Quinta entrega

Actualizado
  • 05/12/2009 01:00
Creado
  • 05/12/2009 01:00
El hombre más temido de Panamá hablaba por teléfono en la casa de Pinto, uno de sus custodios. Buscaba con desesperació...

El hombre más temido de Panamá hablaba por teléfono en la casa de Pinto, uno de sus custodios. Buscaba con desesperación que alguien le diera noticias menos dramáticas. De alguna forma las encontró. A las 2:30 de la madrugada le informaron de un helicóptero enemigo derribado en el Chorrillo, de un carro de combate destruido en la Avenida de los Mártires, de grupos de soldados que, junto a los batalloneros, recorrían la ciudad destapando los escondites y armando al pueblo.

Castillo interrumpió a Noriega para anunciarle la llegada de refuerzos. El subteniente Palacio y Santiago Padilla, chofer de su escolta, acababan de llegar. Autorizó el ingreso. Tenía pensado salir de inmediato hacia la casa de Balbina Herrera en San Miguelito. Eran siete hombres en dos carros: el Hyundai donde viajaban Pinto, Castillo y Noriega y la camioneta chocolate con Corcho, Cedeño, Palacio y Padilla. Cogieron la calle nueva de Mañanitas cargando sus armas con la secreta esperanza de no tener que utilizarlas.

Al pasar por el golf escucharon una ráfaga de ametralladoras a pocos metros y detuvieron la marcha. El silencio volvió para aumentar su confusión. Miraban para todos lados pero no pasaba nada. Sin poder descifrar qué peligros enfrentaban, decidieron regresar a la casa de Pinto.

Volvieron a salir pasadas las 3. Llegaron hasta el Automotor de Vía España y se encontraron un camión atravesado en la vía. Cedeño fue a reconocerlo empuñando una Uzi. Estaba vacío. Sin embargo pudo ver a 100 metros, en el semáforo, otra barricada panameña. Pidió permiso para pasar. Les informaron que la única manera de llegar hacia donde querían ir era a través de Río Abajo, por la 11 de Octubre hacia la Transístmica.

Cuando llegaron a la casa de Balbina Herrera en San Miguelito, a las 4:30 de la madrugada, el sonido de los aviones y helicópteros que atacaban el Cuartel de Tinajitas hacía temblar los edificios cercanos. Pensaron que quizá no había sido tan buena la idea de llegar allí. Además, Balbina no estaba. La invasión la había encontrado de gira en Ecuador aunque sí había medio centenar de hombres armados.

La casa había quedado a oscuras luego del inicio de los bombardeos. El teléfono tampoco funcionaba bien. Noriega estaba a punto de hablar con el ex presidente Solís Palma, pero se cortó. Escuchó la radio. Hablaban de rendiciones masivas. Se enteró de que Colón estaba en manos enemigas. En Río Hato decían que el Batallón 2000 no ofrecía resistencia. El lo negaba todo. Era la guerra psicológica contra sus fuerzas. Había que pasar la primera noche.

Se quedó callado y pensativo, escuchando los bombazos, ansioso por la llegada del día. Intentaba distinguir, de entre las explosiones, las que pertenecían a fuego panameño. No lo lograba.

El Teniente Coronel Daniel Delgado Diamante , que había acompañado a Noriega a Colón, había llegado por la noche al Cuartel de San Miguelito decidido a tomar medidas. No estaba de acuerdo con las conclusiones de sus compañeros y creía que había que prepararse para la guerra. A las 11 de la noche había reunido a la tropa, a los batalloneros y a los voluntarios civiles, para repartirles las armas en el Complejo Deportivo del barrio Los Andes. No tenía para todos.

Se habían comenzado a escuchar las bombas a lo lejos pero allí, en San Miguelito, reinaba la calma. Sólo cuando llegaron algunos batalloneros del Chorrillo comprendieron lo que deberían enfrentar.

El ataque no comenzó hasta las 4. Primero el Cuartel de la Undécima Zona y luego Tinajitas. Fue una demolición.

Desde sus posiciones, los soldados panameños lograron sorprender a los paracaidistas que caían en una loma de Los Andes. Disparaban desde la escuelita de la comunidad que terminó diezmada por el fuego enemigo. Los helicópteros aparecían de la nada y los obligaban a dispersarse. Los panameños tenían armas ligeras y un solo RPG7, un lanzagranadas portátil, que utilizaron con acierto derribando una aeronave enemiga. Pasaron así toda la noche. Moviéndose por San Miguelito y realizando acciones aisladas. A lo largo de las horas, Veranillo, Villa Lucre y Cerro Viento también se convertirían en áreas de acción del ejército norteamericano. Delgado Diamante rumiaba por lo bajo: creía que si el General estuviera con ellos, resistiendo, sus hombres pelearían con otra voluntad.

La claridad del amanecer del 20 de diciembre comenzó a iluminar la casa de Balbina Herrera. Noriega se acercó a una ventana y logró, desde allí, ver lo que de noche sólo se oía: de un lado las nubes negras de Chorrillo. Por el otro, el bombardeo descomunal sobre el Cuartel de Tinajitas donde estaba la compañía de los Tigres. De repente, el sonido ensordecedor de tres helicópteros Black Hawk aterrizando en un campo cercano elevaron el estrés de los presentes. Era evidente que las tropas norteamericanas estaban desembarcando allí mismo. Había llegado la hora de partir.

Noriega bajó a la sala y el teléfono funcionaba de nuevo. Le comunicaron que el presidente civil, Francisco Rodríguez, haría una conferencia de prensa en la Cancillería para denunciar internacionalmente la agresión. En el edificio Avesa había tropas leales controlando Vía España. En el Instituto del IRHE los integrantes del gabinete habían organizado una reunión a la que apenas llegaron dos ministros.

Llamó a Marcela Tasón. No se le escuchó decir palabra. Luego le avisó en voz baja a Castillo que se moverían. Sólo podían acompañarlo los hombres que habían llegado hasta allí con él. Eran las siete de la mañana. Regresaban a la aventura. Esta vez sí, entrarían en la ciudad. Iban para San Francisco.

Eliana Krupnik era una reconocida mujer de negocios que tenía fluidas relaciones con Noriega a través de Marcela Tasón. Su marido le advirtió que era una locura recibir a Noriega, que no estaba de acuerdo. Ella no lo escuchó. Cuando llegaron los autos el hombre se encerró en su cuarto y no quiso ver a nadie.

Tasón y su esposo Ulises salieron a recibirlos. Los custodios lo bajaron todo: el ropero, las armas y los dos maletines que ya nadie quería perder de vista.

Noriega se dirigió a un dormitorio y siguió hablando por teléfono. Encendió la televisión pero se encontró con que los canales ya no le pertenecían. Tenían el logo del Departamento de Defensa de Estados Unidos. De fondo, curiosamente, pasaban una vieja canción panameña: El Fugitivo.

Lo Nuevo
comments powered by Disqus