séptima estalló adentro.
Las declaraciones del médico forense parecen sacadas de una película de horror de mal gusto. Columnas vertebrales fusionadas al calor de las bombas, marcas de tortura, cuerpos calcinados con hollín en sus tráqueas. Hombres, mujeres, niños, adultos mayores, nadie estaba a salvo.
Cientos de sobrevivientes fueron secuestrados y llevados a Gaza, donde fueron sometidos a condiciones infrahumanas. “Mucha tortura, falta de comida, oscuridad, bombas que podían escuchar. Hay personas en jaulas, personas encadenadas, en especial los hombres. Comían pita de pronto una vez al día, si acaso, condiciones higiénicas no existentes, humillaciones también. Yo no lo quiero comparar con el Holocausto porque son momentos distintos, pero cuando uno los ve regresar y cuando uno escucha lo que vivieron, es casi como estar escuchando un testimonio de un sobreviviente del Holocausto”, detalla Jessica Ghitis, productora de la docuserie. “En la comunidad judía sabemos que hay que mantener los testimonios vivos. Sabíamos que teníamos que empezar rápido para poder recolectar estos testimonios”, añade.
Guido Kohan tiene 25 años. Nació en el barrio de Flores, ciudad de Buenos Aires, Argentina. Estudia Ciencias Políticas y es fanático de Boca Juniors. Hace cinco años se mudó junto a su papá, su mamá y su hermana al kibutz Ein Hashlosha, a pocos kilómetros de la franja de Gaza.
“Tanto mi hermana como yo crecimos durante toda nuestra vida educativa en marcos educativos que pregonaban el sionismo, la idea de tener un Estado, de lo importante que es tener un Estado judío, y siempre para mí fue un sueño, algo que quería hacer. En Argentina también la situación estaba muy difícil a nivel económico, a nivel político, y decidimos como familia que lo mejor iba a ser instalarnos en Israel, como algo personal, pero también en búsqueda de nuevas oportunidades”, relató Guido en una entrevista con La Estrella de Panamá.
La migración de judíos hacia Israel es conocida como “aliyah”, que significa “ascenso” en hebreo. Miles de judíos alrededor del mundo viajan hacia Israel para asentarse, siguiendo una convicción profunda en la importancia de Israel como un Estado judío. Varias de estas comunidades son establecidas alrededor de la frontera con Gaza. Entre ellas, hay una importante población latinoamericana. Se estima que actualmente hay más de 100.000 migrantes latinoamericanos en Israel.
La vida del kibutz bordea entre la utopía cooperativista y la distopía bélica. Los habitantes practican un modelo comunitario, compartiendo recursos, trabajando la tierra, apoyándose en lo que sea necesario. Cuentan con escuela y atención médica. Al mismo tiempo, hay fuerzas de seguridad armadas compuestas por los propios miembros de la comunidad, y refugios antibombas en los parques para niños, cuartos blindados en cada casa. Son familias viviendo sus vidas y disfrutando juntos, que pueden ver cómo son interceptados misiles disparados a pocos kilómetros de distancia y conocen el sonido de las alarmas por bombardeos o ataques.
“Era un sábado, un día de festividad, lo que nosotros en el judaísmo llamamos las altas fiestas”, recuerda Guido. “Una época de vacaciones, donde mucha gente iba a visitar a la familia y a pasar los días de vacaciones con ellos. Estábamos durmiendo y a las 6:30 empezaron las sirenas, e inmediatamente nos pusimos al resguardo en el refugio. Al vivir tan cerca de Gaza, sabíamos que siempre había rondas de conflicto, sabíamos lo que teníamos que hacer, tratábamos de no entrar en pánico, tratábamos de, en vez de preocuparnos, ocuparnos de lo que teníamos que hacer”, recordó manteniendo la voz clara, a pesar de la emoción.
No era la primera vez que sonaban las alarmas. Unas dos veces por año, usualmente durante la época de Ramadán o cuando había alguna decisión política impactante, hay ataques o intentos de agresión. Alrededor de las 8 de la mañana, Guido se dio cuenta de que esta ocasión no era como las anteriores. “Las alarmas realmente no cesaban, era una tras de otra, incluso escuchábamos a veces misiles que terminaban impactando antes de que la alarma sonara, y a eso de las 8:30, 9 de la mañana, ya empezamos a recibir de vecinos de otra zona, como también viendo en la televisión, las primeras infiltraciones. En ese momento uno dice, ‘bueno, está bien, infiltraciones, son tres o cuatro terroristas, la situación tarda un poco y ya se resuelve’. No nos imaginábamos que iban a terminar ingresando cerca de 4.000 durante todo ese día”, apunta.
Los terroristas rompieron la primera línea de seguridad de Israel y entraron a las comunidades. “¡Miren! ¡Estamos invadiendo Israel! ¡Ahora somos nosotros los que invadimos!”, decía un miembro de Hamás en un video que ellos mismos subieron a redes sociales. La invasión fue documentada por los agresores, cómo asesinaron a la seguridad, cómo fueron casa por casa, saqueando, incendiando hogares para forzar a las familias a salir.
