Mujeres detrás de las camisas rojas

Actualizado
  • 23/06/2013 02:00
Creado
  • 23/06/2013 02:00
Sonaba el teléfono en una pequeña oficina celeste del cuartel de Bomberos de Tocumen. Uno de los bomberos contestó la llamada matinal: e...

Sonaba el teléfono en una pequeña oficina celeste del cuartel de Bomberos de Tocumen. Uno de los bomberos contestó la llamada matinal: el Centro de Cumplimiento de Menores de Tocumen estaba en llamas.

Casco, equipos antillamas, botas de seguridad y una gran manguera aparecieron en el cuerpo de Yanitza Ríos en menos de dos minutos, tal y como había practicado cientos de veces en los entrenamientos para lograr tiempos récord. En 12 minutos el equipo completo salía por la puerta del cuartel rumbo al lugar de los hechos.

El camión derrapó a la entrada del Centro de Cumplimiento de Menores. La mayoría de las personas ya había logrado salir, pero algunos reos intentaron esconderse en el interior. Mientras aguardaban órdenes de la Policía para saber que el lugar estaba despejado, los camisas rojas intentaban apagar el fuego guiándose por el humo que se veía desde afuera, pero no era suficiente. Tenían que entrar.

A la hora del aviso los bomberos se miraron entre sí y antes de que nadie pudiera decir algo, siguieron su camino. Sobrepasaron la barrera de humo y con algunos custodios, que no eran suficientes; habían cogido una cizalla para romper los candados: las llaves no servían, y ya no había tiempo.

A Yanitza le sudaban las manos, esta era una de sus primeras misiones. Hacía pocos meses que había ingresado en el equipo, pero por suerte los miedos y los nervios se quedarían ocultos bajo el traje. Allí, adentro, nadie tenía por qué saber que era inexperta. Ni tampoco mujer. Se aferró a la manguera como si fuera su ángel de la guarda y esperó señales del resto del equipo.

Controlar el incendio les tomó sólo unos minutos, pero el regreso fue toda una odisea. Los reos que se habían escondido en el techo los estaban esperando, y portaban sus propias armas. Los cinco bomberos se detuvieron frente a diez jóvenes que les amenazaban. Durante unos segundos ninguno de los dos lados supo reaccionar. Yanitza no recuerda si tembló, pero está segura de que en ese momento el corazón se le salía por la boca y apenas podía moverse. Sólo siente calor, y el equipo que pesa sobre el cuerpo cargado de nervios.

–Nadie va a salir de aquí; nadie va a hacer nada –grita uno de los presos–. ¿Por qué sacaron a los otros? Nosotros fuimos quienes prendimos eso. Dame la cizalla.

–Los policías nos tratan mal –sigue otro–. La comida es una porquería; estamos protestando y ustedes no van a hacer nada, son nuestros rehenes. ¡Que no salgan los bomberos! –grita al resto de los presos aumentando la tensión.

El resto de los reos ya les habían rodeado y les amenazaba con cuchillos y armas cortantes para quitarles los equipos. Incluso la manguera. En ese momento Yanitza pensó que le descubrirían, y que cuando se dieran cuenta de que era mujer, no sólo le tomarían como rehén, como al resto, sino que además la violarían.

Se imaginó a los cinco chicos que estaban frente a ella atándola y vejándola frente al resto de sus compañeros. Ya no sería una más, ya no se cumpliría aquella vieja idea de que una mujer en el cuartel trabaja igual que cualquier otro hombre. Y Yanitza tembló. Ahora lo sentía por todo el cuerpo.

Uno de ellos se le acercó, y Yanitza aprovechó la ocasión para reclamar:

–Suéltennos, vinimos a ayudarlos.

–Es una mujer –desveló como hablando para sí mismo–. Yo te voy a sacar de aquí.

Ya está. La violarían. ¿Y si no?, si la sacaban de allí sana y salva, ¿qué iba a pasar con sus compañeros? Aunque asustada, se dejó guiar por el menor, y los otros cuatro compañeros le siguieron.

–¿Para dónde los llevas? –le detiene otro de los reos.

–Suave, que es mi novia –responde el joven, que ni siquiera la conocía.

Siguió su camino y logró salir sin más interrupciones. Ser mujer le había salvado no sólo a ella, sino también a sus compañeros.

SIN CASCO

Ahora Yanitzel se acuerda de esta anécdota y ríe sentada en el otro cuartel, en la Avenida Cuba. Después de este hubo muchos otros incendios, pero ninguno lo recuerda tan bien como este. Cree que lo que la salvó fue el efecto ‘sorpresa’ de ser una mujer bombero, aunque ni siquiera para ella ha sido fácil derribar las barreras de los prejuicios sociales.

En Panamá son más de 25 las mujeres que optaron por vestir un uniforme y cambiar los tacones por unas botas; en una profesión que tradicionalmente se ha reservado al ámbito masculino.

Según las bomberas de la estación de la Avenida Cuba, lo más difícil es cumplir con los mismos requisitos físicos que los hombres, ya que no se hace distinción dentro de la institución a la hora de responder a una orden o en una misión.

El coronel Luis Manuel Rodríguez, que ha laborado por más de 30 años como bombero, expresó su sentir sobre la labor de la mujer en esta institución, y considera que la mujer dentro de las filas bomberiles es ‘algo especial’, y explicó que en las necesidades operativas tienen que cumplir al mismo nivel que un varón.

Rodríguez manifestó que a las mujeres bomberas hay que cuidarlas, ya que son ese detalle en positivo para cualquier empresa. El coronel advierte que el logro será que puedan escalar a la jefatura de un cuartel.

Frente a este argumento, muchas contraponen el problema de no disponer del tiempo suficiente para atender a sus familias y al trabajo al mismo tiempo. Pasan gran parte de su tiempo en la estación, pero lo que nunca abandonan es la guardia.

Las camisas rojas se sienten seguras en su trabajo y les gusta lo que hacen, aseguran, y reconocen que en el desenvolvimiento de la carrera se ganan experiencias que sirven para obtener fuerzas en su vida diaria.

ALEJANDO ESTEREOTIPOS

Sin embargo, algunas de ellas reconocen sentirse incómodas con los estereotipos sociales, ya que ‘el marco de referencia es que no sea normal encontrar mujeres que ejerzan esta profesión’, afirma una de ellas. Sin embargo, otras consideran que se han constituido como un símbolo de protección para sus familiares y en su entorno.

Claribel Samudio es una de ellas. Para esta bombera, su trabajo se ha convertido en una labor diaria tanto dentro como fuera de la institución, y reconoce que ‘en todos los casos de emergencias mínimas alrededor, yo soy la primera respuesta’, ya que valoran su experiencia para el control de la situación en momentos difíciles, dice.

Claribel trabaja en el área de Emergencia Médica, encargado de dar la primera atención a las personas heridas en incendios. Esta bombera ha sufrido heridas leves mientras realiza su trabajo, ya que en muchas ocasiones ha tenido que entrar a lugares en llamas junto al equipo de rescate para prestar los primeros auxilios.

Estas mujeres se han convertido en un símbolo no sólo dentro de la institución, sino también en sus propios barrios. Su labor y valentía han alejado los recelos iniciales de sus compañeros y, con ellos, han contribuido a erradicar los prejuicios que todavía pesan por ejercer una profesión ‘de hombres’, que ya no lo es más.

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