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- 02/10/2016 11:41
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En España, en estos días, los ciudadanos asisten desde las gradas a la voladura desde adentro del PSOE, con consecuencias, aunque previsibles, nada ciertas.
La historia, decía Marx en el 18 Brumario de Luis Bonaparte, se repite dos veces: la primera, como tragedia y la segunda, como farsa.
En el PSOE, el primer episodio fue en 1974, en Suresnes, donde el viejo Partido Socialista en el exilio de Rodolfo Llopis fue tomado al asalto por las juventudes del interior que, con Felipe González a la cabeza, hicieron del partido el centro de la gobernabilidad de España durante los siguientes 40 años. El segundo, la disputa envenenada entre correligionarios en la sede de la calle Ferraz, con la dimisión este sábado de Pedro Sánchez, como patética consecuencia de combates intestinos y precipitadas artimañas.
La implosión del PSOE abre, a primera vista, el callejón sin salida para el gobierno en España, pero extiende una sombra sobre el panorama político del país a medio plazo.
Cualquiera que sea la fórmula que se emplee, y la “abstención técnica” de los diputados del PSOE parece la más probable, el Partido Popular continuará con las riendas del gobierno de España, pero montar a ese caballo se antoja, a fecha de hoy, bastante complicado. Logrará cuadrar los números, logrará aprobar el presupuesto, logrará manejar la economía, pero el repunte de la lucha ideológica entre derechas e izquierdas, avivado por la fiebre independentista que se ha apoderado de Cataluña, impedirá que la gestión pueda transcurrir en paz.
Hasta ahora, la disputa ideológica se daba entre las dos aceras de una misma calle: desde un lado y otro se podían decir cosas tremendas, pero la calle conducía a un solo sitio. Se trataba de un enfrentamiento domesticado, que tenía lugar dentro de un marco político e internacional que ninguna de las dos partes ponía en cuestión: la unidad de España, economía de mercado, Unión Europea y OTAN. La entrada, como una tormenta, de otras izquierdas, encarnadas en Podemos (aunque no solo), ha provocado un remezón en la, hasta hace pocos años, plácida geografía política española, que invita a cambiar el paso.
PP y PSOE constituían los cimientos de un bien contenido embalse político que proporcionó durante más de 30 años al país un período de estabilidad y bienestar social como no lo había conocido antes.
La crisis del PSOE ha roto ese dique y posiblemente lo haya roto para siempre.
La Gestora que se ocupe ahora de recoger los escombros del partido tiene ante sí una tarea ímproba: restañar heridas, reagrupar las huestes dispersas y volver a hacer una causa común. No tiene mucho tiempo para conseguirlo y aunque lo consiga, es difícil imaginar que el PSOE vuelva a ocupar el espacio central que ha tenido en la política española.
Dice Alejo Carpentier en El siglo de las Luces que “hay épocas hechas para diezmar los rebaños, confundir las lenguas y dispersar las tribus”. Quizá sean palabras grandes para un suceso que, considerado en sí mismo, no deja de ser pequeño, pero puede ser la rendija por la que se cuele el siguiente episodio de la historia de España. El tiempo nos dirá si conducido por la pasión o por la razón, hacia un desenlace funesto o renovador. Toca esperar y confiar.