“Nos encerramos dentro de la casa, apagamos todas las luces, como si no estuviésemos.
Desde la desconexión de Israel en Gaza en 2005, se decidió que cada casa, primero en las comunidades cercanas a Gaza y después en Israel, dispongan de un refugio dentro de la misma casa o del apartamento, que es una habitación más. En este caso era la habitación de nuestros padres. Cuando empezaron las sirenas con mi hermana nos despertamos y fuimos a correr a la habitación de ellos. La única diferencia a una habitación normal es que todo el revestimiento del refugio está hecho de un material Durlock y cemento resistente a los misiles, y tanto la puerta como la ventana son blindadas. Pero los refugios están preparados para ser refugios antimisiles, no refugios antiinfiltración”, prosigue Guido. “Empezamos a escuchar los primeros gritos en árabe, tiros, sentíamos los primeros olores a quemado. No nos quedaba otra más que aguantar, tratar de estar en silencio”.
Dos horas estuvieron encerrados en el cuarto de sus padres, aguantando el calor del desierto entre cuatro paredes sin aire acondicionado ni abanico. La madre de Guido decidió salir a buscar agua.
“En el momento que ella sale del refugio a buscar una botella de agua, ve por la ventana a dos terroristas; ella nos los describe que estaban con uniforme militar de tipo camuflaje, con vinchas verdes que son características de ellos, y en un estado de éxtasis total, gritando en árabe, disparando. Vuelve al refugio, con cuerpo a tierra para que no la vean. Mi padre vuelve a salir para coger un cuchillo, porque no teníamos ni siquiera un arma, y si nos teníamos que defender de alguna forma, lo íbamos a hacer”, apunta Guido apretando los puños.
Menos de cinco minutos después, escuchan una explosión que proviene del ventanal trasero de la casa. Pasos agitados. Gritos ahora dentro de la casa. Fue entonces cuando llegaron a la puerta.
“Forcejeaban durante todo el tiempo que estuvieron, que fue más o menos una hora, cada 5 minutos forcejeando, mi padre sostenía la puerta con una mano y con la otra mano el cuchillo que había agarrado. Sentí que me desmayaba, que me iba a desmayar del miedo, porque es una situación en la que primero uno no tiene control, uno depende de algo tan delicado como una puerta”. Guido recuerda el sentimiento de pensar que podía ser la última vez que veía a sus padres y a su hermana, en tener que enviar mensajes de despedida a amigos.
Muchas puertas en Israel cedieron. Pero la de Guido aguantó. Alrededor de las 8 de la noche, después de 12 horas de encierro y terror, militares israelíes llegaron y fueron rescatados. Les tomó tiempo abrir la puerta pues los terroristas habían dejado el lugar lleno de granadas cazabobos como trampas. Saquearon la casa, llevándose no solo cosas de valor, sino objetos íntimos como fotos en el refrigerador de la familia en Argentina. No era un ataque con objetivos militares ejecutado clínicamente, era un saqueo y una matanza hecha con saña en una comunidad civil.
En total, 1.195 murieron durante el ataque de Hamás a Israel. Más de 250 fueron tomadas como rehenes, incluyendo infantes de menos de un año y adultos de más de 90.
Guido sostiene en sus brazos la foto de dos hombres, sus amigos Ariel y David Kunis. Fueron secuestrados en un kibutz vecino, donde una de cada cuatro personas fue asesinada o secuestrada. Ariel fue secuestrado junto a su novia Arbel. David fue secuestrado con su mujer Sharon y sus hijas mellizas. Las mujeres y las niñas fueron eventualmente liberadas. Los hombres permanecen secuestrados. “El mundo tiene que hacer cualquier cosa necesaria para luchar por la liberación de estos seres humanos, porque son inocentes, porque en ningún momento le hicieron daño a nadie y porque hoy tras más de 585 días, mientras estamos hablando acá, ellos están en los túneles de Gaza, sufriendo cualquier tipo de tortura, vejación y es inconcebible”, reclama Guido.
El ataque de Hamás sirvió como justificación para una de las campañas militares más cruentas de Israel contra Palestina. A pesar de los más de 55.000 palestinos muertos desde entonces, unas 58 personas aún permanecen secuestradas en Gaza.
“Estamos viviendo en una sociedad de trauma, que no va a poder ser sanada hasta que el último secuestrado vuelva. Es una de las principales, si no la principal idea y la principal consigna que hay dentro de la sociedad israelí”, dijo Guido. “En lo que respecta a si se está haciendo lo posible o no para rescatar a los secuestrados, yo creo que no. Te lo digo desde mi opinión personal, como ciudadano, como alguien que sobrevivió, yo creo que se está alargando todo mucho y creo que ya es necesario ponerle un fin. No hay precio para la vida humana y hay que entregar hasta lo que no tenemos con tal de recibir a la gente que queremos”.